Fue la reputación de la cocaína para combatir el hambre y la fatiga lo que llevó a un curioso médico austriaco a investigar más a fondo sus efectos.
BBC
En 1815, un joven alemán se convirtió en la primera persona en extraer la esencia del opio, y la llamó morphium, en honor al dios griego de los sueños, Morfeo.
Se llamaba Friedrich Sertürner y con sus experimentos halló la clave para crear todos los medicamentos modernos.
La que después se llamó morfina se empezó a utilizar ampliamente, especialmente para eliminar el dolor, pero también como sustituto del alcohol, hasta que los médicos se dieron cuenta de que era incluso más adictiva que las sustancias que se suponía que debía reemplazar.
Los opiáceos son estupendos analgésicos, pero tienen efectos secundarios significativos, desde estreñimiento y vómitos, hasta adicción y, si deprimen tu respiración, la muerte.
El éxito de Sertürner alentó a otros: para 1820 los químicos habían aislado otras sustancias de importancia médica como la quinina, la estricnina y la cafeína.
Las plantas de todo el mundo pronto fueron examinadas en busca de alcaloides que pudieran rivalizar con los opiáceos.
Una planta de América del Sur contenía una sustancia con propiedades extraordinarias para eliminar el dolor.
Pero, como la morfina, venía con un precio muy alto.
El alcaloide extraído de las hojas de coca era ya un estimulante muy conocido en Sudamérica.
El polvo blanco, conocido como cocaína, fue añadido a vinos, que fueron promovidos por el Papa; a refrescos, para quienes desaprobaban el alcohol, y a gotas y pastillas calmantes.
Pero fue la reputación de la cocaína para combatir el hambre y la fatiga lo que llevó a un curioso médico austriaco a investigar más a fondo sus efectos.
Sigmund Freud era entonces un neurólogo en Viena.
Esto fue mucho antes de que él desarrollara el psicoanálisis. Y se interesó mucho por la cocaína.
La denominó una droga mágica, y se la recetó a sus pacientes para toda una gama de dolencias, incluida la adicción a la morfina, irónicamente.
Además, le envió muestras de cocaína a varios de sus colegas, incluido un médico oculista llamado Karl Koller.
Koller había estado usando morfina y otras sustancias para tratar de aliviar la agonía de la cirugía ocular, pero nada había funcionado.
Cuando probó un poco de cocaína, notó que la punta de su lengua estaba entumecida.
Se preguntó entonces qué pasaría si se pusiera cocaína en el ojo.
Primero, lo probó con una rana y un perro y parecían estar bien, así que decidió disolver un poco del polvo en agua y ponerse unas gotas en sus ojos y en los de un colega.
Luego pincharon sus ojos con un alfiler afilado.
Descubrieron que estaban totalmente entumecidos.
Era extraordinario. Mientras que los opiáceos adormecían el dolor, la cocaína era un anestésico, que significa literalmente, sin sensación.
La cocaína evita que los nervios envíen señales. Y afecta no solo a los nervios que detectan el dolor, sino a todos ellos. Es por eso que hace que el ojo o la lengua se sientan completamente adormecidos.
La cocaína hizo posible la cirugía ocular complicada.
En la actualidad no se usa mucho, pero sus derivados ciertamente sí: forman la base de muchos anestésicos locales.
Así que si alguna vez te encuentras en la silla del dentista soportando alguna potencialmente dolorosa operación, recuerda con agradecimiento a Sigmund Freud y al Dr. Koller. O Coca Koller, como a veces se le llamaba.