¿Cómo reconocer un ataque de pánico? Qué pasa en el cuerpo, síntomas y cómo recuperar el control

Un ataque de pánico es una falsa alarma biológica, pues el cuerpo activa de forma desproporcionada su sistema de supervivencia (lucha, huida o parálisis), liberando adrenalina y generando síntomas intensos.

Katherine Ardila

    ¿Cómo reconocer un ataque de pánico? Qué pasa en el cuerpo, síntomas y cómo recuperar el control

    Cuando una persona sufre un ataque de pánico, experimenta una reacción física y mental tan intensa que puede sentir que está al borde del colapso. El corazón late descontroladamente, falta el aire y los pensamientos se vuelven catastróficos. 

    Este fenómeno, lejos de ser un signo de debilidad, es una respuesta biológica automática y extrema del sistema de defensa del cuerpo. Entender por qué ocurre y qué sucede en el organismo es el primer paso para recuperar su control.

    Una experiencia más común de lo que se piensa

    Un ataque de pánico es una reacción de alarma desproporcionada que el cuerpo activa ante una amenaza, ya sea real o imaginaria. 

    Según el Dr. Reid Wilson, psicólogo clínico, esta experiencia no es rara: "Hasta un tercio de la población experimenta al menos un episodio en algún momento de la vida". Para algunos, el detonante es claro, como un susto o una mala noticia. 

    Para otros, el miedo surge de la nada, lo que genera una gran confusión y la aterradora sensación de estar perdiendo el control por completo.

    La biología del miedo: el botón de pánico del cerebro

    En el fondo de cada ataque hay un mecanismo de supervivencia ancestral conocido como "lucha, huida o parálisis". Cuando los sentidos captan algo que el cerebro interpreta como peligroso, ya sea un ruido fuerte o un pensamiento angustiante, se activa una alarma en una zona cerebral llamada amígdala. 

    Esta estructura, encargada de procesar el miedo, ordena la liberación masiva de hormonas como la adrenalina. El resultado es una transformación corporal inmediata: el corazón se acelera para bombear más sangre, la respiración se vuelve rápida y superficial para oxigenar los músculos, y los sentidos se agudizan. 

    Como explica el Dr. Wilson, en ese momento, "la mente consciente se ve superada y el organismo ejecuta un plan automático de supervivencia", incluso si no hay un peligro real.

    Los síntomas: El cuerpo cree que está en emergencia

    Los signos físicos de un ataque son la expresión directa de esa preparación para la emergencia. La persona puede sentir palpitaciones fuertes, opresión en el pecho, mareos, temblores, sudoración y una sensación de ahogo o de no poder respirar bien. 

    Paralelamente, la mente se llena de pensamientos aterradores: "me voy a morir", "me estoy volviendo loco" o "voy a perder el control". Estos pensamientos, a su vez, alimentan más miedo, creando un círculo vicioso que intensifica la crisis. Es crucial comprender que, aunque los síntomas son muy desagradables y reales, son el resultado de un sistema de alarma que se ha activado por error, no de una enfermedad física grave.

    No solo el estrés externo: las señales internas también pueden disparar la alarma

    Tradicionalmente se creía que los ataques solo los causaban situaciones externas estresantes. Sin embargo, hoy se sabe que sensaciones corporales internas pueden ser el detonante. El Dr. Justin Feinstein, neuropsicólogo clínico, aclara que "la amígdala también responde a señales internas, como la sensación de asfixia o falta de aire". 

    Esto explica por qué un ataque puede surgir en medio de la calma. Un ejemplo es contener la respiración sin darse cuenta durante un momento de tensión; ese pequeño cambio puede ser interpretado por el cerebro como una señal de peligro y desencadenar la cascada del pánico.

    El papel de la química de la sangre

    El equilibrio de gases en nuestra sangre es otro factor decisivo. El cuerpo tiene células especiales llamadas quimiorreceptores que monitorean constantemente los niveles de oxígeno y dióxido de carbono (CO2). 

    El Dr. Feinstein explica que "cuando el nivel de dióxido de carbono (CO2) aumenta, estas células envían una señal urgente al cerebro, lo que puede precipitar un ataque de pánico". Por eso, respirar de manera agitada o irregular puede alterar este equilibrio químico y actuar como un interruptor de la crisis. El especialista subraya que "el sistema quimiorreceptivo es esencial en la generación de estos episodios".

    El mayor riesgo: dejar que el miedo limite la vida

    Cuando los ataques se repiten, existe un peligro significativo: que la persona comience a evitar lugares o situaciones donde teme que pueda ocurrirle otro. Esto se conoce como agorafobia. El Dr. Feinstein advierte que "ajustar la vida para esquivar desencadenantes puede restringir mucho la autonomía, estrechando el mundo personal de quien lo padece". 

    El cerebro aprende a asociar el miedo con ciertos contextos, y "lo que vuelve el trastorno realmente incapacitante" es que la persona deja de hacer actividades normales por temor.

    ¿Cómo recuperar el control en medio de un ataque de pánico?

    La clave para manejar los ataques de pánico reside en romper el ciclo del miedo al miedo. El primer paso es la psicoeducación: entender que los síntomas, por intensos que sean, no son peligrosos y son temporales. 

    Aprender técnicas de respiración lenta y diafragmática ayuda a regular el CO2 en sangre y calmar el sistema nervioso. Es fundamental no rendirse a la evitación; en cambio, se recomienda enfrentar gradualmente las situaciones temidas con apoyo profesional. 

    La terapia cognitivo-conductual es altamente eficaz para enseñar a las personas a reinterpretar sus sensaciones corporales y a recuperar la confianza en su capacidad para superar la ansiedad. 

    Al final, se trata de recordar que el ataque de pánico es una falsa alarma, y que con las herramientas adecuadas, se puede silenciar.



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