Los experimentos científicos en la Segunda Guerra Mundial no excluyen el desarrollo de la vacuna contra el tifus, cuyo proceso salvó la vida de miles de judíos.
La salud pública no solamente es un tema concerniente a profesionales de la salud, pacientes e instituciones. A lo largo de la historia, el estado de salud y las condiciones de vida de los seres humanos han permitido a las civilizaciones conquistar nuevos territorios y ganar nuevas batallas. Y para los médicos involucrados, dichos mecanismos permitieron también importantes avances -de acuerdo a su época- o reprochables conductas.
Sin embargo, este 2018 se destacó en medios de comunicación la importante labor del parasitólogo polaco Rudolf Weigl, quien haciendo alarde de sus capacidades intelectuales y de hallazgos científicos, creó la primera vacuna efectiva contra el tifus, una enfermedad causada por parásitos como los piojos, las pulgas y ácaros. Este logro, además, fue el que le permitió salvar la vida de miles de judíos durante el Holocausto nazi.
Durante el proceso de creación de la vacuna, Weigl ideó un novedoso sistema que le permitió cultivar la bacteria Ricketsia prowazekii -responsable del tifus- en el intestino de los piojos, un método totalmente novedoso teniendo en cuenta que en la época solamente se hacían este tipo de investigaciones en animales como cobayas y conejos. Su revolucionario método consistía en inocular en el ano del insecto esta bacteria, utilizando una aguja más pequeña que un capilar.
Como estos insectos se reproducen con gran facilidad y rapidez, Weigl ideó una granja de piojos. En un recinto cerrado, el investigador alimentaba a los insectos con sangre humana, incluida la de él mismo con el fin de probar los intentos de su vacuna y el desarrollo de las bacterias en los piojos. Por ello, cuando la Alemania de Adolf Hitler invadió Polonia, le propusieron al científico trabajar al servicio de los nazis. Una situación que podría parecer una traición, teniendo en cuenta que el científico aceptó la oferta.
De acuerdo con información registrada por el diario ABC, se le propuso liderar el Instituto de la Academia de Moscú, una propuesta que rechazó pero que a cambio, consiguió que ampliaran sus instalaciones en Polonia. Como los nazis ya enviaban judíos a los campos de concentración, Weigl también logró que miles de compañeros judíos fueran los 'alimentadores' de su granja de piojos.
La función de los 'alimentadores' simplemente consistía en sentarse durante 1 hora, colocarse alrededor del muslo un cinturón que contenía varias jaulas de piojos y dejar que los picaran. Es decir, permitir que los insectos se alimentaran con su sangre. Además, para reconocer a esta población de los judíos destinados a los campos se les asignaba un letrero con la inscripción "Apestado". Así, los miembros de la Gestapo evitaban el contacto con estas personas, debido al miedo por contraer el mortal tifus.
Aunque no había un peligro de contagio directo, pues las jaulas estaban diseñadas para que los insectos sacaran su cabeza sin escaparse, la bacteria se propagaba a través de las heces de los piojos, que se dispersaban si se rascaban las picaduras.
Y esta no fue la única manera de salvar judíos. También se tienen reportes de envíos clandestinos de vacunas a guetos como el de Varsovia, gracias a una colaboración secreta con el Ejército Polaco de la Resistencia (AK).
Tras la Segunda Guerra Mundial el científico decidió instalarse en Cracovia hasta su muerte. Su destacable labor investigativa se vio reducida por diferencias con el gobierno de la época que buscaba su desvinculación de la vacuna.