Aunque su nombre sugiere que sólo compromete las extremidades inferiores, estudios demuestran que también puede manifestarse en brazos, tronco e incluso el rostro, impactando gravemente la calidad del sueño y el bienestar general de quienes lo padecen.
Por: Laura Guio
Este trastorno neurológico, que se estima afecta entre el 5% y 10% de la población mundial, se caracteriza por generar una necesidad irresistible de mover las extremidades debido a sensaciones profundamente molestas que aparecen durante el reposo.
La descripción más común de quienes lo experimentan incluye hormigueo profundo, picazón, quemazón o una presión interna que solo se alivia temporalmente con el movimiento.
Sin embargo, tan pronto como cesan los movimientos, las molestias regresan, creando un ciclo frustrante que puede prolongarse durante horas.
Más que piernas: Un trastorno que se extiende por todo el cuerpo
Contrario a lo que indica su nombre, el SPI no se limita exclusivamente a las extremidades inferiores. Diversos estudios han documentado casos donde los brazos, el tronco e incluso áreas del rostro pueden verse comprometidas con las mismas sensaciones incómodas.
Esta característica amplía significativamente el impacto del trastorno, ya que las personas pueden experimentar molestias en múltiples zonas corporales simultáneamente, intensificando la interferencia con el descanso y las actividades diarias.
El círculo vicioso del insomnioUna de las consecuencias más devastadoras del SPI es su impacto directo sobre la calidad del sueño. Los síntomas típicamente se intensifican durante la tarde y la noche, justo cuando el cuerpo se prepara para descansar.
La imposibilidad de conciliar o mantener el sueño genera una cascada de efectos secundarios: somnolencia diurna, irritabilidad, problemas de concentración y deterioro de la memoria.
Por esta razón, muchos especialistas clasifican el SPI también como un trastorno del sueño, reconociendo que sus consecuencias trascienden lo meramente físico.
Un diagnóstico esquivoA pesar de su relativa frecuencia, el SPI continúa siendo subdiagnosticado. Muchas personas atribuyen erróneamente los síntomas a calambres, estrés acumulado o simples molestias musculares pasajeras. Esta confusión retrasa el diagnóstico apropiado y prolonga el sufrimiento innecesario.
El trastorno muestra mayor prevalencia en mujeres y adultos mayores, aunque también puede manifestarse en personas jóvenes, especialmente aquellas con antecedentes familiares, sugiriendo un componente genético significativo.
Estrategias para recuperar el descansoAunque requiere evaluación médica profesional, preferiblemente por un neurólogo o especialista en sueño, existen medidas prácticas que pueden ayudar a reducir la intensidad de los síntomas:
Actividad física moderada: Caminar regularmente, practicar yoga o realizar estiramientos suaves puede favorecer la circulación y reducir las molestias, siempre evitando el exceso que podría empeorar los síntomas.
Higiene del sueño: Mantener horarios regulares, evitar pantallas antes de dormir y crear un ambiente relajante contribuye significativamente a mejorar la calidad del descanso.
Eliminación de estimulantes: Reducir o suprimir el consumo de cafeína, alcohol y tabaco puede marcar una diferencia notable, ya que estas sustancias tienden a agravar el síndrome.
Técnicas de relajación: Baños tibios, masajes, meditación y ejercicios de respiración profunda ayudan a preparar el cuerpo para el descanso.
La importancia del diagnóstico tempranoEl SPI puede asociarse con deficiencias nutricionales, particularmente de hierro, o con condiciones médicas como insuficiencia renal crónica o diabetes. Un examen médico integral puede identificar estas causas subyacentes y orientar hacia tratamientos específicos.
Si las sensaciones de incomodidad o la necesidad constante de mover alguna parte del cuerpo se vuelven recurrentes, especialmente durante la noche, la consulta médica oportuna puede marcar la diferencia entre noches interminables y un descanso verdaderamente reparador.