Dicha asociación se daría especialmente en personas con peso normal y en menores de 60 años.
Un estudio llevado a cabo por investigadores italianos y canadienses, publicado en HIV Medicine, ha concluido que el hígado graso o la fibrosis hepática aumentarían el riesgo de enfermedad cardiovascular en personas con el VIH. Esta relación sería especialmente relevante en menores de 60 años y en personas con un índice de masa corporal (IMC) normal.
La enfermedad del hígado graso no alcohólico (NAFLD por sus siglas en inglés) y la esteatohepatitis no alcohólica (NASH por sus siglas en inglés), que representa un estadio más grave de la NAFLD, podrían ser más frecuentes en los pacientes con el VIH que en la población general.
A lo largo de los últimos años se ha ido profundizando en dicha relación entre el hígado graso y el VIH. Aunque el hígado graso suele acompañarse de obesidad, dicha relación no parece tan clara en personas con el VIH. La relación entre el hígado graso y las enfermedades cardiovasculares sí ha sido descrita en diversos estudios, incluso en ausencia de otros factores de riesgo tales como el síndrome metabólico.
Para arrojar un poco más de luz a este asunto, el equipo de investigadores italianos y canadienses del presente estudio contó con la participación de 3 cohortes de personas con el VIH de Palermo, Módena y Montreal. En cada una de ellas se realizaron cribados anuales para detectar la presencia de hígado graso desde 2018.
El estudio excluyó a personas con hepatitis virales, consumo elevado de alcohol o historial de enfermedad hepática. La presencia de hígado graso se evaluó por medio de elastografía transitoria (FibroScan®).
Un total de 941 personas con el VIH fueron incluidas finalmente en el análisis. El 75% eran hombres, el 86% de etnia blanca, el 96% estaban en tratamiento antirretroviral y el 78% tenían carga viral indetectable. La mediana de la edad era de 54 años.
Entre las cohortes había algunas diferencias tales como un mayor porcentaje de personas de etnia negra en la cohorte de Montreal y un mayor porcentaje de personas con diabetes en la cohorte de Módena.
El 20% de los participantes del estudio tenían hígado graso, el 17% tenían fibrosis hepática y el 4% tenían cirrosis. Un 13% de los participantes tenían fibrosis hepática sin hígado graso, casos en los que se supone que la causa de dicha fibrosis no sería la acumulación de grasa.
El 13% de los participantes tenían un riesgo cardiovascular alto a 10 años en función de la evaluación siguiendo las guías del Colegio de Cardiología de EE UU del año 2018. En el 27% de los participantes, dicho riesgo era intermedio; en el 13% se encontraba entre medio y bajo y en el 45% el riesgo era bajo.Los participantes con hígado graso o fibrosis hepática presentaron un riesgo significativamente superior (p <0,001) de tener un riesgo cardiovascular intermedio o alto.El análisis multivariable detectó una serie de factores que se asociaron a una mayor probabilidad de tener un riesgo cardiovascular intermedio o alto. Dichos factores fueron tener hígado graso (cociente de probabilidades ajustado [CPa]: 1,73), tener un IMS superior a 25 (CPa: 1,77); llevar más tiempo viviendo con el VIH (CPa: 1,04 por año tras el diagnóstico) y haber sido expuesto (CPa: 1,54) a zidovudina (AZT, Retrovir®), estavudina (d4T, Zerit®) y/o didanosina (ddI, Videx®).
Al estratificar los resultados del análisis multivariable, se observó que en personas con IMC inferior a 30 Kg/m2, tanto el hígado graso (CPa: 2,30) como la fibrosis hepática (CPa: 1,69) aumentaron la probabilidad de tener un riesgo cardiovascular intermedio o alto. En personas con IMC inferior a 25 Kg/m2, el hígado graso y el tiempo tras el diagnóstico aumentaron la probabilidad de tener un riesgo cardiovascular intermedio o alto.
Los investigadores hallaron que el hígado graso y la fibrosis hepática incrementaban la probabilidad de tener un riesgo cardiovascular intermedio o alto en personas con edades entre los 40 y los 59 años, pero no en mayores de 60 años. El tiempo tras el diagnóstico también incrementaba la probabilidad de tener un riesgo cardiovascular intermedio o alto en personas con edades entre los 40 y los 59 años, pero no en mayores de 60 años.
Por tanto, el efecto del hígado graso y la fibrosis hepática a nivel cardiovascular sería más grande en personas más jóvenes y con un menor IMC.
Los resultados del presente estudio ponen de manifiesto la necesidad de evaluar la presencia de hígado graso en el seguimiento rutinario de las personas con el VIH y tener en cuenta su posible impacto cardiovascular.
Fuente consultada aquí.