Hasta 4 de cada 10 sobrevivientes de accidentes con pólvora desarrollan síntomas de estrés postraumático

Los niños y adolescentes son la población más vulnerable, ya que su cerebro está en desarrollo y el trauma puede afectar su conducta, memoria, atención e incluso su vínculo emocional con celebraciones como la Navidad.

Por: Katherine Ardila


En las festividades de Puerto Rico y algunos lugares de Latinoamérica, la pólvora es sinónimo de tradición, alegría familiar y celebración colectiva. Sin embargo, tras el destello y el estruendo festivo se esconden las severas secuelas psicológicas y neurocognitivas que un accidente puede dejar de por vida. 

La experiencia posterior a un accidente con pirotecnia es de una conmoción total. "En esas primeras horas, días después de un accidente con pirotecnia, lo más común es una mezcla intensa de shock, miedo, desorientación", describe el doctor Ángel Enrique Alemán Rivera, psicólogo clínico especializado en neuropsicología en una conversación con la Revista Medicina y Salud Pública. 

El cerebro en modo supervivencia luego de una lesión

"Desde la psicología y la neurociencia, sabemos que ante un evento súbito y amenazante, el cerebro entra en un modo de supervivencia. Ese sistema de la amígdala, del sistema límbico, se activa y dispara mucha adrenalina, mucho cortisol, y eso puede generar temblores, taquicardia, sensación de irrealidad", explica el experto.

Este estado altera incluso la memoria del evento. "La persona a veces no recuerda muy bien cuando le preguntamos, llega al hospital y se le pregunta. A la persona se le dificulta muchas veces explicar con claridad". 

Si el accidente ocurre en medio de una celebración, a la conmoción se suma un torrente de otras emociones: "la culpa por haber permitido a los niños estar cerca, si algún niño se lastimó por haber manipulado la pirotecnia (...) Vergüenza por las consecuencias, y coraje quizás porque la fiesta se dañó, etc".

Estrés postraumático

Si la experiencia es muy intensa o no se procesa adecuadamente, el impacto inicial puede derivar en un Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Este se manifiesta en tres grupos de síntomas, según el psicólogo.

El primero es la re-experimentación intrusiva, con un miedo que resurge: "aparece con frecuencia miedo intenso, una sensación de pérdida total de control. Yo no sabía qué hacer, pensé que me iba a morir, sentí que todo se acabó allí". 

Este miedo se revive mediante "pesadillas, imágenes intrusivas de lo que pasó, flashbacks con olores, sonidos o luces que recuerdan la explosión".

El segundo síntoma es la evitación. "La persona evita todo lo que se parezca al evento, fiestas patronales, despedidas de año, reuniones con pirotecnia, incluso centros comerciales en la época navideña". 

El tercero es un estado constante de hiperalerta, donde "el cuerpo queda como una guardia, como si el peligro fuera a repetirse en cualquier momento", lo que se traduce en "dificultad para dormir, la persona se sobresalta ante cualquier ruido, hay bastante irritabilidad".

La evidencia es contundente sobre este riesgo. "Hay muchos estudios que hablan de sobrevivientes de accidentes y quemaduras y muestran que un porcentaje bien significativo, que ronda digamos un 20-40% desarrolla síntomas de esta naturaleza, especialmente cuando el evento fue algo grave", señala Alemán.

La mente bajo asedio: secuelas en la atención y la memoria

Más allá de las emociones, el trauma puede dañar funciones cerebrales superiores, afectando la vida diaria. 

"Después de un accidente con pirotecnia, sobre todo si hubo quemaduras extensas, hospitalizaciones o la persona estuvo en intensivo o un golpe a la cabeza, lo más común que vemos, son dificultades de atención. La persona se distrae con facilidad, se le hace difícil seguir una conversación larga", indica el neuropsicólogo.

A esto se suman "problemas de memoria, olvido de cosas recientes, necesitan más tiempo para aprender nueva información". También se afecta el control ejecutivo, que es la capacidad de organizarse y regular las emociones: "dificultad para organizarse, vemos cambios en la regulación emocional y en la toma de decisiones, mucha impulsividad, baja tolerancia a la frustración, etc.".

Esto se complica con otros trastornos. "En pacientes quizás, lamentablemente vemos alguna lesión cerebral traumática, los estudios describen muchas tasas elevadas de depresión, de ansiedad, de lo que es estrés postraumático, además de estas dificultades cognitivas", advierte el especialista.

El duelo por la vida anterior: cicatrices en el cuerpo y en la identidad

Cuando las secuelas físicas son visibles, como quemaduras, cicatrices o amputaciones, el daño también impacta la autoestima y la identidad. El doctor Alemán lo define como un "duelo doble": por el trauma del accidente y por "el duelo de la vida antes del accidente".

Surge entonces una crisis marcada por preguntas angustiantes: "¿quién soy ahora?, ¿quién me va a querer así?, ¿por qué a mí?". 

El objetivo terapéutico, por tanto, es "acompañar el duelo por la persona que eran antes del accidente" y "reconstruir una identidad que no se reduzca a la lesión, pues es importante enseñarles que son mucho más que una cicatriz".

Los más vulnerables: por qué niños y adolescentes sufren más

Los menores son la población de mayor riesgo, tanto para sufrir accidentes como para padecer secuelas severas. "Su sistema nervioso todavía está en pleno desarrollo", explica Alemán, y "dependen de los adultos para sentirse seguros y muchas veces no tienen un lenguaje para explicar lo que pasa por dentro".

Sus reacciones son distintas. Tras un accidente, se observan "cambios de conducta bien severos, irritabilidad, berrinches, regresiones. Los niños pueden volver a mojar la cama, miedo a separarse de los cuidadores, pesadillas, miedo a la oscuridad".

En un contexto cultural donde la Navidad es central, el trauma puede crear una asociación patológica: "un niño que ha sufrido un accidente con pirotecnia puede asociar la navidad con peligro". 

La respuesta del adulto es fundamental para su recuperación. "El factor más importante es cómo reaccionan los adultos. Cuando la familia valida el miedo, explica lo ocurrido con palabras sencillas y evita minimizar lo que está pasando en niños. (...) los niños tienden a recuperarse mucho mejor".

La intervención temprana es clave

Ante esta complejidad, buscar ayuda profesional a tiempo es crucial. "La evidencia sugiere que una intervención psicológica temprana baja el riesgo de que el trauma se complique o se cronifique con el tiempo", afirma el doctor Alemán.

El enfoque no es forzar el relato del trauma, sino ofrecer un espacio seguro para aprender herramientas de manejo. Terapias como la cognitivo-conductual centrada en el trauma (TF-CBT) han demostrado una "eficacia muy buena, bien alta en reducir los síntomas del estrés postraumático". 

Este trabajo debe involucrar a la familia, "con la persona y en el caso de menores también con los cuidadores, con los padres". La demora, advierte, puede llevar a "años de sufrimiento silencioso".

Desde la neuropsicología, se trabaja en recuperar funciones básicas: "lo que sería la atención y memoria para que el niño logre concentrarse (...) la función ejecutiva, la planificación, la organización, el manejo del tiempo" y "la regulación emocional".

La visión final es humanista. Se trata de entender que "no son un paciente de quemaduras o fracturas, es un ser humano cuya biografía, las relaciones y proyectos de vida han sido sacudidos". 

La rehabilitación más efectiva, concluye el doctor Alemán, es la que "atiende tanto el cuerpo como la mente, el cerebro también y la historia personal de cada persona", permitiendo a los sobrevivientes reclamar su vida.





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