Ética de privacidad en implantes cerebrales: ¿Qué pasaría si la tecnología pudiera leer tu mente?

Las interfaces cerebro-computadora (BCI) ya están implantadas en 36 personas en todo el mundo, según Blackrock, un fabricante líder de estos dispositivos.

Por: Pedro Felipe Cuellar


Caso clínico de Greg



Desde que Greg tenía 30 años, había vivido en un asilo de ancianos, esto debido a que seis años antes en un robo, quedó mínimamente consciente, incapaz de hablar o comer, tras pasar dos años en rehabilitación no tuvo una mejoría, pero a los 38 años, Greg recibió un implante cerebral a través de un ensayo clínico. 



En este caso, los cirujanos instalaron un electrodo a cada lado de su tálamo, la principal estación de retransmisión del cerebro.



“Las personas que están en un estado de conciencia mínima tienen circuitos cerebrales intactos, pero esos circuitos están sub-activados”, explica Joseph Fins, MD, jefe de la división de ética médica de Weill Cornell Medicine. 



¿Cómo funciona este tipo de procedimiento?



La entrega de impulsos eléctricos a las regiones afectadas, puede revitalizar esos circuitos, restaurando la función perdida o comprometida. “Estos dispositivos son como marcapasos para el cerebro”, sostiene el Dr. Fins, coautor de la cirugía de Greg.



Los investigadores apagaron y encendieron el dispositivo de Greg cada 30 días, observando cómo la estimulación eléctrica (o la falta de ella) alteraba sus habilidades. 



Después de seis años de silencio, Greg había recuperado la voz.



Las historias de éxito como la suya no están exentas de controversia, ya que la tecnología ha planteado una letanía de preguntas éticas:



  • ¿Puede una persona mínimamente consciente dar su consentimiento para una cirugía cerebral? 

  • ¿Qué sucede con los participantes del estudio cuando terminan los ensayos clínicos? 

  • ¿Cómo se pueden usar y proteger de manera responsable los datos neuronales de las personas?



Implantes funcionales actuales 



Las interfaces cerebro-computadora (BCI) ya están implantadas en 36 personas en todo el mundo, según Blackrock, un fabricante líder de estos dispositivos.



Lo que diferencia a Neuralink es su ambicioso objetivo de implantar más de 1.000 electrodos más delgados que un cabello. Si ‘Link’ funciona según lo previsto, al monitorear la actividad cerebral de una persona y ordenarle a una computadora que haga lo que quiere, las personas con trastornos neurológicos, como la cuadriplejía, podrían recuperar una autonomía significativa.



La ética de la seguridad y la durabilidad



Pero la neurotecnología ya se ha afianzado firmemente, con estimuladores cerebrales profundos implantados en 200.000 personas en todo el mundo, y aún no está claro quién es responsable del cuidado de quienes recibieron los dispositivos de los ensayos clínicos.



Incluso si los receptores reportan beneficios, eso podría cambiar con el tiempo a medida que el cerebro encapsule el implante en el tejido glial. Esta “escarificación” interfiere con la señal eléctrica, dice Dulbjevic, reduciendo la capacidad de comunicación del implante. 



Pero quitar el dispositivo podría representar un riesgo significativo, como sangrado en el cerebro. Aunque los diseños de vanguardia apuntan a resolver esto (el Stentrode, por ejemplo, se inserta en un vaso sanguíneo, en lugar de a través de una cirugía cerebral abierta), muchos dispositivos aún se implantan, como una sonda, en lo profundo del cerebro, eventualmente, cuando la batería del dispositivo se agote, la persona necesitará una cirugía para reemplazarla. “¿Quién va a pagar por eso? No es parte del ensayo clínico”, dice Fins. 



La ética de la privacidad



No son solo los aspectos médicos de los implantes cerebrales los que generan preocupación, sino también la gran cantidad de datos personales que registran. 



Dubljevic compara datos neuronales ahora con muestras de sangre de hace 50 años, antes de que los científicos pudieran extraer información genética. 



Avance rápido hasta hoy, cuando esos mismos viales se pueden vincular fácilmente a las personas.



“La tecnología puede progresar para que se pueda obtener más información personal de las grabaciones de datos cerebrales”, dice. “Actualmente, no es una lectura de la mente de ninguna manera o forma. Pero puede convertirse en una lectura de la mente en unos 20 o 30 años”.



Ese término, leer la mente, se usa mucho en este campo. “Es una especie de versión de ciencia ficción de dónde está la tecnología hoy”, sostuvo el Dr. Fins, eventualmente, dice Dubljevic, los científicos podrán inferir actitudes o estados psicológicos. 



Los datos del cerebro también podrían exponer condiciones médicas desconocidas, por ejemplo, un historial de accidente cerebrovascular, que pueden usarse para aumentar las primas de seguro de una persona o negar la cobertura por completo.



“El cerebro es una parte clave de lo que somos, lo que nos hace”, dice Laura Cabrera, PhD, cátedra de neuroética en la Universidad Estatal de Pensilvania. “¿Quién es el propietario de los datos? ¿Es el sistema médico? ¿Eres tú, como paciente o usuario? Creo que eso realmente no se ha resuelto”.



Algunos insisten en que el valor predeterminado de la industria debería ser mantener la privacidad de los datos neuronales, en lugar de exigir a las personas que opten por no compartirlos. Sin embargo, Dubljevic tiene una visión más matizada, ya que compartir datos sin procesar entre investigadores es esencial para el avance tecnológico y la responsabilidad.



Como parte del proceso de consentimiento, se debe informar a los pacientes dónde se almacenan sus datos, por cuánto tiempo y con qué propósito, dice Cabrera. En 2008, EE. UU. aprobó una ley que prohíbe la discriminación en la cobertura de atención médica y el empleo en función de la información genética. Esto podría servir como un precedente útil, dice ella.

Fuente consultada aquí






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