La disfunción sexual suele ser un tema poco abordado tanto por las pacientes como por los profesionales de la salud. Su origen es multifactorial e incluye factores psicológicos, físicos y sociales.
La disfunción sexual se define como la incapacidad clínicamente significativa para responder sexualmente o experimentar placer. Se estima que hasta la mitad de las mujeres adultas la padecen en alguna etapa de su vida, lo que puede afectar negativamente su bienestar emocional y sus relaciones de pareja.
Según estudios recientes, la disfunción sexual femenina es un problema común que afecta entre el 40 % y el 50 % de las mujeres en distintas etapas de su vida, de las cuales solo el 19 % habla del tema en su consulta clínica. Aún más preocupante es que apenas el 9 % de los profesionales de la salud aborda este tema sin que la paciente lo mencione primero.
La disfunción sexual femenina tiene una etiología multifactorial. Entre los principales factores de riesgo se incluyen:
Traumas sexuales
Problemas de pareja
Creencias religiosas restrictivas
Efectos secundarios de tratamientos farmacológicos
Mala salud física
Para un diagnóstico preciso, es esencial una anamnesis completa en salud sexual. Preguntas clave incluyen:
¿Ha sentido falta o disminución de interés sexual en los últimos 6 meses?
¿Esto le ha causado problemas?
¿Ha sentido dolor durante o después de la actividad sexual?
Asimismo, es fundamental evaluar antecedentes sexuales, médicos y psicológicos, así como factores de pareja y externos como el estrés y el cansancio.
La deficiencia de hierro y la anemia pueden afectar significativamente la salud sexual femenina. Una encuesta europea reveló que el 62 % de las mujeres con menorragia reportó deterioro en su vida sexual. Además:
Durante el embarazo, la deficiencia de hierro aumenta el riesgo de complicaciones como prematuridad y preeclampsia.
Hasta el 50 % de las mujeres en el posparto con deficiencia de hierro presenta exacerbación de la disfunción sexual.
Se ha observado correlación entre los niveles de hierro y la función sexual femenina, ya que este mineral es clave en la producción de neurotransmisores como la dopamina y la noradrenalina.
Un estudio reveló que la suplementación con hierro mejoró la disfunción sexual en el 76 % de los casos tras 3 meses de tratamiento.
Múltiples patologías están relacionadas con la disfunción sexual. En el caso de la diabetes, la prevalencia de disfunción sexual es mayor en mujeres diabéticas (53 %) en comparación con la población general (43 %).
El cáncer también tiene un impacto significativo en la función sexual. Un estudio reveló que el 86 % de las pacientes con cáncer ginecológico valoraba su vida sexual y el 78 % consideraba importante que el equipo médico abordara el tema. Sin embargo, solo el 40 % deseaba discutirlo en el momento del diagnóstico.
Un hallazgo relevante es que las médicas son más propensas que los médicos a hablar sobre salud sexual (OR: 1,4; p <0,01). A pesar de la falta de tiempo y la falta de especialización en el tema, los especialistas pueden integrar la salud sexual en la atención multidisciplinaria.
Actualmente, los tratamientos más utilizados para la disfunción sexual femenina incluyen:
Terapia sexual: La terapia cognitivo-conductual ayuda a modificar creencias erróneas y aprender nuevas estrategias para mejorar la función sexual.
Tratamiento farmacológico:
Terapia hormonal (estrógenos, dehidroepiandrosterona)
Tibolona para mujeres postmenopáusicas
Testosterona en dosis bajas para restaurar el deseo sexual