En promedio, los estadounidenses obtienen alrededor del 13 % de sus calorías totales de los azúcares agregados, y las principales fuentes son las bebidas y los refrigerios endulzados con azúcar.
A la mayoría de los niños les encantan los dulces. Tartas, chocolatinas, caramelos, magdalenas, helados y gominolas se encuentran dentro de su lista de alimentos preferidos. Y todo parece indicar que no se trata de una simple preferencia relacionada con el sabor dulce, sino que existe una razón más fuerte de índole biológica.
El origen de la preferencia infantil por los dulces
Investigadores de la Universidad de Washington y el Centro Monell se preguntaron por qué en todas las culturas los niños prefieren alimentos mucho más dulces que los adultos, un gusto que suele disminuir en la adolescencia y se atenúa bastante en la madurez. Para encontrar una respuesta, analizaron a 143 niños con edades comprendidas entre los 11 y 15 años.
El estudio, publicado en la revista Physiology & Behavior, descubrió que los niños a los que les gustaban más los dulces tenían niveles más elevados de un biomarcador asociado con el crecimiento óseo. ¿Qué significa?
Los investigadores creen que la preferencia por los sabores dulces se debe a un crecimiento rápido que aumenta las necesidades calóricas del organismo infantil, de manera que este buscaría fuentes de energía rápida como las que aporta el azúcar. De hecho, el estudio comprobó que cuando los marcadores de crecimiento óseo disminuyen con el paso de los años, también se reducen las preferencias por los alimentos muy dulces.
El problema no es el azúcar, sino su consumo excesivo
El azúcar es una fuente de energía inmediata que el organismo infantil necesita y aprovecha muy bien. La leche materna, por ejemplo, contiene más de 200 azúcares complejos llamados oligosacáridos, los cuales actúan como prebióticos alimentando a las “bacterias buenas” del intestino del bebé.
El problema comienza cuando los niños consumen demasiada azúcar ya que el organismo no la utiliza para obtener energía, sino que ese exceso se almacena en forma de grasa. Entonces el azúcar termina siendo dañina y puede causar obesidad y diabetes, además de afectar la salud bucodental.
A largo plazo, el consumo excesivo de azúcar en la infancia incluso puede acortar la esperanza de vida ya que sus consecuencias nos acompañan durante la etapa adulta aumentando el riesgo de desarrollar diferentes enfermedades crónicas.
De hecho, el número de adipocitos que tendremos se determina durante los primeros años de vida, por lo que si engordamos demasiado podríamos desarrollar una hiperplasia adipocitaria, lo cual significa que tendremos más células con capacidad para almacenar grasa y seremos más propensos al sobrepeso y la obesidad.
La clave radica en la mesura
La Asociación Americana de Corazón ha afirmado que “el consumo de pequeñas cantidades de azúcar como parte de una dieta saludable es seguro”. No obstante, para evitar daños a la salud, los padres deben asegurarse de que los niños no consuman más de 25 gramos de azúcar al día, que sería el equivalente a 6 cucharaditas, y recomiendan evitar el azúcar añadido en los niños menores de dos años.
Eso significa que es importante que los padres comiencen a fijarse en la cantidad de azúcar añadido que suman a la dieta de sus hijos ya que no se trata solo de los terrones que se añaden a la leche sino del azúcar oculta que se encuentra en diferentes alimentos. La Organización Mundial de la Salud recomienda que, como regla general, el consumo de azúcares libres represente menos del 5% de la ingesta calórica total.
Por tanto, es recomendable que los padres encuentren opciones deliciosas pero bajas en azúcar, como Mininolas, una línea de golosinas sin azúcar con un 40% menos de calorías. Se trata de golosinas sin alérgenos (no contienen huevo, gluten, leche, frutos secos ni lactosa) y también hay gominolas aptas para veganos.