Los supervivientes presentan riesgos acumulativos reales, aunque modestos, de salud a largo plazo, especialmente el desarrollo de segundos cánceres y la mortalidad por causas no oncológicas.

El cáncer testicular de células germinales en estadio I es uno de los cánceres con mejor pronóstico, presentando tasas de supervivencia que superan el 95%. Este éxito terapéutico, sin embargo, ha desplazado el foco de la comunidad médica hacia los efectos tardíos que enfrentan los pacientes curados a lo largo de décadas.
Un estudio retrospectivo de 30 años confirma que, aunque el tumor primario rara vez determina el pronóstico a largo plazo en la práctica actual, los supervivientes acumulan riesgos modestos pero significativos de desarrollar segundos cánceres y de mortalidad por causas no oncológicas.
A medida que los pacientes con cáncer testicular en estadio I sobreviven décadas, el perfil de su mortalidad a largo plazo se transforma. El estudio, que analizó a 169 pacientes, no observó muertes relacionadas con la recidiva del cáncer testicular primario.
No obstante, emergen otros riesgos que compiten por definir la esperanza de vida. La cohorte registró nueve muertes en total, de las cuales tres se debieron a segundas neoplasias malignas y seis a causas no oncológicas, representando un 3,6% de todos los pacientes.
Este dato evidencia que la atención post-curación debe evolucionar más allá de la simple vigilancia de la recurrencia.
Uno de los hallazgos más relevantes del estudio es la cuantificación del riesgo de desarrollar una segunda neoplasia maligna no relacionada con células germinales. Se registraron nueve casos, con una latencia media de 9,4 años tras el diagnóstico inicial.
El riesgo, medido como incidencia acumulada, no es estático sino que crece con el tiempo. A los 10 años del diagnóstico, el riesgo absoluto de un segundo cáncer fue del 3,7%.
Esta probabilidad continuó aumentando, alcanzando el 7,6% a los 20 años y un 11,1% a los 25 años. Los tipos de cáncer observados fueron variados, incluyendo melanoma, linfoma, carcinoma y un caso de leucemia relacionada con la terapia, un espectro coherente con las prácticas actuales que minimizan la exposición a la radioterapia.
Adicionalmente, el estudio identificó un riesgo específico de desarrollar un tumor en el testículo contralateral. Ocho pacientes presentaron este segundo tumor de células germinales, con una latencia media de 7,7 años. La incidencia acumulada a 10 años fue del 4,6%, estabilizándose alrededor del 8,4% a los 25 años.
Afortunadamente, la mayoría fueron seminomas en estadio I con resultados favorables tras el tratamiento.
Por otro lado, las seis muertes por causas no oncológicas incluyeron dos suicidios, un shock séptico relacionado con quimioterapia previa, un accidente de tráfico, cirrosis hepática y una parada cardiorrespiratoria.
Esta distribución es consistente con registros poblacionales más amplios que identifican las causas externas, los accidentes, las enfermedades cardiovasculares y el suicidio como factores prominentes en la mortalidad a largo plazo de estos supervivientes.
Los resultados del estudio, que confirman riesgos acumulativos modestos pero clínicamente relevantes, tienen implicaciones directas para la práctica clínica. En primer lugar, las dos muertes por suicidio en esta cohorte relativamente pequeña ponen de relieve una dimensión psicosocial crítica.
"Las dos muertes por suicidio en esta pequeña cohorte ponen de relieve la dimensión psicosocial y el riesgo elevado de suicidio en pacientes oncológicos, especialmente hombres jóvenes".
Este hallazgo hace imperativa la integración de la detección temprana de problemas de salud mental y el apoyo psicológico proactivo en los protocolos de seguimiento rutinario.
En segundo lugar, la estrategia de vigilancia oncológica debe ampliar su alcance. "Se recomienda un cribado específico de segundos cánceres (piel, colon, tracto urinario y evaluación hematológica selectiva) adaptado a la edad del paciente y a su exposición previa a tratamientos (radioterapia o quimioterapia)".
Este enfoque preventivo y personalizado es esencial para diagnosticar precozmente posibles segundas neoplasias. El desafío actual es garantizar que estos supervivientes no solo vivan, sino que vivan con la mejor salud posible.
Esto requiere un modelo de seguimiento que trascienda la oncología tradicional para abrazar un enfoque integral, que aborde de forma proactiva los riesgos de segundos cánceres, las enfermedades crónicas y, de manera crucial, el bienestar mental.