Entre sus disposiciones más relevantes destaca la creación de un mecanismo global para garantizar distribución equitativa de medicamentos, vacunas y equipos médicos, evitando el acaparamiento que caracterizó los primeros años de la crisis sanitaria.
Por: Katherine Ardila
Más de 190 países lograron consensuar el primer Tratado Internacional sobre Pandemias bajo el auspicio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), tras tres años de intensas negociaciones que pusieron a prueba la capacidad diplomática de las naciones.
El acuerdo, alcanzado durante la 77ª Asamblea Mundial de la Salud celebrada en Ginebra, establece por primera vez un marco jurídico vinculante para coordinar la respuesta global ante futuras crisis sanitarias, que los epidemiólogos consideran inevitables debido a la creciente aparición de nuevos patógenos en un mundo interconectado.
Las lecciones aprendidas del COVID-19
El tratado representa una respuesta directa a las dolorosas lecciones dejadas por la pandemia de COVID-19, donde se evidenciaron graves desigualdades en el acceso a vacunas y tratamientos entre países ricos y pobres.
Mecanismos clave para la equidad sanitaria
Entre sus disposiciones más relevantes destaca la creación de un mecanismo global para garantizar distribución equitativa de medicamentos, vacunas y equipos médicos, evitando el acaparamiento que caracterizó los primeros años de la crisis sanitaria.
Además, introduce innovadores principios como la obligación de que las farmacéuticas que utilicen muestras de patógenos compartidos por los países destinen el 20% de su producción a la OMS, con la mitad en forma de donación y la otra mitad a precios asequibles para naciones en desarrollo.
Tensiones y compromisos en la negociación
Sin embargo, el camino hacia el consenso no estuvo exento de tensiones. Durante las maratónicas sesiones finales de negociación, que incluyeron jornadas de hasta 24 horas continuas, los países en desarrollo expresaron su frustración por lo que consideraron compromisos diluidos en temas clave como la transferencia de tecnología y el financiamiento permanente para fortalecer sistemas sanitarios frágiles.
Pese a estas críticas, la mayoría de los delegados coincidieron en que el acuerdo, aunque imperfecto, representa un avance fundamental en la arquitectura global de salud pública.
Un acuerdo en contexto de crisis
El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, calificó el resultado como "un triunfo del multilateralismo en tiempos de divisiones geopolíticas", destacando especialmente los avances en transparencia sobre investigación de patógenos y los nuevos mecanismos para movilizar recursos durante emergencias.
Por su parte, organizaciones como Médicos Sin Fronteras reconocieron el valor simbólico del tratado pero advirtieron que su verdadero impacto dependerá de que los compromisos se traduzcan en acciones concretas y financiamiento adecuado, particularmente para los países más vulnerables.
El contexto político en que se adoptó este acuerdo no podría ser más desafiante: la OMS enfrenta actualmente una crisis financiera tras el retiro parcial de Estados Unidos, su principal contribuyente, mientras crecen las presiones para reformar su sistema de gobernanza.
Analistas coinciden en que la implementación efectiva del tratado requerirá superar no solo obstáculos técnicos y económicos, sino también las crecientes tensiones entre potencias globales que podrían dificultar la cooperación sanitaria en el futuro.
Con la sombra de nuevas variantes de COVID-19 y el riesgo latente de patógenos más letales, el mundo ha dado hoy un paso importante, aunque todavía insuficiente, hacia la construcción de defensas colectivas contra las pandemias del siglo XXI.