La paciente presentó la aparición repentina de pápulas pruriginosas sin causa aparente, comenzaron por las extremidades, acompañada de una sensación de fatiga general y otros síntomas que alertaron a médicos sobre un caso de SARS-CoV-2.
Por: Laura Guio
Paciente italiana de 32 años de edad con profesión de enfermería, caucásica, que trabajaba en una clínica privada del norte de Italia, comenzó a experimentar un cansancio leve acompañado de una erupción eritematosa intensamente pruriginosa
Las lesiones, descritas como pequeñas pápulas folículo céntricas, aparecieron inicialmente en las extremidades —manos, pies, antebrazos, piernas y detrás de las orejas— y progresivamente se extendieron por casi todo el cuerpo, respetando únicamente la cara, el cuero cabelludo y el abdomen.
El prurito se intensificó durante la noche, afectando su descanso. Dado que los factores psicológicos pueden agravar esta sensación, la paciente lo atribuyó al estrés y continuó trabajando sin buscar atención médica.
La paciente no presentaba comorbilidades ni consumo reciente de fármacos. Tampoco refería uso de productos cosméticos nuevos, situaciones de estrés inusuales o alteraciones ambientales. Por ello, se descartaron causas frecuentes de prurito como escabiosis, reacciones farmacológicas o dermatitis irritativa.
Evolución clínica
La erupción persistió durante cinco días, seguida de la aparición de fiebre leve (37,5 °C), diarrea acuosa autolimitada y posterior tos seca
A raíz de estos síntomas sistémicos, su médico de atención primaria estableció el diagnóstico presuntivo de infección por SARS-CoV-2 mediante consulta remota y seguimiento domiciliario, apoyado por imágenes clínicas enviadas por la paciente.
Se indicó aislamiento domiciliario, hidratación, paracetamol 500 mg según necesidad y antihistamínico oral (cetirizina 10 mg/día). El seguimiento clínico se realizó por telemedicina a intervalos de tres días, dado que la paciente vivía sola y ya se encontraba en aislamiento preventivo.
Confirmación diagnóstica y curso posteriorTrece días tras el inicio de los síntomas cutáneos, se realizó RT-PCR con hisopado orofaríngeo, confirmando la infección por SARS-CoV-2.
Durante la monitorización, la fiebre nunca superó los 37,5 °C, la tos se mantuvo seca y persistente, y no se registraron signos de disnea (dificultad respiratoria o falta de aire). La diarrea mejoró gradualmente y la erupción desapareció al décimo día con tratamiento antihistamínico.
Persistieron durante semanas lesiones residuales tipo pápulas pequeñas en antebrazos, no visibles clínicamente pero palpables al tacto, con aspecto similar a queratosis pilaris.
Sus manifestaciones cutáneas desaparecieron por completo 48 días después de la aparición de la enfermedad, seguidas de la desaparición de la tos seca.
DiscusiónSegún los autores (Alicia Serafini et al) este caso clínico representa un ejemplo de erupción cutánea como manifestación clínica inicial de la infección por COVID-19, en ausencia de síntomas respiratorios al momento de la aparición dermatológica, lo que puede facilitar la detección precoz y aislamiento oportuno en contextos de alta exposición.
La ausencia de factores predisponentes, uso de medicamentos y otros desencadenantes conocidos respalda la asociación directa con la infección viral.
Estudios recientes han identificado cinco patrones cutáneos comunes en pacientes con COVID-19: exantema maculopapular, urticaria, erupciones vesiculares, livedo reticularis y lesiones similares a la perniosis.
El patrón observado en esta paciente concuerda con los cuadros maculopapulares reportados, con afectación preferencial de extremidades, prurito nocturno severo y ausencia de compromiso facial.
La teledermatología jugó un papel clave en el abordaje diagnóstico y terapéutico en este caso, dada la imposibilidad de una evaluación presencial debido a las restricciones por la pandemia. Si bien la falta de biopsia cutánea limita la confirmación histológica, el contexto clínico y epidemiológico confiere alta plausibilidad diagnóstica.