1 de cada 1,000 niños con sarampión puede desarrollar encefalitis, provocando daño cerebral irreversible

El sarampión puede causar una degeneración cerebral letal llamada panencefalitis esclerosante subaguda hasta diez años después de la infección inicial. Su tasa de mortalidad supera el 95 %.

Por: Mariana Mestizo Hernández


El sarampión es uno de los virus más contagiosos del mundo. Para un niño que no ha recibido la vacuna, ningún entorno cotidiano (ya sea un salón de clases, un autobús escolar o un supermercado) representa un espacio seguro.

Nueve de cada diez personas no vacunadas que entren en contacto con alguien infectado se contagiarán. Una vez que el virus se instala en el cuerpo, puede afectar órganos vitales como los pulmones, los riñones y el cerebro.

Ante el descenso en las tasas de vacunación en Estados Unidos y los brotes recientes que han provocado más de 580 casos y al menos dos muertes, los expertos en salud advierten que el número de contagios podría ascender a cientos o incluso miles en todo el país. A continuación, se explica cómo el sarampión invade el organismo.

En el aire

Como lo señala el portal The New York Times a  diferencia de otros virus que requieren contacto directo entre personas, el sarampión puede permanecer en el aire hasta dos horas después de que la persona infectada haya abandonado el lugar.

Un niño puede inhalar partículas con el virus en un espacio cerrado donde otro menor —sin saber que está infectado— estuvo jugando o estudiando una hora antes. El virus puede ingresar al cuerpo a través del revestimiento de la nariz o la boca, o al frotarse los ojos.

Dentro del cuerpo

Durante las 24 horas siguientes, el virus comienza a alojarse en las células de la nasofaringe, en la parte superior de la garganta, y desde allí se extiende hacia los pulmones.

La propagación

Una vez instalado, el virus se replica dentro de las células, creando una especie de "ejército" que se prepara para expandirse.

Pocos días después, el virus llega a los tejidos linfoides cercanos. Aproximadamente una semana tras la exposición inicial, las células infectadas comienzan a desplazarse hacia distintos órganos del cuerpo. (En este punto, el sistema inmunológico de un niño vacunado identificaría el virus y lo combatiría).

Durante este proceso de multiplicación y diseminación, el menor no presenta síntomas. El periodo de incubación suele ser de unas dos semanas, aunque puede variar entre una y tres. Cuando la carga viral alcanza niveles significativos, el virus afecta nuevas células en los pulmones y los ojos, lo que genera los primeros signos de enfermedad.

Los síntomas

Alrededor de dos semanas después de haber inhalado las partículas del virus, el niño comienza a sentirse enfermo.

Los síntomas iniciales suelen incluir malestar general y fiebre, seguidos por enrojecimiento ocular, tos y congestión nasal, a medida que se inflaman las membranas mucosas y los conductos nasales.

En esta etapa, algunos niños desarrollan pequeñas manchas blancas o grisáceas, del tamaño de un milímetro, en el revestimiento interno de las mejillas, incluso cerca de los molares. En ciertos casos, estas lesiones pasan desapercibidas o no llegan a manifestarse.

Finalmente, aparece la señal más reconocible de la enfermedad: una erupción de manchas rojas que comienza en el rostro y se extiende por el cuello, el tronco y las extremidades.

La evolución de los síntomas

Muchos de los síntomas iniciales del sarampión tienden a desaparecer por sí solos. El brote en la piel puede persistir durante una semana, generalmente desvaneciéndose en el mismo orden en que apareció. 

La tos, sin embargo, puede extenderse hasta dos semanas después de que el cuadro general haya cedido. Pero si la fiebre se prolonga más allá del tercer o cuarto día desde la aparición del sarpullido, podría tratarse de una señal de complicación, momento en el que la enfermedad se vuelve más peligrosa.

Incluso cuando el sarpullido comienza a desaparecer, la infección puede seguir avanzando hacia los pulmones y otros órganos.

En muchos casos, los niños llegan al hospital tras haber presentado el brote cutáneo por varios días. Al momento de la atención, muchos muestran bajos niveles de oxígeno y presentan dificultad respiratoria, por lo que requieren asistencia médica, según explicó la doctora Summer Davies, pediatra en el Hospital Infantil Covenant en Lubbock, Texas, donde se han atendido múltiples casos desde que comenzó el brote a finales de enero.

"Muchas familias se sorprenden, diciendo: ´Mi hijo estaba bien y, de un momento a otro, dejó de estarlo´", señaló.

Un cuadro inicialmente leve puede transformarse en fiebre alta —de hasta 40 o 40,5 grados Celsius— que se mantiene durante varios días. A esto se suma la baja ingesta de líquidos, dolor de garganta y diarrea, lo que incrementa el riesgo de deshidratación y, eventualmente, afecta la función renal.

Los niños más pequeños están particularmente expuestos debido a su anatomía y a la dificultad que tienen para expresar con claridad lo que sienten, explicó la doctora Lara Johnson, directora médica de un grupo de hospitales Covenant en esa región.

La amenaza pulmonar

Aproximadamente uno de cada 20 niños con sarampión desarrolla neumonía, una infección pulmonar que, en los casos más severos, puede resultar letal.

La Dra. Davies indicó que varios de los pacientes atendidos recientemente en su hospital presentaron neumonías provocadas directamente por el virus del sarampión o por agentes secundarios que aprovecharon la debilidad del sistema inmunológico.

Una de las víctimas recientes fue una niña de seis años que falleció en Texas. Había desarrollado una neumonía que derivó en acumulación de líquido en uno de sus pulmones, lo que dificultó severamente su respiración. De acuerdo con el testimonio de sus padres en un video publicado en línea, fue sedada e intubada, pero su estado se agravó hasta volverse irreversible.

Una de las particularidades más preocupantes del sarampión es la llamada "amnesia inmunológica": una pérdida temporal de las defensas del organismo. El virus borra la memoria inmunológica del cuerpo, dejando al niño expuesto a otras infecciones durante meses o incluso años.

Riesgos neurológicos

Aproximadamente uno de cada mil niños infectados con sarampión desarrolla encefalitis, una inflamación del tejido cerebral que puede dejar secuelas permanentes.

En bebés o niños inmunocomprometidos, la enfermedad puede evolucionar hacia una condición conocida como encefalitis por cuerpos de inclusión del sarampión (MIBE), que se produce cuando el cuerpo no logra eliminar el virus. Este trastorno puede provocar alteraciones cognitivas, convulsiones, y finalmente llevar al coma y la muerte.

Existe otro tipo aún más devastador: la panencefalitis esclerosante subaguda (SSPE), una enfermedad degenerativa que puede manifestarse hasta diez años después de la infección inicial. Los primeros signos incluyen cambios de comportamiento y dificultades escolares. Con el tiempo, los síntomas progresan hacia convulsiones, pérdida de la coordinación motora, deterioro neurológico severo y, en la mayoría de los casos, la muerte. Su tasa de letalidad alcanza el 95 %.

Erica Finkelstein-Parker, madre residente en Pensilvania, perdió a su hija Emmalee, de ocho años, a causa de esta condición. No sabía que su hija, adoptada de la India cuando era pequeña, había tenido sarampión. Pero un día notó que Emmalee se caía con frecuencia, se inclinaba hacia un lado al sentarse y tenía dificultades para levantar la cabeza mientras comía.

Los médicos fueron claros: no existía tratamiento curativo. Emmalee falleció cinco meses después del diagnóstico.





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