Aunque muchos tumores cerebrales comparten síntomas similares, su diagnóstico y tratamiento dependen de factores como la localización, el comportamiento biológico y la afectación funcional que producen en el paciente.
Cada año se diagnostican en el mundo más de 300 mil nuevos casos de tumores del sistema nervioso central. Aunque algunos pueden ser benignos, su localización en estructuras vitales como el cerebro o la médula espinal representa un desafío médico complejo, con implicaciones significativas para la calidad de vida del paciente.
Con el objetivo de profundizar en los aspectos diagnósticos y terapéuticos de estos tumores, la Revista Medicina y Salud Pública conversó con la Dra. Claudia Gómez, neurocirujana subespecialista en cirugía de base de cráneo oncológica del Hospital San Vicente Fundación de Medellín.
“Generalmente los pacientes con tumores cerebrales debutan con síntomas que, a veces, pueden no ser muy específicos, y por eso puede generar que, en algunas ocasiones, la gente consulte de manera tardía”, explicó.
Además del reto que implica su localización, estos tumores suelen manifestarse con síntomas diversos que pueden dificultar su detección oportuna.
Entre los signos más frecuentes se encuentran los dolores de cabeza, conocidos en términos médicos como cefalea, que en algunos casos se acompañan de vómito repentino.
“Estos dolores de cabeza, en algunas ocasiones, se acompañan de vómito en algo que llamamos vómito en proyectil. Es un episodio en el que el paciente prácticamente no tiene náuseas, sino que se presenta una expulsión súbita del contenido alimentario”, detalló la especialista.
Otros pacientes pueden experimentar convulsiones, debilidad en un lado del cuerpo o en una extremidad, como una mano o un pie. Dependiendo de la ubicación del tumor, también pueden aparecer alteraciones en el lenguaje, trastornos del comportamiento, cambios en el estado de ánimo o dificultades para comprender instrucciones.
Aunque el espectro de síntomas es amplio, la mayoría de las consultas suelen motivarse por dolor de cabeza, seguido, en menor medida, por los signos neurológicos mencionados.
Ahora bien, en personas con antecedentes de migraña, identificar un cambio en el patrón habitual del dolor puede ser clave para detectar un tumor en etapas tempranas. Estas señales de alarma deben ser motivo de consulta médica, en especial cuando el dolor adquiere nuevas características o se intensifica de forma inusual.
“Los pacientes migrañosos deben prender las alarmas y consultar cuando el dolor de cabeza cambia en su patrón: cuando es más fuerte, más frecuente, distinto al habitual y viene acompañado de trastornos visuales o del lenguaje”, advirtió.
Otros síntomas que no deben subestimarse:
A pesar de que el dolor de cabeza es uno de los síntomas más frecuentes, su alta prevalencia en la población general puede llevar a subestimarlo. Por eso, resulta clave prestar atención a otros signos que puedan acompañarlo y que podrían sugerir la presencia de un tumor.
“Ahí es donde uno tiene que hacer énfasis en los síntomas adicionales, porque son los que realmente deben motivar a consultar”, señaló la especialista.
Algunos tumores, como los que comprometen la glándula hipófisis, pueden generar señales más específicas. “En ciertos casos se presentan trastornos visuales, y en otros, cuando son tumores que producen hormonas, los síntomas son más sutiles: cambios en las facciones del rostro, en la talla del zapato o en el tamaño de las manos. Eso puede pasar, por ejemplo, en pacientes con acromegalia”, detalló la especialista.
Aunque se trata de manifestaciones poco comunes, reflejan la complejidad clínica de estas enfermedades. Se estima que existen más de 160 subtipos diferentes de tumores cerebrales, cada uno con características propias que hacen del diagnóstico un proceso retador.
Aunque los casos como la acromegalia no son frecuentes, son un ejemplo claro de cómo ciertos tumores cerebrales pueden generar síntomas muy específicos dependiendo de su origen y localización.
“Esto generalmente se da en tumores del cerebro que se producen en la glándula hipófisis. Hay varios tipos de tumores en esta glándula y uno de ellos produce hormona de crecimiento, que fue el ejemplo que les puse. Vuelvo y les digo, esto no es una enfermedad frecuente”, explicó. No obstante, insistió en que, en términos generales, los síntomas neurológicos previamente descritos siguen siendo los más habituales en la mayoría de los pacientes.
Como ocurre en muchas otras condiciones médicas, el diagnóstico temprano resulta determinante. Detectar un tumor en una etapa inicial no solo mejora el pronóstico, sino que amplía las opciones terapéuticas, sobre todo en el caso de tumores benignos.
A medida que la lesión avanza y compromete áreas del cerebro responsables de funciones vitales, las posibilidades de tratamiento efectivo ya sea quirúrgico, farmacológico o mediante radioterapia tienden a reducirse, y los riesgos funcionales aumentan.
En cuanto al diagnóstico, la mayoría de los pacientes acceden primero a una tomografía axial computarizada (TAC) de cráneo, una herramienta rápida y ampliamente disponible. Cuando esta imagen revela hallazgos sospechosos, se recurre a una resonancia magnética, que permite caracterizar con mayor precisión la lesión y orientar el enfoque clínico.
“La resonancia nos da una información muy valiosa, incluso podemos anticipar el tipo de tumor al que nos enfrentamos y planear mejor el tratamiento. Hoy contamos con secuencias avanzadas y estudios funcionales que nos dicen qué zonas del cerebro se activan con ciertos movimientos o tareas del paciente”, explicó la Dra. Gómez.
Gracias a estas tecnologías, los especialistas no solo obtienen una imagen estática de la lesión, sino una visión más dinámica y funcional del cerebro. Esto permite planear con mayor precisión las intervenciones, entender el compromiso de áreas sensibles y anticipar posibles riesgos según la localización y el comportamiento del tumor.
La elección del tratamiento quirúrgico para los tumores cerebrales depende de múltiples factores, entre ellos, la ubicación del tumor, el tipo histológico y el estado funcional del paciente. En los últimos años, la neurocirugía ha experimentado avances significativos en técnicas menos invasivas que permiten reducir riesgos y tiempos de recuperación.
“Día a día hemos mejorado en diferentes técnicas. Una de ellas es la cirugía con el paciente despierto. También hacemos procedimientos transfenoidales o transnasales, en los que introducimos un endoscopio a través de la nariz para resecar tumores, y cirugías de mínima invasión con sistemas de tubos o canales pequeños”, explicó la doctora Claudia Gómez, neurocirujana del Hospital San Vicente Fundación.
Una de las técnicas más innovadoras, la cirugía con paciente despierto, se reserva para casos específicos. En este procedimiento, el paciente permanece consciente durante parte de la intervención para que el equipo médico pueda monitorear en tiempo real funciones como el lenguaje o el movimiento. Esta estrategia permite preservar zonas cerebrales críticas y minimizar secuelas.
“Cuando los tumores comprometen áreas relacionadas con el lenguaje o la movilidad, como la zona motora o de comprensión verbal, optamos por operar al paciente despierto. Así evitamos daños permanentes en funciones esenciales”, puntualizó la especialista. También mencionó avances recientes en casos que involucran la corteza visual o ciertas funciones emocionales, aunque estas intervenciones aún son menos frecuentes.
Más allá del quirófano, el modelo de atención del Hospital San Vicente Fundación integra un enfoque interdisciplinario que incluye neurocirujanos, oncólogos, psicólogos, enfermeros especializados y personal de cuidados paliativos. Las decisiones clínicas se toman en juntas médicas, donde distintos especialistas discuten los casos más complejos.
“El hospital cuenta con un equipo multidisciplinario en comunicación permanente. Además del manejo médico y quirúrgico, se brinda soporte psicosocial tanto al paciente como a su familia, lo que hace la diferencia en este tipo de patologías”, afirmó la doctora Gómez.
Ese acompañamiento comienza desde la atención administrativa y continúa durante todo el proceso médico. El equipo busca que las familias no tengan que enfrentar solas trámites complejos o barreras del sistema de salud. Al mismo tiempo, intervienen profesionales de trabajo social, psicología y cuidados paliativos, quienes ofrecen apoyo emocional y orientación durante las distintas fases del tratamiento.
En cuanto a las diferencias entre tumores benignos y malignos, la experta explicó que los síntomas suelen ser similares, aunque el pronóstico y las opciones terapéuticas varían significativamente.
“Un tumor benigno en el cerebro no siempre es tranquilizador. Aunque no haga metástasis, puede generar daños funcionales severos si compromete zonas críticas. En cambio, los tumores malignos tienen una expectativa de vida más corta y un curso clínico más agresivo”, señaló.
El impacto emocional y cognitivo también es un aspecto clave. Algunos pacientes pueden presentar trastornos de personalidad, cambios en el estado de ánimo o dificultades para planear, concentrarse o recordar. Estas alteraciones dependen de la localización del tumor, especialmente si afecta el lóbulo frontal.
“Muchos familiares nos dicen que, tras la cirugía, el paciente volvió a ser como antes. Pero hay casos en los que los daños son tan severos que las secuelas son irreversibles. Por eso, estas enfermedades requieren una red de apoyo sólida y mucha empatía de su entorno”, expresó la Dra. Gómez.
En ese contexto, la rehabilitación neuropsicológica juega un papel fundamental. Así como se hace terapia física para recuperar la movilidad, existen ejercicios dirigidos a estimular funciones como la memoria, la atención y el razonamiento.
“Eso se llama terapia neuropsicológica. Es como hacerle ejercicio al cerebro. Con el tiempo, muchos pacientes logran recuperar habilidades perdidas, siempre y cuando sean constantes con el tratamiento”, explicó.
Finalmente, la especialista hizo un llamado a no subestimar los síntomas de alarma. Aunque no todos los dolores de cabeza indican un tumor, hay señales que deben motivar una consulta inmediata, como la pérdida de fuerza en una extremidad, trastornos visuales súbitos o cambios persistentes en la conducta o el lenguaje.
“Cuanto más rápido se actúe, más opciones de manejo existen. Si logramos intervenir a tiempo, incluso es posible hacer una resección radical del tumor y permitir que el paciente continúe con su vida de manera normal”, concluyó.