Deterioro cognitivo infantil se manifiesta principalmente como un desarrollo no alcanzado

En niños y adolescentes, el deterioro cognitivo no suele implicar pérdida de habilidades previamente adquiridas, como en los adultos, sino que se manifiesta principalmente como una dificultad para alcanzar los hitos del desarrollo esperados para su edad.

Mariana Mestizo Hernández

    Deterioro cognitivo infantil se manifiesta principalmente como un desarrollo no alcanzado

    El deterioro cognitivo suele asociarse comúnmente con el envejecimiento, pero esta condición también puede manifestarse en niños y adolescentes, afectando su desarrollo, aprendizaje y calidad de vida.

    Comprender el concepto de deterioro cognitivo en población infantil implica tomar distancia del término "neurodegeneración", ya que este último suele asociarse con la pérdida progresiva de funciones previamente adquiridas. En niños y adolescentes, el escenario es distinto: en la mayoría de los casos no se trata de perder lo aprendido, sino de no alcanzar los hitos del desarrollo esperados para su edad.

    "La neurodegeneración implica haber alcanzado unos hitos del desarrollo establecidos en términos poblacionales, en términos, digamos, de lo que el desarrollo le permite a un individuo", explicó la Dra. María Mercedes Ospina, psiquiatra especializada en infancia y adolescencia de Intellectus, Centro de Memoria y Cognición del Hospital Universitario San Ignacio.

    Este término abarca un conjunto de condiciones en las que los menores no logran alcanzar niveles adecuados de desarrollo cognitivo, emocional o conductual. Estas diferencias no responden necesariamente a una pérdida, sino a una trayectoria distinta en el desarrollo. En este marco, las patologías más comunes están relacionadas con alteraciones en el aprendizaje, la atención, la comunicación o el comportamiento.

    ¿Cuándo sí hay una pérdida?

    Ahora bien, hay situaciones puntuales en las que sí podría hablarse de un proceso neurodegenerativo en la infancia. 

    "Ese término pudiera utilizarse, por ejemplo, en chicos que han tenido un desarrollo normal y presentan una enfermedad médica (generalmente tumores cerebrales, traumas cranoencefálicos o infecciones en el sistema nervioso central) y pierden lo que han alcanzado. Allí pudiera decirse que sí hay una neurodegeneración porque retroceden", precisó la especialista.

    El impacto de la salud mental en el funcionamiento cognitivo

    Por otra parte, cuando se habla de trastornos como la ansiedad o la depresión en niños y adolescentes, el impacto no se traduce necesariamente en un retraso o pérdida de hitos del desarrollo, sino en alteraciones cognitivas que forman parte de la presentación clínica de estos cuadros. No se trata de una neurodegeneración ni de un trastorno del neurodesarrollo propiamente dicho, sino de una afectación funcional derivada del malestar emocional.

    "Cuando una persona tiene ansiedad o depresión, su cerebro focaliza gran parte de sus recursos en la sintomatología y en el intento de controlarla. Esto limita muchas de las funciones que nos permiten interactuar con el entorno, como la atención, la motivación o la planificación", subrayó.

    Consecuencias académicas, sociales y emocionales

    Este tipo de interferencias suele tener consecuencias directas en la vida académica y social de los menores. Los niños con depresión o ansiedad pueden mostrar dificultades atencionales, bajo rendimiento escolar o incluso pérdida de años académicos. En otros casos, la ansiedad lleva a una inhibición importante, que se traduce en aislamiento social o evitación de situaciones que generan malestar. 

    A su vez, la afectación en funciones ejecutivas como la planeación o la organización genera un ciclo negativo: la dificultad para ejecutar tareas refuerza el malestar emocional, lo que perpetúa los síntomas.

    El síntoma como manifestación secundaria

    En este contexto, los síntomas atencionales o conductuales deben entenderse como manifestaciones secundarias. "Dentro de las intervenciones terapéuticas, no nos centramos en tratar directamente la falla atencional, sino en abordar la causa que la genera, ya sea la ansiedad, la depresión o, por ejemplo, un trastorno de la conducta alimentaria, donde la desnutrición afecta el soporte cognitivo del individuo", indicó la experta.

    Aunque en muchos casos el tratamiento adecuado permite una recuperación funcional, pueden persistir síntomas residuales que prolongan el malestar y dificultan el restablecimiento total del desempeño cognitivo y emocional.

    Asimismo, la Dra. Ospina llamó la atención sobre el aumento de las autolesiones en adolescentes, especialmente en el grupo que transita entre el final de la etapa escolar y el inicio de la adolescencia. Este comportamiento se ha convertido en un mecanismo frecuente de regulación emocional y también en una forma de pedir ayuda frente a situaciones que desbordan las capacidades del individuo para procesar lo que siente.

    "En ese grupo poblacional tenemos un incremento significativo de las autolesiones como una forma de regular lo que se está sintiendo, de expresar una situación que desborda emocionalmente al menor, o incluso como una estrategia para pedir ayuda cuando no se encuentra otra forma de hacerlo. Ese es uno de los principales signos de alarma que hay que tener en cuenta actualmente", explicó la especialista.

    Otras señales de alerta

    Junto con este fenómeno, también se observan cuadros cada vez más frecuentes de ansiedad, depresión, trastornos de la conducta alimentaria, problemas con la relación con la comida y alteraciones en la percepción corporal. A estos se suman dificultades para alcanzar los hitos del desarrollo, como no adquirir las habilidades sociales esperadas, presentar limitaciones en la comunicación verbal o tener problemas motores, que también deben ser leídos como señales de alerta.

    Cómo se manifiestan según la etapa del desarrollo

    Desde esta perspectiva, los síntomas pueden organizarse según las distintas etapas del desarrollo. 

    "En la primera infancia y la etapa preescolar, predominan trastornos relacionados con el lenguaje y el desarrollo psicomotor. En la etapa escolar, los problemas se centran más en la adaptación al entorno académico, mientras que en la adolescencia, los trastornos emocionales y conductuales se vuelven más evidentes", puntualizó la psiquiatra,  quien también señaló que muchas de estas condiciones pueden resolverse con intervenciones oportunas y adecuadas.

    En cuanto al tratamiento, la especialista destacó que lo fundamental es realizar una evaluación interdisciplinaria. Según indicó, no se trata simplemente de identificar el problema, ya que en muchos casos es necesario contar con un equipo especializado para comprender la naturaleza de las dificultades del individuo. 

    "Una vez que se tiene una visión integral del paciente, no solo como un conjunto de problemas, sino como un ser completo, es posible abordar de manera adecuada sus necesidades", agregó.

    Para ilustrar este enfoque, mencionó el caso de un niño que tiene dificultades para caminar. "No se trata solo de decir que no puede caminar o que se tropieza, sino de explorar la raíz del problema: ¿es motora? ¿Neurológica? ¿De percepción visual? Hay muchas variables que deben ser consideradas", señaló. 

    Equipos terapéuticos y objetivos cambiantes

    En este sentido, los equipos de evaluación y tratamiento, compuestos por profesionales de distintas disciplinas, juegan un papel crucial, ya que permiten una comprensión profunda de los síntomas y ayudan a formular objetivos terapéuticos ajustados a las necesidades del paciente.

    "Es importante resaltar que los niños y adolescentes que reciben apoyo terapéutico suelen enfrentarse a procesos que se cronifican a lo largo del tiempo", advirtió la psiquiatra. Por ello, es fundamental revisar y ajustar los objetivos terapéuticos conforme avanzan, ya que las necesidades y capacidades de los pacientes cambian con el desarrollo. 

    Los equipos de tratamiento, conformados generalmente por fonoaudiólogos, terapeutas ocupacionales, psicólogos y fisioterapeutas, suelen estar dirigidos por un psiquiatra o un fisiatra, quienes, con su visión global del caso, pueden ajustar las intervenciones según las etapas de la vida del paciente. 

    "No es lo mismo trabajar con un niño de seis años, cuyo tratamiento está orientado al desarrollo general, que con un adolescente de 16 años, para quien el objetivo principal será la adaptación a la vida cotidiana y la funcionalidad adulta", concluyó.



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