La alimentación, por una vez, no es diferente a lo que cabe esperar según el refranero tradicional, y a mayor frecuencia de consumo durante el embarazo y la lactancia, más contacto entre el feto/el bebé y los diferentes sabores
Aunque es errada la creencia de que debemos comer por dos o alimentarnos por dos, si es realmente importante consumir alimentos que aporten al adecuado desarrollo del pequeño que está en tu vientre.
¿Y qué sabores debemos escoger? En realidad, una dieta sana y equilibrada ya incluye una gran variedad de sabores y es la que más conviene a la madre y al futuro bebé por cuestiones básicas de salud. Además, conviene no evitar aquellos sabores fuertes que acostumbramos a consumir en la dieta mediterránea.
El ajo, la cebolla, el pimentón o las hierbas aromáticas tradicionalmente utilizadas en nuestros platos más cotidianos no deben faltar, pero tampoco debemos limitarnos a ellos. Sabores picantes, como la guindilla o los pimientos del padrón, y otros sabores intensos de otras culturas, como la india, con una gran variedad de currys, son algunos de los que, según los investigadores, más interesan al bebé en su estancia in útero por ser fáciles de detectar en el líquido amniótico.
Es evidente que cada cultura tiene un amplio abanico de sabores, y no todos, en la edad adulta, estamos abiertos a los sabores de otras culturas, pero, exponiendo al feto a ellos, si podemos conseguir que nuestro hijo acepte de buen grado una gran variedad de platos, lo cual significa un beneficio cultural a corto y a largo plazo.
Curiosamente, algunos investigadores aseguran que la comida picante tiende a resultar en la aparición de hipo en el feto, mientras que otros tan diferentes como la menta, la vainilla, las sardinas, las zanahorias o el anís son capaces de generar recuerdos organolépticos en el feto que facilitan la aceptación de alimentos de sabores y características similares al introducirlos con la alimentación complementaria.
Así, si la madre tiene tendencia a consumir verduras de sabores característicos sin mucho aderezo -que en estos casos enmascara su sabor y lo hace indetectable para el feto-, como el tomate, el brócoli, los espárragos trigueros o las coles de Bruselas, el bebé tiene muchas posibilidades de aceptar esos alimentos con agrado cuando se le ofrezcan más adelante, muy por encima de aquellos bebés cuyas madres se limitaron a consumir comidas básicas con poco sabor, como el arroz y la pasta.
Aunque no es una garantía de éxito, puesto que, inevitablemente, siempre habrá niños que se nieguen a comer ciertos alimentos, exponer al bebé a alimentos sanos –ya sean verduras, hortalizas, pescados azules o platos más complejos- de intensos sabores durante el embarazo y la lactancia tiene implicaciones no solo en sus hábitos alimentarios futuros, sino también en su salud.
Como dice el refrán, en la variedad está el gusto, así que, independientemente de la edad, aunque es cierto que suele intensificarse en la infancia, a mayor exposición a algo, más posibilidades de aceptación. La alimentación, por una vez, no es diferente a lo que cabe esperar según el refranero tradicional, y a mayor frecuencia de consumo durante el embarazo y la lactancia, más contacto entre el feto/el bebé y los diferentes sabores, y, por tanto, más posibilidades de que el niño reconozca como familiares y acepte muchos y muy variados alimentos en su biblioteca de sabores habituales.