Keishla padecía obesidad mórbida y tenía un diagnóstico previo de hipoglucemia.
La diabetes gestacional es una condición con alta prevalencia en Puerto Rico y Estados Unidos, pues se estima que el 10% de las mujeres en edad reproductiva pueden desarrollarla.
Esta condición suele desarrollarse debido a que, durante el embarazo, el cuerpo produce más hormonas y atraviesa por otros cambios que requieren la insulina de una manera menos eficaz, generando resistencia a la insulina.
Y si bien es cierto que todas las mujeres tienen algo de resistencia a la insulina los últimos meses del embarazo, algunas pueden desarrollar esta afección antes del embarazo sin saberlo, aumentando el riesgo de diabetes gestacional.
En la mayoría de las mujeres que experimentan diabetes gestacional, esta condición tiende a desaparecer después del parto. Sin embargo, en casos en los que la diabetes persiste, se clasifica como diabetes tipo 2.
Incluso, según datos de los CDC, si la diabetes gestacional remite después del nacimiento del bebé, alrededor del 50% de las mujeres que la han experimentado desarrollarán diabetes tipo 2 en algún momento.
Vea el programa completo aquí.
Este fue el caso de Keishla Hernández, paciente de diabetes tipo 2 de Puerto Rico, cuyo diagnóstico inició con diabetes gestacional durante su embarazo en 2019. Adicionalmente, padecía obesidad mórbida, por lo que su pronóstico no era del todo favorable.
“A los 12 años fui diagnosticada con hipoglicemia, nunca me cuidé, no me alimentaba bien, no hacía ejercicio y cuando quedé embarazada, me diagnosticaron diabetes gestacional. El embarazo se fue y la diabetes se quedó”.
Tras el diagnóstico, Keishla atravesó un episodio depresivo que la llevó a un estado de negación inicial. “Primero, pensaba que el mundo se me iba a acabar, el diagnóstico no era muy bueno porque tenía la glicosilada en 14, no hacía ejercicio, no me alimentaba bien, no desayunaba y a nivel emocional, acababa de pasar por una pérdida”.
Sin embargo, conforme pasaba el tiempo, y gracias al apoyo psicológico que recibió en su momento, cambió la perspectiva sobre la situación que atravesaba y se propuso cambiar sus hábitos para mejorar su salud.
“Decidí poner de mi parte, junto con los consejos de mi nutricionista, y comencé a bajar de peso y a tratarme con los medicamentos. Sí vi mejoría, pero no es hasta que incorporé el ejercicio en mi vida, que de verdad empieza a mejorar la condición”.
Sin embargo, el estigma que existe en torno a este tipo de condiciones hacía que Keishla sintiera retraimiento. “Yo no me quería inyectar delante de mis compañeros de trabajo, y no quería que nadie supiera que yo tenía diabetes. No quería que la gente me tratara diferente”.
Afortunadamente, esta situación logró superarla con éxito gracias a la terapia que recibía, a través de la cual, menciona, adquirió las herramientas para poder aceptarlo mejor y comunicarlo a sus allegados.
“Mi psicóloga me dio estas herramientas para poder, no decirlo a los cuatro vientos, pero preparar el equipo porque, cuando me bajaba el azúcar, me caía al piso o me subía demasiado y me sentía mareada, con dolores de cabeza”.
“Lo más difícil fue el proceso de aceptación, y luego fue poderlo decir porque cuando lo acepté al principio, no lo quería publicar ni que se me vieran los sensores o que me vieran inyectándome, y poco a poco fui trabajando con eso a nivel emocional”.
Tras el diagnóstico y su decisión de velar por su bienestar, Keishla perdió 60 libras cambiando su alimentación, sin embargo, no vio mejoría sino hasta cuando empezó una disciplina deportiva, el fondismo.
Actualmente, Keishla ha participado en maratones y en medias maratones dentro y fuera de Puerto Rico. Si bien ha tenido pensamientos limitantes, ha podido dejarlos de lado con el acompañamiento de su psicóloga.
“Aunque bajé de peso con la nutrición, no es hasta que comienzo el fondismo que se empieza a notar, y a que bajen esos porcentajes de colesterol y grasa”, concluyó. “Comencé con mi entrenador, caminando poco a poco, pero yo quería dar más”.