El diagnóstico precoz es el mantra de la lucha contra el cáncer. Avistar un tumor en sus fases iniciales dispara las opciones de tratamiento y curación. Con este propósito, un equipo internacional de investigadores ha empleado las más modernas técnicas de rastreo mediante biopsia líquida. Con ellas han buscado en la sangre de más de mil pacientes las huellas de ocho tipos de tumores antes de diseminarse en forma de metástasis. Lo publican en la revista Science.
Los resultados son esperanzadores: han encontrado hasta el 70% de ellos, equivocándose en menos de un 1% cuando se aplicaba en personas sanas. A pesar de estos números, todavía queda un largo camino antes de poder aplicarlo de forma generalizada. Las más modernas técnicas y los datos espectaculares chocan a veces con la realidad.
“Es un estudio muy potente”, reconoce Beatriz Bellosillo, jefa de la sección de Biología Molecular en el departamento de Anatomía Patológica del Hospital del Mar, en Barcelona. “Hasta ahora la mayor parte de los estudios con biopsia líquida se habían dirigido al seguimiento del cáncer y su tratamiento, sobre todo cuando ya hay metástasis, porque la cantidad de ADN en la sangre es mayor. Este estudio se dirige a una fase anterior”.
La biopsia líquida es una prueba que busca en la sangre restos procedentes de células cancerígenas que se han desprendido del tumor. En las fases más precoces puede haber menos de una de esas moléculas por cada mililitro de muestra, haciendo realidad el dicho de la aguja en un pajar.
En el trabajo, liderado por la Johns Hopkins University School of Medicine (EE UU), se seleccionaron 1.005 pacientes de ocho tipos de cáncer: ovario, hígado, estómago, páncreas, esófago, colon, pulmón y mama. Además, se analizó la sangre de 812 personas aparentemente sanas.
“El objetivo es desarrollar un test de cribado en sangre que detecte muchos tipos de tumores y que pueda ser usado rutinariamente en personas sanas”, comenta a Sinc el oncólogo Nickolas Papadopoulos, uno de los responsables del estudio. Eso permitiría detectarlos en un momento en que tratamientos como la cirugía podrían ser curativos. “Para ello usamos un pequeño pero robusto panel de genes y proteínas y desarrollamos algoritmos rigurosos de detección”, añade.
En concreto, se buscaron las mutaciones más características de 16 genes que suelen estar alterados en estos tipos de cáncer, y se complementaron con los valores de 8 proteínas cuya concentración suele aumentar. Con esta información, los investigadores generaron un algoritmo que permitía discernir la presencia o ausencia de tumor. Llamaron a la herramienta CancerSEEK (la búsqueda del cáncer).
En general, identificó la presencia de un tumor en un 70% de los casos. Solo encontró el 40% de los de mama, pero a cambio captó más del 95% de los de ovario o hígado. Además, en un 83% de los pacientes acertó también a localizar el tejido en el que se encontraba el tumor, lo cual facilitaría enormemente el seguimiento y el posible tratamiento.
“El estudio abre la puerta a tumores donde no teníamos ninguna herramienta de detección precoz, como los de ovario, hígado o páncreas”, afirma Xavier Castells, jefe del servicio de Epidemiología en el mismo Hospital del Mar de Barcelona. “Sin embargo, son solo los primeros pasos: aún estamos muy lejos de poder aplicarlo. Y, desde luego, no sustituye ni mucho menos a los programas que ya están en funcionamiento”. Más allá del laboratorio está la realidad.
Ahora mismo, en España existen dos programas de cribado a nivel poblacional. Son los de detección de cáncer de mama (en mujeres entre 50 y 69 años) y de cáncer de colon (en hombres y mujeres también entre 50 y 69 años). El de cáncer de cuello de útero “se ofrece de manera oportunista en las consultas, pero seguramente acabe también implantándose”, apunta Castells.
Otros, como el de cáncer de próstata, no están recomendados ahora mismo, aunque se hagan de forma individual. El problema es que hay un delicado equilibrio entre los beneficios y los riesgos. Entre estos últimos están los posibles diagnósticos incorrectos (los falsos positivos), el sobrediagnóstico y el sesgo de adelanto del tiempo de diagnóstico.
Un ejemplo del problema de los falsos positivos apareció en 2011. Ese año, un enorme estudio analizó la posibilidad de detectar precozmente el cáncer de pulmón mediante un TAC de baja dosis de radiación. Concluyó que su uso disminuía la mortalidad entre un 15 y un 20%. Sin embargo, su recomendación es moderada y sigue sin implantarse. Aunque se hacía en grandes fumadores —que tienen un riesgo mucho mayor—, solo uno de cada 20 casos resultaba ser un tumor. 19 de cada 20 diagnósticos positivos resultaban ser falsos, con la consiguiente carga médica y psicológica que eso supone.
Haciendo números, CancerSEEK tendría unos resultados llamativos en caso de aplicarse en la población, aunque se equivocase solo en una de cada cien personas sanas. Grosso modo, los tumores incluidos representan un 45% de los que aparecen cada año en España, que suman unos 250.000.
La herramienta detectaría el 30% de todos los tumores, pero si se aplicara de forma generalizada daría lugar a unos 400.000 falsos positivos cada vez. Incluso aplicándolo por encima de los 50 años de edad, donde la probabilidad empieza a aumentar, habría más de 150.000 diagnósticos erróneos en cada ronda de análisis. De ahí la importancia de extremar la fiabilidad y de identificar los grupos de población con mayor riesgo.
El sobrediagnóstico es otra de las dificultades. En este caso no se trata de un error de diagnóstico, sino de pronóstico. Se detecta un tumor que existe, pero que por su evolución no necesitaría ser tratado. Es uno de los principales problemas del cribado de cáncer de próstata: los datos de las autopsias indican que al menos la mitad de los hombres mayores de 80 años tiene un cáncer de este tipo, aunque no haya dado ningún síntoma y fallezcan por cualquier otra causa. El cribado masivo los detectaría, pero no sería necesario tratarlos.
A esa dificultad se enfrentaría CancerSEEK, así como al sesgo de supervivencia: la impresión de que el cribado y el tratamiento precoz alargan necesariamente la vida. En ocasiones, adelantar el diagnóstico solo aumenta el tiempo entre este y la muerte, pero no la retrasa respecto a lo que lo haría una detección más tardía.
“En todo programa de cribado debemos aceptar parte de falsos positivos y de sobrediagnóstico”, asume Castells, quien reconoce que “este estudio tiene ventajas, como que es muy poco agresivo: basta con una muestra de sangre. Y, aunque parece que costaría unos 500 dólares por análisis, es muy posible que ese precio bajara mucho”.
Sin embargo, “el principal problema es que no tiene un diseño poblacional, por lo que todavía no podemos sacar conclusiones”. Varias de sus debilidades las recogen los propios autores en el artículo: los pacientes ya presentaban síntomas; no se comprobó su eficacia en un grupo independiente y, además, los voluntarios sanos estaban muy seleccionados. En condiciones reales estos podrían sufrir procesos inflamatorios que confundieran a la prueba y aumentaran los falsos negativos. Pero también, como ellos mismos apuntan y corrobora la doctora Bellosillo: “podría ser que tuvieran un tumor oculto que aún no hubiera dado síntomas”.
“Nuestro estudio sienta las bases de una prueba en sangre que detecte tumores de muchos tipos”, afirma Papadopoulos. “Sin embargo, para establecer su utilidad clínica y demostrar que puede salvar vidas, se necesitarán nuevos y grandes estudios en condiciones reales”, reconoce. O las más modernas tecnologías enfrentadas a la realidad.