Aquellos individuos que incrementaron su actividad física hasta alcanzar los niveles recomendados presentaron una reducción significativa en la acumulación de beta amiloide, en comparación con los sujetos sedentarios.
Un estudio reciente liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), en colaboración con el Barcelonaßeta Brain Research Center (BBRC), ha revelado que incrementar la actividad física entre los 45 y 65 años podría tener un papel protector frente al desarrollo de la enfermedad de alzhéimer.
La investigación, publicada en Alzheimer's & Dementia, sugiere que seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) —150 a 300 minutos semanales de ejercicio moderado o 75 a 150 minutos de actividad vigorosa— se asocia con una menor acumulación de beta amiloide (Aß), proteína implicada en la patogénesis de esta enfermedad neurodegenerativa.
El estudio longitudinal analizó a 337 participantes del proyecto ALFA (ALzheimer's and FAmilies), todos ellos con antecedentes familiares de alzhéimer, durante un período de cuatro años.
Mediante cuestionarios validados y técnicas avanzadas de neuroimagen, los investigadores evaluaron los cambios en los patrones de actividad física y su correlación con marcadores neurobiológicos. Los participantes fueron clasificados en tres grupos: adherentes (cumplían con las directrices de la OMS), no adherentes (actividad insuficiente) y sedentarios (sin ejercicio registrado).
Los resultados demostraron que aquellos individuos que incrementaron su actividad física hasta alcanzar los niveles recomendados presentaron una reducción significativa en la acumulación de beta amiloide, en comparación con los sujetos sedentarios.
Además, se observó un efecto dosis-respuesta: a mayor aumento en la intensidad y frecuencia del ejercicio, menor fue la carga amiloide detectada. Asimismo, los participantes activos mostraron un mayor grosor cortical en regiones temporales mediales, áreas críticas para la memoria y especialmente vulnerables a los procesos neurodegenerativos tempranos.
La beta amiloide, cuya agregación anormal constituye un hallazgo neuropatológico central en el alzhéimer, interfiere con la transmisión sináptica cuando se deposita en el parénquima cerebral.
El estudio sugiere que la actividad física podría modular este proceso a través de múltiples vías, incluyendo la mejora de la perfusión cerebral, la reducción del estrés oxidativo y la estimulación de factores neurotróficos.
Curiosamente, incluso niveles subóptimos de ejercicio —por debajo de las recomendaciones de la OMS— se asociaron con preservación estructural cortical, lo que refuerza el concepto de que cualquier incremento en la actividad física confiere beneficios neuroprotectores.
Los hallazgos dejan a simple vista que es necesario implementar intervenciones dirigidas a promover el ejercicio en poblaciones de mediana edad, particularmente en individuos con riesgo genético o familiar de alzhéimer.
Cabe destacar que, según estimaciones epidemiológicas, el 13% de los casos globales de alzhéimer podrían atribuirse al sedentarismo, lo que convierte a este factor en un objetivo prioritario para políticas preventivas.