El consumo excesivo daña los vasos sanguíneos, eleva la presión arterial y afecta la coagulación, lo que agrava el tamaño y la extensión del derrame.
Por: Katherine Ardila
El consumo elevado de alcohol, definido como tres o más bebidas diarias, está directamente relacionado con la aparición precoz y más severa de hemorragias cerebrales.
Una investigación exhaustiva realizada en Estados Unidos con 1.600 pacientes hospitalizados por este motivo revela que quienes mantienen este hábito sufren ictus hemorrágicos once años antes que quienes beben moderadamente o nada.
El estudio, publicado en la revista Neurology de la Academia Estadounidense de Neurología, no solo cuantifica este adelanto temporal sino que describe un escenario clínico más grave. Los bebedores intensivos llegan al hospital con derrames cerebrales hasta un 70% más grandes que los demás pacientes.
Además, estas hemorragias se localizan con mayor frecuencia en zonas profundas del cerebro y tienen casi el doble de probabilidades de extenderse a los ventrículos cerebrales, una complicación asociada a peores tasas de recuperación y mayor riesgo de discapacidad severa.
El impacto de la hemorragia cerebralEl autor principal del estudio, Edip Gurol, investigador del Departamento de Neurología del Hospital General de Massachusetts, contextualiza la gravedad de estos eventos. “La hemorragia cerebral es una de las condiciones más letales e incapacitantes conocidas por el ser humano”, afirma.
“Aparecen de manera súbita, causan daños graves y, a menudo, dejan a los pacientes con discapacidades que cambian sus vidas. Es una de las enfermedades más difíciles de superar”, añade este investigador.
La investigación estableció que el consumo fuerte equivalía a la ingesta regular de al menos 42 gramos de alcohol diarios, lo que corresponde a tres latas de cerveza o tres copas de vino.
El análisis mostró una brecha generacional: los bebedores intensivos sufrieron el ictus a una edad promedio de 64 años, mientras que el resto de los pacientes lo experimentaron a los 75. Aunque la mayoría de los participantes eran caucásicos, Gurol considera que los resultados son “muy generalizables” a otras poblaciones.
Un factor de riesgo conocido, ahora mejor cuantificadoPara el neurólogo José Manuel Moltó, del Hospital Verge dels Lliris de Alcoi y miembro de la Sociedad Española de Neurología (SEN), “el trabajo es bueno y han recolectado datos de un número importante de pacientes”. Aclara, no obstante, que “no han descubierto nada nuevo, sino que han sistematizado muy bien” el estudio de un factor de riesgo ya conocido. Moltó, que no participó en el estudio, señala que mientras los efectos del alcohol sobre el hígado o el deterioro cognitivo son más populares, esta investigación ayuda a comprender mejor sus impactos neurológicos específicos.
El especialista español introduce un matiz cultural importante: “tres consumos diarios, para mucha gente, no es elevado, aunque realmente lo sea”. También señala una limitación metodológica frecuente en este tipo de estudios: la dependencia del consumo autodeclarado por los pacientes, que no siempre se corresponde con la realidad. “Quizá lo más importante es conocer si el hábito es continuado”, resalta.
El mecanismo del daño: vasos sanguíneos y coagulaciónEl estudio no se limita a establecer correlaciones, sino que profundiza en los mecanismos biológicos. Los investigadores vincularon el consumo excesivo con signos más graves de la enfermedad de pequeño vaso (EPV), un daño crónico en las arterias cerebrales más diminutas que es un factor de riesgo clave para el ictus y el deterioro cognitivo.
Los bebedores intensivos mostraron más del triple de probabilidades de presentar signos severos de este daño en la sustancia blanca del cerebro.
Los científicos plantean que el alcohol actúa a través de una doble vía patológica: por un lado, eleva la presión arterial, dañando y debilitando las paredes de los vasos sanguíneos; por otro, reduce el recuento de plaquetas, lo que dificulta la coagulación y la capacidad del organismo para detener una hemorragia una vez que esta se inicia.
Según Moltó, esta afectación de los pequeños vasos es un fenómeno “muy conocido, muy común” tradicionalmente asociado a otros factores de riesgo como “la hipertensión y la diabetes”.
Reducir el consumo es una estrategia claveLa evidencia acumulada apunta a que no existe un consumo de alcohol totalmente seguro. El investigador principal, Edip Gurol, es contundente en sus recomendaciones: “Minimizar o dejar de beber alcohol es un paso importante para reducir riesgo”.
Y especifica: “Incluso para las personas que tienen un riesgo relativamente bajo de hemorragia cerebral, limitar el consumo de alcohol a no más de tres copas por semana puede ser una medida eficaz para protegerse contra todo tipo de ictus y preservar tanto la salud cerebral como la cardiovascular”.
Moltó coincide plenamente en que el consumo moderado de alcohol “no tiene ningún efecto beneficioso” comprobado y que su reducción debe integrarse en una estrategia integral de prevención. “Se puede hacer mucho para prevenir tanto el ictus como el deterioro cognitivo, controlando la tensión, la diabetes y reduciendo el consumo de alcohol a una cantidad muy pequeña”, concluye el neurólogo, recordando que esta pauta debe sumarse a un estilo de vida globalmente saludable y activo.