Un estudio pionero con más de 6.000 adultos revela que un análisis de sangre puede detectar si los órganos envejecen más rápido de lo normal y anticipar el riesgo de enfermedades como cáncer, demencia o afecciones cardiovasculares décadas antes de que aparezcan los síntomas.
La partida de nacimiento nos dice cuántos años tenemos, pero no cómo está envejeciendo nuestro cuerpo por dentro. Esa diferencia entre edad cronológica y edad biológica es lo que realmente define el riesgo de desarrollar enfermedades con el paso del tiempo.
Un estudio publicado en The Lancet Digital Health propone una nueva herramienta para medir ese desgaste interno: un análisis de sangre capaz de identificar si uno o varios órganos están envejeciendo a un ritmo acelerado.
Durante más de dos décadas, científicos de la University College de Londres realizaron un seguimiento a más de 6.000 adultos británicos.
Mediante el análisis de proteínas en el plasma sanguíneo, pudieron detectar "firmas" específicas que indican si el corazón, los pulmones, los riñones, el hígado o incluso el sistema inmunológico están más deteriorados de lo que corresponde a la edad del paciente.
Este hallazgo permite anticipar el desarrollo de hasta 45 enfermedades relacionadas con el envejecimiento.
Uno de los hallazgos clave del estudio es que no todos los órganos envejecen al mismo ritmo, y ese desajuste puede tener consecuencias graves.
Por ejemplo, las personas cuyo corazón presentaba un envejecimiento acelerado mostraban mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares. Aquellos con pulmones deteriorados eran más propensos a infecciones respiratorias, EPOC y cáncer de pulmón.
Aún más relevante es la evidencia de que los órganos no envejecen de forma aislada. Cuando uno se deteriora, puede desencadenar un efecto dominó en otros.
El envejecimiento de los riñones, por ejemplo, se relacionó con daños en el hígado, el páncreas y los pulmones, mientras que estos órganos también podían, a su vez, acelerar el deterioro renal. Este fenómeno de interconexión refuerza el concepto de que el cuerpo humano funciona como un sistema integrado, y no como órganos independientes.
Sorprendentemente, el sistema inmunológico resultó ser el factor más determinante en el riesgo general de enfermedades.
Según el estudio, el mayor riesgo de demencia no se encontró en quienes tenían un cerebro biológicamente envejecido, sino en quienes presentaban un sistema inmune más deteriorado.
Esto se debe a que el envejecimiento del sistema inmunitario favorece la inflamación crónica, una condición que se ha vinculado a múltiples enfermedades neurodegenerativas.
Para los investigadores, este hallazgo representa un punto de inflexión en la prevención médica. "Podremos identificar a las personas con mayor riesgo décadas antes de que aparezcan los síntomas y tomar medidas preventivas adaptadas a su perfil", asegura Mika Kivimaki, autor principal del estudio.
Manuel Collado cree que estos análisis podrían generalizarse pronto en la práctica clínica y también servir para medir la eficacia de terapias contra el envejecimiento. "Necesitamos herramientas que nos digan si un tratamiento está funcionando, y esta podría ser una de ellas", afirma.
Sin embargo, otros expertos como Consuelo Borrás señalan que el acceso a esta tecnología aún es limitado. "La cantidad de proteínas que se deben medir y el coste de los análisis dificultan su implementación a gran escala", advierte. Aun así, reconoce que los resultados abren la puerta a una medicina más personalizada, enfocada en preservar la salud antes de que se manifieste la enfermedad.