El caso, documentado en la literatura médica, destaca los graves riesgos de la automedicación con este fármaco psiquiátrico y la importancia del monitoreo constante
Una mujer de 80 años, se presentó a emergencias inconsciente con bradicardia severa que requirió la implantación de un marcapasos temporal, estuvo a punto de morir después de tomar litio durante más de dos décadas sin control médico para tratar su trastorno bipolar.
La historia comenzó hace 25 años, cuando la paciente fue diagnosticada con trastorno bipolar tras la pérdida de su esposo.
Los médicos le prescribieron litio, uno de los estabilizadores del estado de ánimo más efectivos disponibles, en dosis de 300 mg cada 12 horas. Sin embargo, durante las siguientes dos décadas y media, la mujer continuó tomando el medicamento sin supervisión psiquiátrica ni de ningún otro médico.
Esta falta de control resultó fatal. El litio tiene un rango terapéutico muy estrecho (0.6-1.2 mEq/L), lo que significa que la diferencia entre una dosis efectiva y una tóxica es mínima. Los niveles en sangre de la paciente alcanzaron 2.55 mEq/L, más del doble del límite máximo seguro.
Durante dos semanas, la familia notó que la paciente presentaba fatiga y debilidad progresivas. En los últimos dos días antes de su hospitalización, desarrolló delirio y habla incoherente, hasta llegar al punto de perder completamente la capacidad de comunicarse.
Cuando llegó al servicio de emergencias, los médicos encontraron:
Presión arterial relativamente normal (125/70 mmHg)
Bradicardia severa (40 latidos por minuto)
Pérdida de conciencia (puntuación Glasgow de 12)
Electrocardiograma que mostraba disfunción grave del nódulo sinusal
La situación era crítica. Los cardiólogos determinaron que la paciente necesitaba un marcapasos temporal inmediatamente para mantener su ritmo cardíaco.
Durante su estancia en la unidad de cuidados intensivos, los médicos descubrieron el historial de uso prolongado de litio sin supervisión.
Los análisis de sangre confirmaron la intoxicación severa y también revelaron daño renal, con niveles de creatinina elevados a 2.3 (indicando deterioro de la función renal). Tras consultar con especialistas en psiquiatría y toxicología, se suspendió inmediatamente el litio.
La respuesta al tratamiento fue notable. Los niveles de litio en sangre comenzaron a descender gradualmente desde los 2.55 mEq/L iniciales (nivel tóxico) hasta 2.45 mEq/L al tercer día, alcanzando finalmente 0.7 mEq/L dentro del rango normal al quinto día.
A medida que el litio se eliminaba del organismo, el electrocardiograma mostró una recuperación progresiva y el ritmo cardíaco volvió a la normalidad, lo que permitió apagar y posteriormente retirar el marcapasos temporal.
La paciente fue dada de alta en condiciones estables y durante un seguimiento de dos meses permaneció asintomática.
Aunque los efectos neurológicos y renales de la toxicidad por litio son bien conocidos, las complicaciones cardíacas suelen pasar desapercibidas por ser menos frecuentes. Sin embargo, pueden ser mortales e incluyen:
Trastornos del ritmo: Bradicardia, bloqueos cardíacos, arritmias
Alteraciones electrocardiográficas: Prolongación del intervalo QT, inversión de ondas T
Complicaciones graves: Taquicardia ventricular, fibrilación ventricular y muerte súbita
El mecanismo por el cual el litio afecta el corazón involucra su interferencia con el intercambio de sodio, potasio y calcio en las células cardíacas, alterando la conducción eléctrica normal del corazón.
Este caso clínico, según los investigadores, (Amir Heidari, et. al) ofrece enseñanzas valiosas tanto para pacientes como para profesionales de la salud.
La experiencia de esta mujer de 80 años ilustra dramáticamente las consecuencias de la falta de supervisión médica en el uso prolongado de litio. Durante 25 años, la ausencia de controles regulares permitió que los niveles del fármaco se acumularan silenciosamente hasta alcanzar concentraciones tóxicas.
Los síntomas iniciales de toxicidad, como la fatiga progresiva y los cambios en el estado mental que experimentó la paciente, pueden ser sutiles y desarrollarse gradualmente, haciendo que tanto pacientes como familiares no reconozcan la gravedad de la situación hasta que es demasiado tarde.