Revelan factores inesperados que favorecen esta condición que afecta hasta al 60% de las mujeres en algún momento de su vida

Las infecciones urinarias representan uno de los problemas de salud más frecuentes entre las mujeres, con una prevalencia alarmante: entre el 50% y 60% las experimentará al menos una vez en su vida.
Sin embargo, más allá de los factores tradicionalmente conocidos como la actividad sexual o la higiene inadecuada, existen desencadenantes cotidianos que pasan desapercibidos y pueden incrementar significativamente el riesgo de desarrollar esta condición.
La detección temprana resulta crucial, ya que lo que parece una molestia menor puede derivar en complicaciones graves como daño renal, infecciones recurrentes o incluso sepsis si no se trata oportunamente.
El consumo de carne contaminada con la bacteria Escherichia coli emerge como un factor relevante que muchos desconocen. Investigaciones científicas estiman que hasta el 18% de los casos de infecciones urinarias podrían estar relacionados con este origen, siendo el pollo y el pavo los productos de mayor riesgo.
Aunque cocinar la carne adecuadamente elimina la bacteria, el microorganismo puede transferirse a otros alimentos durante la manipulación. Se calcula que este hábito provoca medio millón de infecciones cada año.
Los expertos recomiendan lavarse las manos frecuentemente, utilizar tablas de cortar separadas para la carne, cocinarla a la temperatura interna adecuada y desinfectar todas las superficies de trabajo.
La práctica frecuente de ciclismo se asocia con una mayor probabilidad de desarrollar infecciones urinarias, especialmente entre mujeres.
Una encuesta publicada en PubMed y realizada a más de 3.100 mujeres reveló que las ciclistas presentan una incidencia superior en comparación con quienes no practican este deporte.
Aunque las causas exactas no se han determinado con certeza, se consideran factores como la anatomía femenina y la fricción del asiento. Para minimizar el riesgo, los especialistas aconsejan mantener una buena hidratación antes y durante el ejercicio, así como cambiarse la ropa sudada inmediatamente después de finalizar la actividad.
El uso de antidepresivos, particularmente los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y los antidepresivos tricíclicos (ATC), puede favorecer la aparición de infecciones urinarias debido a la retención de líquido, un efecto secundario poco conocido según expertos consultados.
Esta condición propicia la acumulación de bacterias en la vejiga, creando un entorno favorable para la infección. Para quienes toman estos medicamentos, se recomienda incrementar la ingesta de agua y mantener una higiene adecuada.
El estreñimiento constituye otro factor de riesgo significativo, especialmente en adultos mayores de 50 años.
Ensayos científicos han identificado una fuerte relación entre ambas condiciones en este grupo etario. La contracción involuntaria de los músculos del suelo pélvico puede contribuir a la retención de orina, facilitando la proliferación bacteriana.
Para aliviarlo, los especialistas sugieren aumentar el consumo de fibra, beber más agua y realizar actividad física regular.
Reconocer los signos tempranos de una infección urinaria es fundamental para buscar atención médica oportuna:
Dolor o ardor al orinar: Suele ser el primer indicio de bacterias en la uretra o vejiga. La doctora Kavita Mishra, de Stanford Medicine, señala que si la molestia es esporádica sin otros síntomas, es posible que el organismo haya eliminado las bacterias por sí solo.
Urgencia constante: La sensación persistente de necesidad de orinar, incluso después de vaciar la vejiga, es característica. Las bacterias irritan la uretra y la mucosa vesical, generando urgencia constante.
Alteraciones visuales y olfativas: Orina turbia, con sangre o de color anómalo, así como olor intenso y penetrante que persiste, deben considerarse señales de alerta.
Síntomas sistémicos: Dolor pélvico o abdominal, fatiga extrema o fiebre reflejan la respuesta inflamatoria del organismo y requieren atención médica inmediata.
Las mujeres posmenopáusicas presentan un riesgo mayor debido a cambios en el pH vaginal que alteran el equilibrio bacteriano. La prevención, el conocimiento de estos factores de riesgo y la consulta temprana siguen siendo las mejores herramientas para evitar complicaciones graves.