La combinación de dieta, ejercicio y manejo del estrés sigue siendo el pilar fundamental del tratamiento, mientras que opciones como la semaglutida, la toxina botulínica y las células troncales mesenquimales ofrecen nuevas esperanzas para los pacientes.
La osteoartritis de rodilla es una enfermedad degenerativa e inflamatoria que afecta la calidad de vida de quienes la padecen debido al dolor, la rigidez y la limitación funcional que provoca.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2019 se estimaba que 528 millones de personas vivían con osteoartritis, lo que representa un aumento del 113 % desde 1990.
La rodilla es la articulación más afectada, con una prevalencia de 365 millones de casos. La mayoría de los pacientes son mayores de 55 años (73 %) y de sexo femenino (60 %).
La osteoartritis es un trastorno que afecta no solo al cartílago articular, sino también al hueso subcondral y a la membrana sinovial, generando inflamación, dolor y pérdida de movilidad.
Estos síntomas tienen un alto impacto en la vida diaria de los pacientes, limitando su capacidad para realizar actividades cotidianas y aumentando el riesgo de complicaciones asociadas, como la obesidad, la depresión y, recientemente, se ha descubierto que también puede acelerar el envejecimiento cerebral.
Un estudio basado en datos del Biobanco del Reino Unido reveló que la osteoartritis de rodilla está asociada con un envejecimiento acelerado del hipocampo, una región cerebral clave para la memoria, lo que aumenta el riesgo de deterioro cognitivo y demencia.
Por eso, expertos aseguran que es necesario que se aborde desde una perspectiva multidisciplinaria y así poder proteger la salud del cerebro.
El tratamiento ha evolucionado significativamente en los últimos años, con avances que van desde intervenciones en el estilo de vida hasta terapias farmacológicas y regenerativas.
De hecho, en el Congreso Anual de la European Alliance of Associations for Rheumatology (EULAR) 2024, se presentó una intervención de dos años que combinó una dieta basada en plantas, ejercicio y manejo del sueño y el estrés.
La dieta se centró en el consumo de alimentos no procesados, como cereales integrales, legumbres, nueces, semillas, frutas y verduras, sin restricciones calóricas y con seguimiento nutricional. Además, se recomendó realizar 150 minutos semanales de actividad física moderada a intensa, junto con ejercicios de fortalecimiento muscular dos veces por semana. Los resultados mostraron mejoras significativas en el dolor, la rigidez y la función física de los participantes, destacando la importancia de un enfoque integral en el tratamiento.
El ejercicio, en particular, ha demostrado ser una herramienta fundamental en el manejo de la osteoartritis. Un metanálisis reciente que incluyó datos de diez ensayos controlados aleatorizados, con un total de 1.796 participantes, evaluó la efectividad del ejercicio en pacientes con osteoartritis de rodilla.
Los pacientes se clasificaron según la duración de sus síntomas en tres grupos: menos de un año, entre uno y dos años, y más de dos años. Los resultados mostraron que las personas con síntomas de menos de un año se benefician más del ejercicio que aquellas con síntomas prolongados, especialmente a largo plazo.
Esto sugiere la existencia de una "ventana de oportunidad" en la que la intervención temprana con ejercicio puede ralentizar la progresión de la enfermedad y minimizar complicaciones. Los ejercicios terapéuticos, tanto en tierra como en agua, mostraron beneficios significativos, lo que refuerza la importancia de iniciar el tratamiento lo antes posible.
En el ámbito farmacológico, los agonistas del receptor del péptido 1 similar al glucagón (GLP-1), como la semaglutida, han revolucionado el tratamiento de la obesidad, un factor de riesgo clave en la osteoartritis de rodilla.
El ensayo STEP 9, un estudio multicéntrico, doble ciego y aleatorizado, evaluó el efecto de la semaglutida en 407 pacientes con osteoartritis y obesidad. Los participantes recibieron semaglutida subcutánea (hasta 2,4 mg por semana) o placebo durante 68 semanas.
El fármaco mostró una mayor reducción de peso (-13,7 % frente a -3,2 %) y mejoras significativas en el dolor y la función física, según la escala WOMAC (-41,7 puntos frente a -27,5 puntos).
Sin embargo, se observaron más efectos adversos gastrointestinales en el grupo de semaglutida. Aunque los mecanismos exactos de este beneficio aún no se comprenden completamente, estos resultados sugieren que los agonistas del receptor GLP-1 podrían ser una opción terapéutica prometedora para pacientes con osteoartritis y obesidad.
Otra opción farmacológica que ha ganado atención es la toxina botulínica. Este tratamiento ha mostrado evidencia de alivio del dolor a corto y mediano plazo en pacientes con osteoartritis de rodilla.
La toxina botulínica actúa sobre los nociceptores, las terminaciones nerviosas responsables de transmitir las señales de dolor. Su efecto sigue la "regla de los tres 6": comienza a los 6 días, alcanza su máximo a las 6 semanas y se prolonga hasta 6 meses. Esto la convierte en una opción complementaria a los tratamientos intraarticulares disponibles, ofreciendo un enfoque adicional en el manejo del dolor para pacientes que no responden adecuadamente a otras terapias.
En el campo de las terapias regenerativas, el uso de células troncales mesenquimales ha emergido como una opción prometedora para el tratamiento de la osteoartritis.
Estas células pueden obtenerse de tejidos alogénicos (de donantes) o autólogos (del propio paciente), como la médula ósea, el tejido adiposo, la sangre del cordón umbilical y el sinovio. Su uso en la osteoartritis se debe a su capacidad autorregenerativa, su diferenciación en múltiples estirpes celulares y su efecto inmunomodulador.
Además, promueven la reparación tisular a través de mecanismos paracrinos, lo que las convierte en una herramienta potencial para regenerar el cartílago dañado y modular la inflamación articular. Aunque los resultados iniciales son alentadores, se requieren más estudios para confirmar su eficacia y seguridad a largo plazo.
La combinación de dieta, ejercicio y manejo del estrés sigue siendo el pilar fundamental del tratamiento, mientras que opciones como la semaglutida, la toxina botulínica y las células troncales mesenquimales ofrecen nuevas esperanzas para los pacientes.
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