Experta referente mundial en el estudio del paludismo, detalla avances, desafíos y esperanzas, como la creación de la escala de coma de Blantyre y el hallazgo de que el 20% de los niños diagnosticados padecían hipoglucemia, lo que mejoró el tratamiento.
Por: Laura Guio
La malaria sigue siendo una de las enfermedades infecciosas más persistentes y letales del mundo. Sin embargo, dentro de sus múltiples manifestaciones, hay una especialmente devastadora: la malaria cerebral, una condición que afecta principalmente a niños pequeños en África subsahariana y que puede llevar al coma o incluso a la muerte en cuestión de horas.
Por lo mismo, en una entrevista exclusiva con la revista Medicina y Salud Pública, la Dra. Terrie Ellen Taylor, médica e investigadora con décadas de experiencia en el campo, compartió su trayectoria científica, los desafíos del trabajo en terreno y las innovaciones que están transformando el panorama del diagnóstico y tratamiento del paludismo.
¿Qué es la malaria cerebral?
"La malaria cerebral es, como mencionaste, una de las manifestaciones más graves de las infecciones por el parásito de la malaria, específicamente Plasmodium falciparum. Afecta el cerebro de una pequeña proporción de las personas infectadas.", explicó la Dra. Taylor.
Aunque los casos graves son minoritarios dentro del conjunto de infecciones por malaria, la gran cantidad de contagios hace que esta forma siga siendo una amenaza frecuente y letal. "En términos generales, es un evento raro. Pero dado que hay tantas infecciones por malaria en el mundo, hay muchos casos de malaria cerebral."
Signos de alerta en la infancia
La malaria cerebral tiene una presentación clínica alarmante. "El cuadro clínico típico incluye coma y convulsiones. Y puede aparecer muy rápidamente.", advirtió, los signos más comunes son fiebre alta, dolor de cabeza, somnolencia, delirio, confusión, convulsiones, coma.
Esta enfermedad afecta de forma desproporcionada a los niños africanos más pequeños. "Más del 90% de los casos de malaria cerebral en el mundo ocurren en África subsahariana. Y allí, la carga recae sobre los niños pequeños porque no han tenido suficiente exposición al parásito como para desarrollar inmunidad."
Para muchos padres en esas regiones, identificar la enfermedad a tiempo no es fácil. "A menudo, los padres no lo saben hasta que los síntomas se vuelven muy graves. Puede que su hijo haya tenido fiebre durante el día, lo acuestan, y a la mañana siguiente no pueden despertarlo. O el niño tiene fiebre, sigue jugando y comiendo, y de repente sufre una convulsión y no puede despertarse."
Un sistema para medir el coma y detectar lo invisible
Desde que comenzó sus investigaciones en 1986 en Blantyre, Malawi, la Dra. Taylor ha realizado contribuciones clave. "Cuando comenzamos a trabajar en malaria cerebral, en muchos sentidos, era un campo aún en pañales. La gente usaba adjetivos para describir a los niños: somnolientos, aletargados, imposibles de despertar."
Eso motivó a su equipo a crear una herramienta concreta: "Desarrollamos un sistema de puntuación muy simple de cinco partes que podría indicar la profundidad del coma. Lo llamamos la Escala de Coma de Blantyre porque estábamos trabajando allí. Poder evaluar la profundidad del coma de una forma que pudiera aplicarse de paciente a paciente, de hospital a hospital, e incluso de país a país, resultó muy útil."
Así mismo, junto a su colega el profesor Malcolm Molyneux, descubrieron que un porcentaje significativo de niños diagnosticados con malaria cerebral, en realidad, sufrían de hipoglucemia.
"El 20% de los niños con malaria cerebral tenían niveles bajos de azúcar en sangre. Algunos recuperaron la conciencia al recibir glucosa, y esos niños no tenían malaria cerebral. Solo hipoglucemia. Pero muchos sí tenían ambas condiciones. Así que detectar y tratar eso fue una de nuestras primeras contribuciones."
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Diagnóstico precoz y tratamientos efectivos
Uno de los avances más transformadores ha sido la disponibilidad de pruebas diagnósticas rápidas, accesibles incluso en zonas rurales sin electricidad.
"Ahora, un trabajador de salud en una aldea puede hacer una prueba de sangre rápida a un niño con fiebre, y si tiene malaria, administrarle medicamentos por vía oral. Y los niños mejoran rápidamente."
Estos medicamentos, basados en la artemisinina —ingrediente activo derivado de una antigua planta medicinal china, el Qing Hao— han revolucionado el tratamiento.
"Cuando comencé, era la era de la cloroquina, y la cloroquina perdió eficacia rápidamente. El mundo trabajó en desarrollar nuevos medicamentos, y ahora los tenemos. Son tan efectivos que permiten detener el avance hacia la malaria cerebral en etapas muy tempranas."
Nuevas vacunas, nuevas esperanzas
La Dra. Taylor se muestra entusiasta con otro hito reciente: las vacunas contra la malaria, que comenzaron a distribuirse en África subsahariana.
"En los últimos dos años, hemos licenciado vacunas contra la malaria. Hay dos, estrechamente relacionadas inmunológicamente, que están siendo administradas a niños pequeños durante su etapa más vulnerable."
Aunque aclara que no son una solución definitiva, su impacto es notorio. "Se ha demostrado que reducen la cantidad de niños que llegan al hospital con malaria cerebral. Estas vacunas, combinadas con mosquiteros, fumigación intradomiciliaria, diagnóstico rápido y tratamiento, han comenzado a reducir significativamente la carga de enfermedad."
Retos de investigar en el epicentro
Llevar a cabo investigaciones clínicas en regiones con alta incidencia de malaria representa retos extraordinarios. "Los desafíos van desde lo técnico —¿puedes mantener una conexión a internet? ¿Tendrás electricidad? ¿Cuánto respaldo tienes durante un apagón?— hasta lo ético: ¿cómo se sienten los padres al admitir a un hijo en coma en un hospital y ser invitados a participar en un estudio?"
Sobre esto último, remarca: "¿Hay una forma ética de hacerlo? ¿Podemos, como expatriados trabajando en Malawi, manejar esa situación sin que parezca una amenaza o coerción? Son muchas las dificultades que enfrentamos, y eso es lo que hace este trabajo tan interesante."
Aunque algunos países han logrado controlar la enfermedad, la Dra. Taylor es clara: no podemos bajar la guardia. "Tengo mucho respeto por el parásito de la malaria. Es más que astuto. Es nefasto. Lo he llamado el ´Voldemort´ de los parásitos porque es tan escurridizo."
Explica que incluso su estructura genética dificulta su estudio. "Su genoma tiene una gran cantidad de adenosina y timidina, lo que complica realizar reacciones de PCR. Hasta estudiar al parásito es difícil por su biología."
La importancia del sistema de salud pública
Para la Dra. Taylor, la clave del control de la enfermedad es un sistema sanitario funcional: "Gran parte del manejo de la malaria depende de un sistema de salud pública intacto. Esto incluye el diagnóstico temprano en zonas remotas, la disponibilidad de medicamentos efectivos, las vacunas, y la reducción de la exposición al mosquito Anopheles."
También señala que los mayores focos actuales de la malaria están en regiones donde los sistemas de salud están debilitados por conflictos sociales. "Los focos actuales están en partes del mundo donde el sistema de salud pública está en crisis debido a disturbios civiles." Concluyó.