La falta de sueño afecta mucho más que la energía o el ánimo: incrementa la inflamación en el cuerpo y eleva el riesgo de padecer enfermedades cardíacas, diabetes y deterioro cognitivo.

Dormir mal no solo afecta la concentración o el rendimiento diario. De acuerdo con los especialistas de Harvard Health, las personas que duermen menos de lo necesario presentan niveles elevados de varios marcadores inflamatorios clave, como las citocinas, la interleucina-6 y la proteína C reactiva, todos ellos vinculados con el desarrollo de enfermedades cardíacas, autoinmunes y metabólicas.
Aunque el estrés, el tabaquismo o la obesidad también pueden influir en estos niveles, el sueño insuficiente se destaca como un factor central en la alteración de la respuesta inflamatoria del organismo.
Durante las fases profundas del descanso, la presión arterial disminuye y los vasos sanguíneos se relajan, favoreciendo un equilibrio inflamatorio saludable. Cuando esa etapa no se alcanza, la presión se mantiene elevada y se activan células que promueven la inflamación vascular.
Adicionalmente, la privación de sueño activa el sistema de respuesta al estrés, aumentando la producción de cortisol, una hormona que potencia los procesos inflamatorios.
Un papel fundamental lo desempeña el sistema glinfático, responsable de eliminar desechos cerebrales como la proteína beta-amiloide. Cuando no se duerme bien, esta proteína se acumula, provocando inflamación cerebral y aumentando el riesgo de enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer.
Los expertos advierten que la combinación de falta de descanso e inflamación crónica puede tener consecuencias graves:
Mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, hipertensión y diabetes.
Deterioro de funciones cognitivas esenciales como la memoria y el aprendizaje.
Posible vínculo con accidentes cerebrovasculares, algunos tipos de cáncer y enfermedades neurodegenerativas.
La inflamación cerebral crónica, además, afecta regiones como el tálamo y el hipocampo, generando alteraciones emocionales y cognitivas. Este daño puede crear un círculo vicioso: cuanto peor se duerme, más se acumula el daño, y más difícil se hace alcanzar un sueño reparador.
Para evitar este efecto dominó, los especialistas recomiendan adoptar hábitos saludables que promuevan un descanso de calidad:
Mantener horarios regulares de sueño, incluso los fines de semana.
Evitar el consumo de cafeína y exposición a pantallas antes de dormir.
Crear un ambiente oscuro, fresco y silencioso.
Realizar actividad física moderada durante el día, pero no justo antes de acostarse.
Un descanso adecuado no solo restaura la energía, sino que protege al cuerpo de la inflamación y reduce el riesgo de enfermedades crónicas. Cuidar las horas de sueño es, según los expertos, una de las mejores estrategias para preservar la salud física y mental a largo plazo.