"Muchas tribus, muchas voces, pero no ocurre un cambio"

El cambio en el sistema de salud de Puerto Rico debe salir única y exclusivamente de la clase de profesionales de la salud.

Por: Humberto Lugo Vicente, MD


El sistema de salud de Puerto Rico se ha convertido en una mina donde todo el mundo puede extraer diamantes, tanzanita, rubíes, y lucrarse. Servirse al punto de ganar más que el esclavo que extrae el lujoso elemento en su origen. El trabajador que le dio nombre y apellido a esa mina.



El imperio de salud maneja aproximadamente 12 billones de dólares de forma anual en la Isla. Los que hacen el trabajo de minero están en la base de trabajo de esa gran pirámide. Incluye médicos, dentistas, enfermeras, farmacéuticas, laboratorios, imágenes, personal salubrista completo hasta que llegas al que mantiene limpio el lugar. Ellos se encargan de mantener la salud, cuidar del enfermo, hacer pruebas e imágenes, recetar medicamentos, proveer terapia, y manejar condiciones agudas y crónicas.



El médico es el eje sincronizado y principal precursor de esa mina. Dirige la orquesta de la salud del enfermo. Si Esculapio o Hipócrates no hubieran proyectado la importancia que tiene esta profesión que lleva hasta un juramento, jamás existiría el respeto y consideración que hay hacia el chamán, curandero, médico. Hay respeto, porque ese científico ha estudiado por largos años el cuerpo humano saludable y enfermo. 



Se estudia lo que es normal primero, para poder reconocer que es anormal, buscarle una explicación y terapia que lo regrese a ser normal de nuevo. En ocasiones hay explicación, pero no existe terapia. El médico no puede curar tu enfermedad. Entonces él aprendió como paliar ese mal de forma tal que puedas aceptar tu destino y vivir lo que te queda de una forma adecuada y favorable. 



Históricamente, por esta labor el médico recibía una compensación directa del enfermo. Era tanto el trabajo y las distancias que con los siglos se crearon intermediarios no-médicos en el camino. Intermediarios que facilitaron la tarea de poder recibir el tratamiento adecuado médico. 



El paciente paso de pagarle al médico, para pagarle al intermediario a cambio del mismo servicio. El intermediario facilitaba la administración de la mina, mientras el médico proveía terapia. Con el tiempo el intermediario creció económicamente y se formó una empresa que devengaba más dinero que el médico. El intermediario llegó a administrar la forma en que el médico practicaba la medicina. Inclusive podía buscar métodos más baratos de tratamiento e imponérselos a los médicos que trabajaban para ellos. Eso permitía duplicar las ganancias del intermediario a consecuencia de la calidad de cuidado médico de los enfermos. 



Se hicieron curvas actuariales que podían decir la expectativa de vida de un enfermo y cuanto le iba a salir en costos al intermediario. De esa forma se modificaban las condiciones que se tenían que eliminar del tratamiento porque no eran costo-efectiva para el intermediario. Algunos galenos prescindieron de los intermediarios, pero la gran mayoría quedo pillado en la red de servicios médicos que se había formado. Se quedó una población desprovista de intermediarios.



Se crearon tribus. Tribus de especialidades que fueron a negociar con el intermediario. Algunos tuvieron suerte, otros no. El nivel de vida aumentó. Apenas se podía pagar el consultorio, las secretarias, enfermeras, equipo médico actualizado, agua, luz, seguros, comunicación y publicidad con el estipendio que el intermediario le pagaba al galeno por enfermo. Ocurrió emigración a lugares donde el intermediario proveyera mejores honorarios, condiciones de trabajo, beneficios marginales, seguros, y oficina con todos sus gastos disponibles. Se tenían que ir, y se siguen yendo.



Afortunadamente, menos de un 25% de los médicos que se forman en la Isla emigran. Desafortunadamente, ese número que emigra y un poco más son necesarios en Puerto Rico.



Las tribus han gritado, muchas voces hablan de la decadencia del sistema de salud entre el proveedor y el intermediario. El intermediario se queda con 2 billones de dólares al año porque son una serie de compañías diversificadas que proveen un estipendio diferente cada una, para las mismas funciones de curabilidad de un paciente. 



Cada compañía intermediaria se puede ganar de 10 a 200 millones de dólares al año, y se estima más. Por supuesto, ese dinero lo usan para pagar una red de personal administrativo y médico que surge como trabajadores de los intermediarios. Docenas de compañías intermediarias que muy bien podrían ser una sola compañía intermediaria con el mismo personal de trabajo. Un seguro de salud nacional. 



Los recortes en gastos de publicidad, gastos ejecutivos, gastos de alta administración, gastos legales, gastos postales, gastos electrónicos, gastos misceláneos sería aproximadamente de 1.5 billones de dólares. Ese dinero se podría inyectar a la economía del enfermo. Ya se probó de forma matemática y social que un seguro nacional de salud es una alternativa viable. Miren hacia Europa y Canadá.



Para que eso ocurra, el primero que tiene que estar convencido es el médico. El cambio en el sistema de salud debe salir de la clase de profesionales de la salud única y exclusivamente. Pero el cambio no ocurre por muchos factores. 



Los principales factores que mantienen las cosas como están se pueden enumerar en siete:

1) miedo, vergüenza y humildad. Vino a curar con humildad, no a ser un administrador y siente miedo y apocamiento de apelar este tema; 

2) trabaja mucho, carece de tiempo porque hunde su mundo alrededor del paciente;

3) le complace lo que está ocurriendo y no quiere un cambio, o se siente desesperanzado en no poder hacer nada;

4) ya negoció una buena cubierta con el intermediario y no necesita más nada;

5) le es indiferente lo que está ocurriendo, aunque lo comenta a viva voz;

6) está frustrado y se siente impotente con no poder hacer mucho al respecto;

y 7) lo quiere todo para sí solo, avaricia, o tiene envidia por la luz con que se brilla. 



Es multifactorial. El tiempo transcurre, las olas pasan y borran las huellas de la arena, y dejamos de ser quienes somos. Pero mientras seamos médicos, tenemos el sagrado deber de curar. Y así seguirá ocurriendo mientras, van creciendo generaciones nuevas de médicos que si tienen el carácter necesario para hacer el cambio. 



Aunque con miedo, falta de tiempo, desesperanza, indiferencia, frustrado e impotente, esa nueva generación que está saliendo tiene las herramientas necesarias para vencer estos obstáculos de carácter y lograr el cambio para ellos y sus enfermos. Que al final somos nosotros mismos.





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