La historia nace con el Padre Francisco García, quien rompió el miedo de la época al entrar a ayudar a un paciente abandonado en un cuarto aislado. Ese gesto de humanidad encendió el movimiento que creó el primer albergue para personas con SIDA en etapa terminal.

Hace más de 27 años, para ser más precisos, el 5 de mayo de 1988, se inauguró oficialmente en el sur de Puerto Rico el primer albergue para atender a pacientes de SIDA, un hito en la salud pública de la isla.
La ceremonia de inauguración contó con la participación del entonces gobernador, Rafael Hernández Colón. No obstante, los orígenes de este centro se remontan a un esfuerzo comunitario previo en Adjuntas, bajo el liderazgo del Padre Rafael García, un sacerdote franciscano de origen cubano que se convertiría en la figura central de esta iniciativa.
Este proyecto nació en una época de profunda desinformación y estigma, donde el miedo al contagio dominaba la percepción pública.
El centro, que antecedió al albergue oficial, se había ubicado inicialmente en Adjuntas bajo el auspicio y el trabajo del padre Rafael García. Desde 1988, este sacerdote franciscano de origen cubano se dedicó a atender a los pacientes de SIDA. Sin embargo, esta misión humanitaria no estuvo exenta de una feroz oposición.
"En adjuntas no querían que estuviera el albergue allí. Algunos sectores de adjuntas, tampoco en Ponce, incluso en adjuntas, hubo un predicador pentecostal muy fogoso y muy conocido en aquella época que hizo campaña en contra del albergue y que hizo campaña en contra del padre Francisco", recuerda el periodista de la revista Medicina y Salud Pública, Luis Penchi.
Este contexto nos acerca un poco a la atmósfera de la época, ya que "era la época en que se creía que se podía contagiar el SIDA con tocar a una persona, con compartir el baño, con besarlo, con darle la mano, etc. Fueron años muy difíciles", asegura.
No obstante, un día como hoy, 1 de diciembre, en conmemoración del día mundial del VIH/ SIDA, recordamos esta valiosa historia y sus esfuerzos por proteger a los pacientes.
Así pues, el compromiso del Padre Francisco con esta población vulnerable nació de una experiencia fortuita mientras gestionaba un hogar para ancianos desamparados.
Según lo narra el Sr. José Daniel Echevarría, portavoz y enlace comunitario del primer albergue de SIDA, para la revista MSP, "él comenzó atendiendo un hogar para ancianos desamparados, que los ubicó en el salón parroquial de la Iglesia San Joaquín y Santa Ana, en Adjuntas. Y entonces, va con uno de estos ancianos a lo que era el Hospital Regional de Ponce, y allí se encuentra con que en una habitación aislado había una persona que estaba llamando, pidiendo ayuda, hacía rato, y no entraban enfermeras, no entraban médicos a ese cuarto aislado, y él le dio con entrar. Y lo único que estaba pidiendo la persona era agua. Y el padre Francisco le mojó con un algodón los labios con agua, y ahí fue que comenzó lo que eventualmente fue el albergue de la Providencia, el primer hogar para pacientes de SIDA en etapa terminal". Este acto de compasión fue la chispa que encendió un movimiento de caridad.
La oposición al albergue se hizo visible en figuras públicas como un pastor pentecostal:
"Recuerdo bien que él empezó a predicar en la plaza pública de Adjuntas en contra del albergue, y en contra del padre Francisco, y el padre Francisco se fue a la plaza pública de Adjuntas. El padre Francisco bajó, él bajó para, bueno, qué es lo que usted quiere de mí, o sea, vamos a hablar sobre lo que usted quiera".
Esta confrontación era particularmente dolorosa porque, como se señala, "lo que estaba buscando el padre Francisco es que no se muriera los pacientes, porque se estaban muriendo".
El estigma era tan profundo que incluso afectó a los voluntarios; el Sr. José Daniel Echevarría, uno de los primeros portavoces, compartió su experiencia personal como un ejemplo de una pequeña parte de lo que pasaba en esa época en la sociedad: "Como yo me fui a vivir al albergue, viví 9 meses en el albergue, los fines de semana que yo iba a mi casa, mi mamá me tenía separada toalla, jabón. Aparte. O sea, todo eso era aparte. Yo le decía a mami, no hay ningún peligro de contagio".
Para combatir esto, implementaron una estrategia educativa: "Empezamos a educar, íbamos a las parroquias, íbamos a las escuelas, dábamos orientación y así se fue orientando el pueblo".
El proyecto creció y se trasladó a Ponce, instalándose en lo que había sido la unidad de salud pública del antiguo hospital de distrito. Sin embargo, el Padre Francisco también enfrentó resistencias dentro de su propia comunidad religiosa.
Al mudar a los pacientes desde Adjuntas, se encontró con la oposición de sus hermanos de orden: "Cuando Padre Francisco muda a los pacientes que tenía en Adjuntas, que eran como cinco pacientes a Ponce, tenía que buscar quién le ayudara a mover las cosas que había allí del albergue... y cuando llegó a recogerla, muchas de esas cosas que eran artículos de pampers para adultos, los frailes, para sacarlas de donde él las tenía en el salón parroquial, las tiraron afuera, y muchas cosas se dañaron lamentablemente. A ese nivel, una de las cosas que Francisco tuvo que enfrentar".
A pesar de estos obstáculos, la institución se levantó con el apoyo de la comunidad a través de radiomaratones y la ayuda de voluntarios.
La labor dentro del albergue era intensa y emocional. José, quien vivió nueve meses en el centro, relata: "Sí, yo tuve pacientes, o sea, tanto Francisco, como todos los voluntarios que habían, tuvimos pacientes que murieron en nuestros brazos".
El albergue acogía a todo tipo de personas, ya que "allí se recibía todo tipo de pacientes de sida en etapa terminal, o sea, hombres, mujeres, adictos, homosexuales, que estuvieran en su etapa terminal". La mayoría provenía de entornos de pobreza y abandono.
Hoy día, con los avances en el tratamiento del VIH, la naturaleza del cuidado cambió y, en 2013, el albergue enfrentó su capítulo final. La propiedad del hospital había sido vendida a la Iglesia Episcopal, la cual decidió desalojar la instalación.
"Padre Francisco dice, mira, es que hay otros, aquí hay muchos edificios en este complejo que no están siendo utilizados y a lo mejor ustedes le pueden dar uso, pero no saquen el albergue que está dando un servicio al país completo".
No se logró ningún acuerdo y el caso fue a los tribunales. En un giro trágico, "casualmente dos días antes de que se viera el juicio para el desahucio, el padre Francisco falleció el 27 de febrero del 2014".
La controversia persistió incluso después de su muerte, ya que durante su funeral, "la administración no permite que la comitiva fúnebre pase los restos mortales de Francisco que entren a lo que había sido la institución que él fundó".
Irónicamente, las instalaciones que tanto costó construir y mantener finalmente fueron abandonadas, como confirmó Echevarría: "Me estaciono justo frente a lo que había sido el albergue y para mi sorpresa las facilidades estaban abandonadas...".
El legado del Padre Francisco García, sin embargo, trasciende las estructuras físicas, permaneciendo como una muestra de compasión y lucha humana contra la adversidad en los tiempos más oscuros de la epidemia del SIDA.