Este hallazgo demuestra que no es solo una cuestión de voluntad individual, sino de estructura organizacional.
Por: Mariana Mestizo Hernández
A pesar del progreso en las estrategias de detección del VIH, aún persiste una brecha preocupante: aproximadamente el 10% de las personas que viven con el virus no han sido diagnosticadas. Esta cifra no solo representa un obstáculo para el tratamiento individual oportuno, sino que también alimenta la transmisión comunitaria y pone en evidencia la necesidad de ampliar y diversificar los escenarios donde se realizan pruebas.
En este panorama, los servicios de urgencias —por su alta rotación de pacientes y por ser punto de contacto con poblaciones de difícil acceso al sistema de salud— se configuran como espacios privilegiados para fortalecer las estrategias de detección.
El potencial del tamizaje con exclusión voluntariaEl tamizaje con exclusión voluntaria (opt-out) consiste en ofrecer la prueba de VIH como parte rutinaria del cuidado, de manera que todas las personas sean evaluadas a menos que manifiesten explícitamente su negativa. Este enfoque busca reducir los sesgos del personal clínico en la toma de decisiones y aumentar la cobertura diagnóstica, especialmente entre quienes no acuden a controles médicos regulares.
Implementar esta estrategia en urgencias no es una tarea menor. Requiere, entre otros aspectos, el respaldo normativo de las instituciones, la capacitación del personal y la integración de la prueba en los flujos de atención. Sin embargo, diversos estudios han demostrado que, cuando se aplican de forma estructurada, estas pruebas mejoran los indicadores de detección sin afectar de forma significativa la carga operativa de los servicios.
Un estudio para entender los desafíos
Con el propósito de comprender más a fondo los factores que afectan la implementación del tamizaje con exclusión voluntaria, la Universidad de Pensilvania y la Escuela de Medicina de San Juan llevaron a cabo un estudio cualitativo en cuatro sistemas hospitalarios de Filadelfia. El trabajo se basó en entrevistas semiestructuradas con médicos, administradores y navegadores de atención, y analizó sus percepciones sobre los facilitadores y barreras del proceso.
Barreras estructurales y operativas
Entre los principales obstáculos identificados, se destacan la sobrecarga asistencial que caracteriza estos entornos, las dificultades para gr mestionaúltiples prioridades clínicas y la percepción de que las pruebas de VIH podrían restar tiempo a otras tareas consideradas más urgentes.
A ello se suman obstáculos normativos, como los requisitos de consentimiento explícito en algunos estados o las limitaciones para solicitar la prueba sin una orden médica. También se evidencian retos logísticos, como los retrasos en la entrega de resultados, las brechas en la capacitación del personal y el estigma asociado al VIH, que continúa afectando tanto a pacientes como a profesionales de la salud.
Factores que facilitan la implementación
Pese a los desafíos, el estudio también documenta experiencias exitosas asociadas a facilitadores institucionales. Entre ellos, sobresale la existencia de equipos dedicados exclusivamente al manejo del VIH, que asumen el acompañamiento, la entrega de resultados y el enlace con servicios de atención. Esta delegación libera al personal de urgencias de tareas sensibles, como comunicar un diagnóstico, y mejora la disposición del equipo médico a ofrecer la prueba.
Asimismo, políticas de apoyo (como las órdenes médicas permanentes, las alertas en los sistemas de historia clínica electrónica y los mandatos de tamizaje universal) han demostrado ser claves para estandarizar procesos y evitar omisiones. Las estrategias de formación continua y divulgación también juegan un rol central, ya que aumentan la conciencia sobre la importancia del diagnóstico temprano y reducen la incertidumbre en la aplicación del protocolo.
Una redefinición del rol de las urgencias
Más allá de su función tradicional de atención inmediata, muchos profesionales reconocen que las urgencias se han convertido en un verdadero "colchón" del sistema de salud, especialmente para las personas sin acceso a atención primaria. Este fenómeno obliga a repensar el alcance de estos servicios y considerar su papel como aliados estratégicos en iniciativas de salud pública, como la detección y el manejo del VIH.
En ese sentido, el estudio resalta el valor del "navegador de VIH", una figura que facilita la transición del paciente desde la prueba hacia los servicios especializados, y que puede marcar una diferencia significativa en la adherencia al tratamiento.
Implicaciones y oportunidades
Los hallazgos apuntan a la necesidad de un enfoque estructurado e interinstitucional. Revisar las políticas de consentimiento, integrar las pruebas en los sistemas digitales de atención, fortalecer la formación del personal y garantizar el acompañamiento psicosocial son pasos clave para consolidar el tamizaje con exclusión voluntaria como una práctica rutinaria.
Además, es fundamental seguir explorando las perspectivas de los distintos actores del sistema —más allá del personal médico— e incorporar la voz de los pacientes, cuya experiencia es vital para diseñar servicios más accesibles y menos estigmatizantes.
Conclusión
Los servicios de urgencias pueden y deben ser protagonistas en la lucha contra el VIH. Su capacidad para alcanzar poblaciones diversas, su rol de bisagra con el sistema de salud y su potencial para implementar intervenciones de alto impacto los convierten en espacios esenciales para cerrar la brecha diagnóstica.