La adolescencia se ha vuelto una etapa aún más vulnerable por la falta de herramientas emocionales en el entorno familiar, escolar y comunitario, lo que provoca que el malestar psicológico se exprese a través de conductas disruptivas.

En las últimas semanas, algunos hospitales psiquiátricos han reportado un aumento en los ingresos de adolescentes. Este fenómeno, que parece haberse disparado en los últimos meses, va más allá de una anécdota para convertirse en una señal de alarma social.
Para entender sus causas, la Dra. Ada Kercadó , directora de la Clínica Interdisciplinaria de Servicios a la Comunidad de la Pontificia Universidad Católica, analizó los factores que están llevando a los jóvenes a un punto de quiebre.
La Dra. Kercadó sitúa el origen de esta crisis en las advertencias que muchos expertos hicieron durante lo más álgido de la pandemia por COVID-19. En ese entonces, se pronosticó que tras las olas virales vendría una ola de consecuencias psicológicas.
"Yo recuerdo que cuando estuvimos bajo el proceso de la pandemia, había muchos especialistas que nos compartían que nos debíamos preparar para una tercera ola de impacto, que no necesariamente tenía que ver con el virus y estaba más relacionada a lo que es la salud mental", afirma la experta.
Esta "tercera ola" podría ser la culminación de un estrés acumulativo. Los adolescentes de hoy no solo cargan con el peso de la pandemia, sino con el trauma colectivo de una serie de crisis.
"Y se suma a las diferentes situaciones que no solamente los adolescentes, sino también nosotros hemos estado enfrentando durante los pasados años. O sea, es la pandemia, somos sobrevivientes de terremotos, somos sobrevivientes de huracanes, estamos en un proceso de esta recesión económica que a todos nos ha afectado", detalla.
A este panorama se suman cambios en la estructura familiar y, en muchos casos, una disminución en los recursos de apoyo en escuelas y comunidades.
La adolescencia es, por definición, una etapa de gran vulnerabilidad psicológica. Es un período dedicado a la búsqueda de identidad.
"La etapa de la adolescencia es una etapa que en sí misma está caracterizada por una búsqueda de nuestra identidad... lo que era más importante es lo que pensaran nuestros pares, nuestros compañeros, no necesariamente lo que piensan nuestros padres o los adultos que están a cargo de lo que es nuestro proceso de crianza", explica la experta.
El problema empieza cuando a esta vulnerabilidad se le suma un entorno familiar y social fracturado. "Si a eso le sumamos que por diferentes razones, sus padres, su mamá, su papá, sus adultos responsables no cuentan con las herramientas personales y familiares para atender cada una de las situaciones que se viven en los hogares de nuestro país. Si en las escuelas, por las diferentes circunstancias que también ocurren, no se pueden identificar estos factores para trabajarlos y prevenirlos a tiempo, lo que vamos a tener son unos adolescentes que no saben cómo manejar sus emociones", afirma.
Por eso, el malestar emocional de los adolescentes no siempre se presenta como tristeza; pues con frecuencia adopta formas disruptivas.
La psicóloga conecta esta angustia con diagnósticos como el trastorno explosivo intermitente, que se caracteriza por arranques de ira desproporcionados. "En términos generales, por un periodo de tiempo se ven unos episodios de ira, de coraje y de agresividad que son desproporcionados a la situación que está enfrentando este menor", describe.
La experta interpreta estas acciones como una forma distorsionada de comunicación. "Es una manera de escape de poder expresar algo... Expresión de libertad, expresión de autoridad, expresión de poder, de querer buscar un espacio, de querer llevar un mensaje de esta manera, porque entienden que no se les escucha de otra manera", sostiene.
El mismo mecanismo, señala, opera en las autolesiones no suicidas. "Lo mismo podríamos pensar estos adolescentes que recurren a conductas de autolesión, que no es necesariamente que están buscando acabar con su vida, simplemente están buscando una manera de canalizar a través de un dolor físico lo que es un dolor emocional que no pueden trabajar".
Por otro lado, en el análisis de los factores contemporáneos, la Dra. Kercadó aborda el papel de la tecnología. Sobre la influencia de las redes sociales y contenidos violentos, mencionó:
Son un factor agravante, pero no la única causa. "Yo pienso que necesitamos una mayor educación en alfabetización digital, las redes sociales tienen una influencia y en los adolescentes esa influencia puede ser mayor... pero por sí solo, no es un factor que lleve a algún adolescente a manifestar alguna sintomatología", aclara.
Un fenómeno más preocupante, señala, es el uso creciente de chatbots de inteligencia artificial como confidentes emocionales.
"Algo que nos preocupa a nosotros los psicólogos, trabajadores sociales, consejeros, es cómo los adolescentes se están acercando a los diferentes chatbots como una manera de poder compartir cómo realmente ellos se sienten".
Para ella, esto deja ver una desconexión humana. "¿Qué está sucediendo? que los jóvenes no están encontrando una persona adulta que sea de su confianza, con quien compartir sus preocupaciones para que no tengan que depender de una inteligencia artificial para sentir que pueden expresar lo que ellos quieren, sin ser juzgados".
La pregunta final es crucial: ¿esta crisis es pasajera? La respuesta de la Dra. Kercadó dirige la responsabilidad hacia la sociedad y sus instituciones. "Tal vez la reflexión pueda ser cuántos recursos están disponibles, accesibles y son oportunos para las necesidades de estos jóvenes adolescentes", plantea, cuestionando la prioridad que se le da a la salud mental.
La doctora subraya que no se puede pedir a los adolescentes que manejen problemas de escala adulta con herramientas inmaduras. La solución, insiste, pasa porque los adultos se conviertan en referentes estables y empáticos.
"Hoy día ser padre es uno de los mayores retos", reconoce, pero concluye que en la capacidad de los adultos para escuchar y guiar está la esperanza para navegar esta crisis y ayudar a la juventud a construir una salud mental más resiliente.