Aunque parezca insólito, en uno de los barrios más humildes de Nueva York se desarrolla una de las investigaciones más prometedoras para frenar el envejecimiento cerebral.
El Bronx, conocido por décadas como uno de los barrios más golpeados de Nueva York, podría parecer un lugar improbable para una revolución científica.
Pero es allí, entre edificios alejados de la imagen glamorosa del Upper East Side o Silicon Valley, donde la doctora Ana María Cuervo, bióloga celular y vicepresidenta de la Escuela de Medicina Albert Einstein, lidera una investigación que apunta directamente al corazón de las enfermedades asociadas al envejecimiento.
Lejos de los reflectores mediáticos, Cuervo y su equipo estudian en profundidad la autofagia, un proceso biológico mediante el cual las células se deshacen de componentes dañados o inútiles.
En otras palabras, se "limpian por dentro", comiéndose a sí mismas para renovarse. Este mecanismo, esencial para la salud celular, se vuelve menos eficaz con el tiempo, y ese declive está directamente relacionado con enfermedades como el alzhéimer y el párkinson.
La autofagia fue identificada por primera vez en los años 60 por el científico japonés Yoshinori Ohsumi, quien recibió el Premio Nobel de Medicina en 2016 por sus descubrimientos.
Este proceso ha pasado de ser una curiosidad biológica a convertirse en un pilar central para entender cómo envejecemos y cómo podrían prevenirse —o al menos ralentizarse— enfermedades degenerativas.
Cuervo explica que "la autofagia permite detectar cuándo se activan ciertos genes y cuáles son las consecuencias si no lo hacen". Gracias a este conocimiento, su equipo puede interferir en el proceso de forma controlada, estudiando los efectos en diferentes fases del envejecimiento.
La clave, según Cuervo, está en que el deterioro de la autofagia con la edad facilita la acumulación de proteínas defectuosas en el cerebro.
"En los pacientes con alzhéimer o párkinson, estas proteínas no se eliminan adecuadamente y se acumulan, afectando la memoria o el control del movimiento", señala.
Esto explica por qué los jóvenes, incluso si tienen una predisposición genética, no desarrollan alzhéimer: su sistema de limpieza celular todavía es efectivo. Pero con el paso de los años, la maquinaria se desgasta y ya no puede eliminar los residuos correctamente.
El grupo de Cuervo está intentando revertir ese deterioro, activando la autofagia de forma selectiva. "Buscamos compuestos químicos que puedan estimularla sin destruir componentes sanos ni provocar efectos secundarios", detalla.
Actualmente, la investigación se encuentra en una fase preclínica. Es decir, los estudios se están llevando a cabo en modelos animales, donde se ha observado una mejora en la función cognitiva al estimular la autofagia. Si los resultados siguen siendo positivos, podrían sentar las bases para ensayos clínicos en humanos en los próximos años.
Además, su equipo está profundizando en la parte molecular del proceso, identificando nuevas proteínas y genes involucrados. También se estudia cómo responde la autofagia al envejecimiento fisiológico, es decir, el proceso natural de envejecer sin enfermedad aparente.
Pero no todo es investigación y progreso. Cuervo también ha sido testigo de las dificultades que atraviesa la ciencia en Estados Unidos, especialmente durante la presidencia de Donald Trump.
"Fue un shock conocer los recortes. El sistema funcionaba bien, pero una decisión abrupta cortó el flujo de inversiones de forma radical", lamenta.
Ese recorte no solo afectó a la financiación, sino también a la formación de nuevos científicos. "Vamos a perder una generación. Muchos no pueden estudiar ni investigar aquí. Europa —y en particular España— se ha convertido en un refugio para continuar sus carreras científicas", denuncia.