La mayoría de los incidentes de violencia contra las enfermeras no se denuncian, lo que invisibiliza la magnitud del problema.
Lo que antes se percibía como incidentes aislados hoy se reconoce como un fenómeno sistémico que vulnera derechos, afecta la salud mental del personal sanitario y deteriora la calidad de la atención. Solo en 2023, el 81,6 % de las enfermeras reportó haber experimentado algún tipo de agresión en su lugar de trabajo.
La brutal agresión sufrida por Crystal Thompson, enfermera en Carolina del Norte, a manos de un paciente que la dejó con lesiones cerebrales y faciales, es uno de los múltiples casos que han llamado la atención pública. En 2022, dos trabajadores de la salud fueron asesinados en el Methodist Dallas Medical Center.
Años antes, Cynthia Barraca Palomata murió tras ser golpeada por un recluso mientras cumplía sus labores en una cárcel, y en 2017, la enfermera Alex Wubbels fue arrestada por un oficial de policía por negarse a extraer sangre a un paciente inconsciente, cumpliendo con el protocolo hospitalario.
Estos hechos reflejan una violencia estructural que se repite en distintos contextos y que suele estar invisibilizada o naturalizada dentro del entorno sanitario.
Ante esta situación, la enfermera Angela Simpson fundó la Silent No More Foundation, luego de ser agredida por un paciente con demencia. Desde su experiencia, ha impulsado una campaña para visibilizar la violencia que sufren los trabajadores de la salud y exigir acciones concretas. La fundación trabaja por el cambio legislativo, la mejora de protocolos de seguridad y el acompañamiento a las víctimas.
La violencia contra el personal sanitario no es exclusiva de una región, como lo señala el portal Nurse.org. En Canadá, una enfermera fue golpeada por un hombre que culpaba al hospital por vacunar a su esposa.
En otros países, se han reportado agresiones físicas, amenazas y abusos verbales de forma sistemática. Según la evidencia disponible, los trabajadores de la salud enfrentan una mayor probabilidad de sufrir violencia en comparación con otras ocupaciones.
Las causas de esta violencia son múltiples. El exceso de pacientes, la escasez de personal, los largos tiempos de espera y la presión asistencial han generado escenarios de tensión extrema. La pandemia de COVID-19 profundizó estos problemas, al exponer aún más a los trabajadores a situaciones de riesgo y al desgaste emocional. La deshumanización de la labor sanitaria y la falta de empatía social también contribuyen al problema.
Algunos hospitales, como el Cox Medical Center en Missouri, ya han empezado a implementar botones de alerta con geolocalización para su personal. No obstante, los esfuerzos aislados no son suficientes: se requiere una política integral de protección y una transformación cultural que rechace la violencia como parte natural del entorno sanitario.
La violencia contra el personal de salud no debe normalizarse ni minimizarse. Reconocer su existencia es el primer paso para enfrentarla. Las enfermeras, médicos y demás trabajadores no solo merecen respeto, sino condiciones laborales dignas y seguras. Proteger su integridad es también una forma de cuidar la salud de toda la sociedad.