La cirrosis hepática es un daño crónico del hígado que puede desarrollarse durante años sin síntomas evidentes.
Por: Katherine Ardila
La cirrosis hepática representa la fase final de un proceso de daño hepático crónico que se desarrolla a lo largo de años, incluso décadas. Este padecimiento, caracterizado por la sustitución del tejido hepático normal por fibrosis y nódulos de regeneración, surge como consecuencia de múltiples agresiones continuas al hígado.
Como bien explica el doctor Óscar Beltrán, Hepatólogo de la fundación Cardio infantil - LaCardio:
"El hígado se puede inflamar por virus B, virus C, por la grasa, por el alcohol, por la toxicidad secundaria, temas asociados a enfermedades autoinmunes". Gracias a esta diversidad de causas, lo ideal es comprender que la cirrosis no es exclusiva de personas con alcoholismo, sino que puede afectar a cualquier persona expuesta a estos factores de riesgo.
Factores de riesgo de la cirrosis hepática
Dada la ausencia de síntomas iniciales, la identificación de factores de riesgo se convierte en la herramienta más valiosa para el diagnóstico oportuno. El especialista detalla: "Si la persona tiene un patrón de abuso de alcohol, indudablemente eso nos puede orientar".
Pero el espectro de riesgos es mucho más amplio, incluyendo antecedentes de "obesidad, diabetes mellitus, hepatitis B o C, hígado graso e incluso tatuajes realizados sin medidas de bioseguridad".
Ahora bien, resulta relevante el cambio epidemiológico que ha tenido la condición, pues según menciona el experto: "Y hoy sabemos que la mayor causa de cirrosis no es el alcohol, es el hígado graso". Los cambios en los estilos de vida y el aumento de enfermedades metabólicas están haciendo que esta condición se vea más común ahora en personas más jóvenes.
Enfermedad hepática asintomática
El hígado, siendo un órgano con gran capacidad de reserva funcional, puede mantener su trabajo a pesar del daño progresivo. "Lamentablemente el problema está relacionado con que cuando el hígado se enferma inicialmente no da síntomas y solo comienza a manifestar las complicaciones después de largo tiempo de la inflamación", señala el experto.
Por esta razón muchos pacientes sólo buscan atención médica cuando el daño es avanzado e irreversible.
Ante esta realidad, los profesionales de la salud recomiendan estar atentos a señales sutiles como "fatiga, debilidad, y falta de apetito orientan a pensar en enfermedad hepática", comenta el médico.
Sin embargo, estos síntomas son tan inespecíficos que frecuentemente se atribuyen a otras causas, retrasando el diagnóstico correcto.
¿Cómo se diagnostica la cirrosis hepática?
Cuando existen sospechas de enfermedad hepática, el proceso diagnóstico sigue una secuencia lógica. "Entonces, cuando el paciente tiene estos factores de riesgo, nosotros les podemos hacer unos test en sangre que nos orientan", explica el médico.
Estos incluyen un hemograma completo (donde la trombocitopenia puede ser un marcador precoz), pruebas de función hepática y estudios de imagen como la ecografía abdominal.
"Hoy tenemos un examen que se llama elastografía, que nos permite a nosotros estimar cuál es el grado de cicatrización o endurecimiento del hígado". Esta técnica no invasiva permite evaluar la progresión de la fibrosis sin necesidad de biopsias repetidas.
La aparición de várices esofágicas, ascitis o encefalopatía hepática define un momento decisivo en el pronóstico. "Si vomita sangre, pues indudablemente eso es una manifestación de que el hígado se está descompensado o si comienza a retener líquido en el abdomen [...] todo eso son síntomas de que el paciente está descompensándose".
Estas complicaciones acortan la expectativa de supervivencia.
Opciones terapéuticas: entre fármacos y trasplante hepático
El manejo de la cirrosis depende críticamente del momento del diagnóstico. El experto es claro al respecto: "La idea de hoy es probablemente insistir no tanto en el diagnóstico de eso sino en prevenir, evitar que lleguemos a estas situaciones terminales donde la única opción es el trasplante hepático".
Cuando se identifica en etapas tempranas, el tratamiento de la causa subyacente (como antivirales para hepatitis viral o control metabólico para hígado graso) puede detener e incluso revertir parcialmente el daño.
Sin embargo, en fases avanzadas las opciones se reducen drásticamente. El médico aclara: "Esto que habla la gente de los medicamentos para la limpieza del hígado, para desintoxicar el hígado, realmente no funcionan". En estos casos, el trasplante hepático se convierte en la única alternativa curativa, aunque su acceso sigue siendo limitado en muchos contextos.
La decisión de incluir a un paciente en lista de espera para trasplante sigue protocolos estrictos. "Nosotros tenemos una forma de estratificar el riesgo para saber si un paciente tiene o no necesidad de un trasplante".
El sistema CHILD-PUGH (clasificado en grados A, B y C) permite priorizar a los pacientes según la urgencia de su condición.
"Esto lo podríamos evitar si diagnosticamos tempranamente la enfermedad hepática". Asi concluye el experto. La cirrosis, aunque grave, es en muchos casos prevenible o manejable cuando se detecta a tiempo, lo que podría salvar innumerables vidas mediante intervenciones oportunas.