El protocolo recomendado consiste en aplicaciones intermitentes de 15 a 20 minutos, con intervalos de 2-3 horas.
Por: Katherine Ardila
Tras una lesión musculoesquelética, es común que los pacientes recurran a la crioterapia (aplicación de frío) o la termoterapia (calor) para aliviar síntomas como el dolor o la inflamación.
Sin embargo, su efectividad depende de un uso correcto basado en el tipo y fase de la lesión. Mientras el frío actúa como modulador de la respuesta inflamatoria aguda, el calor favorece la relajación tisular y la reparación en procesos crónicos.
Indicaciones del frío en traumatología
La crioterapia está especialmente indicada en las primeras 48 horas posteriores a traumatismos agudos, como esguinces ligamentarios, contusiones, distensiones musculares o cuadros de tendinitis.
Su mecanismo de acción se basa en la vasoconstricción local, que reduce el edema y la hiperemia, además de ejercer un efecto analgésico al disminuir la conducción nerviosa.
El protocolo recomendado consiste en aplicaciones intermitentes de 15 a 20 minutos, con intervalos de 2-3 horas, utilizando siempre una barrera térmica (como una toalla) para prevenir lesiones por congelación en la piel.
Aplicaciones terapéuticas del calor
Por su parte, la termoterapia está reservada para condiciones subagudas o crónicas donde se busca mejorar la elasticidad de tejidos blandos, aumentar el flujo sanguíneo regional y reducir la rigidez articular.
Sus principales indicaciones incluyen contracturas musculares persistentes, artrosis sintomática o procesos de rehabilitación postinmobilización. El calor induce vasodilatación capilar, lo que favorece el aporte de oxígeno y nutrientes a los tejidos afectados.
No obstante, está contraindicado en presencia de inflamación activa o hematomas recientes, ya que podría exacerbar la extravasación sanguínea.
Consideraciones clínicas y contraindicaciones
Ambas modalidades pueden tener limitaciones según el estado del paciente. Por ejemplo, la crioterapia debe evitarse en casos de neuropatías periféricas (como en diabetes mellitus avanzada) o trastornos vasculares como el fenómeno de Raynaud, donde podría empeorar la isquemia tisular.
De igual forma, la termoterapia está contraindicada en heridas abiertas, procesos infecciosos locales o áreas con alteraciones de la sensibilidad térmica. En ambos casos, la monitorización de la respuesta cutánea es fundamental para prevenir complicaciones.
Terapia de contraste como alternativa
En situaciones específicas, como inflamaciones crónicas o secuelas de traumatismos articulares, puede emplearse la terapia de contraste (alternancia cíclica de frío y calor).
Esta técnica busca estimular la circulación mediante cambios de vasoconstricción/vasodilatación, facilitando el drenaje de metabolitos y la reabsorción de exudados inflamatorios. Sin embargo, su aplicación requiere supervisión profesional para ajustar los tiempos de exposición según cada caso.
Así que, lo más importante a tener en cuenta, es que la selección entre crioterapia y termoterapia debe basarse en una evaluación precisa de la fase fisiopatológica de la lesión.
Mientras el frío se usa normalmente en el manejo inicial de traumatismos agudos, el calor resulta más adecuado para condiciones crónicas con componente de hipomovilidad.