El síndrome de dolor miofascial es una afección musculoesquelética persistente que puede causar molestias profundas, nódulos sensibles y fatiga constante.
El síndrome de dolor miofascial es un trastorno musculoesquelético crónico que afecta tanto a los músculos como a la fascia, una capa delgada de tejido conectivo que los recubre y sostiene. Se caracteriza por la presencia de puntos gatillo o zonas localizadas de tensión muscular que, al ser presionadas, generan dolor. Este puede estar limitado a la zona afectada o irradiarse hacia otras partes del cuerpo, fenómeno conocido como dolor referido.
Este tipo de dolor se manifiesta comúnmente en áreas como los hombros, la espalda, la cabeza (cefalea tensional) y la región facial.
Aunque en muchos casos la causa exacta se desconoce, el síndrome puede desarrollarse tras la realización repetitiva de movimientos que sobrecargan los músculos. Factores como el esfuerzo físico prolongado, las malas posturas, el estrés emocional y la debilidad muscular contribuyen significativamente. También se han reportado casos en los que no es posible identificar un desencadenante específico.
Los signos clínicos más comunes incluyen:
Dolor muscular profundo y persistente
Nódulos o zonas sensibles al tacto en los músculos
Empeoramiento del dolor con el tiempo
Dificultad para conciliar el sueño debido al dolor
Fatiga generalizada
Sensación de malestar continuo
Si el dolor muscular persiste a pesar del descanso, los masajes o las estrategias de autocuidado habituales, se recomienda consultar a un profesional de la salud para una evaluación más detallada.
Diversos elementos pueden incrementar el riesgo de desarrollar esta afección, entre ellos:
Lesiones musculares previas: tanto las lesiones agudas como la tensión muscular crónica pueden dar lugar a la formación de puntos gatillo.
Movimientos repetitivos y mala postura: estas condiciones favorecen la sobrecarga muscular localizada.
Estrés y ansiedad: se ha planteado la hipótesis de que las personas con altos niveles de estrés tienden a mantener una tensión muscular constante, lo que favorece la aparición del dolor.
Las principales complicaciones derivadas del síndrome incluyen:
Trastornos del sueño: debido a la dificultad para encontrar una posición cómoda o por despertares causados por el dolor.
Fibromialgia: algunos estudios sugieren una posible progresión del dolor miofascial hacia esta condición de dolor crónico generalizado, posiblemente por una sensibilización progresiva del sistema nervioso central.
El diagnóstico se basa principalmente en la evaluación clínica. Durante el examen físico, el profesional de salud puede identificar los puntos gatillo mediante palpación. En algunos casos, al aplicar presión sobre estas áreas se desencadenan respuestas reflejas como contracciones musculares.
Dado que el dolor muscular puede tener múltiples causas, pueden ser necesarias pruebas adicionales para descartar otras condiciones.
El abordaje terapéutico del síndrome de dolor miofascial es multimodal e incluye intervenciones farmacológicas, fisioterapia, procedimientos locales y cambios en el estilo de vida.
Analgésicos de venta libre: como el ibuprofeno o el naproxeno, disponibles también en formulaciones tópicas.
Antidepresivos tricíclicos: como la amitriptilina, útiles en algunos pacientes para mejorar el sueño y reducir el dolor.
Relajantes musculares: como el clonazepam, pueden ser útiles en casos seleccionados, aunque su uso prolongado requiere precaución debido al riesgo de dependencia.
El tratamiento fisioterapéutico puede incluir:
Estiramientos suaves del músculo afectado, a veces acompañados del uso de esprays anestésicos.
Masajes terapéuticos dirigidos a liberar la tensión muscular acumulada.
Inyecciones en puntos gatillo: se pueden administrar anestésicos locales, corticosteroides o toxina botulínica.
Punción seca: la inserción de agujas sin inyectar sustancias también puede aliviar la tensión muscular.
Estimulación eléctrica transcutánea (TENS): aunque su mecanismo no está completamente esclarecido, se ha observado alivio en algunos casos.
Ultrasonido terapéutico y ondas de choque extracorpóreas, que buscan mejorar la circulación y reducir la inflamación local.
Adoptar hábitos saludables puede contribuir significativamente al manejo del dolor:
Actividad física regular: ejercicios de bajo impacto, adaptados a las condiciones del paciente, ayudan a reducir la rigidez y mejorar el estado anímico.
Técnicas de relajación: como la meditación, la respiración consciente o llevar un diario personal pueden reducir el estrés y su impacto en la tensión muscular.
Higiene del sueño y alimentación balanceada: mantener una dieta rica en frutas y verduras, así como dormir adecuadamente, fortalece la capacidad del organismo para enfrentar el dolor crónico.