¿Cuánto dolor sienten los bebés?

Es hasta varias semanas o incluso meses después del nacimiento, cuando los pequeños desarrollan los mecanismos de control o reducción de las dolencias.

Por: Yolimarian Torres


La definición de dolor ha sufrido distintas versiones. La más actualizada data de 2020, y ha sido elaborada por un grupo de trabajo de expertos de la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor. La nueva interpretación dice que “el dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada o similar a la asociada a una lesión tisular real o potencial”.

Jordi Miró, director de la Cátedra de Dolor Infantil Universidad Rovira i Virgili-Fundación Grünenthal, lo define como “aquella experiencia sensorial y emocional, determinada por múltiples factores, físicos, emocionales, cognitivos, conductuales, contextuales, culturales y las diferencias en estos factores, determinan las diferencias en la experiencia de dolor”.

Aunque el dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable con un marcado componente subjetivo, Mercedes Alonso Prieto, anestesióloga pediátrica y coordinadora de la Unidad del Dolor Infantil del madrileño Hospital Universitario La Paz, sostiene que, “sin embargo, existen una serie de respuestas fisiológicas a los estímulos dañinos que son bastante constantes entre los distintos individuos, si bien es cierto que, especialmente en los niños más pequeños, pueden ser difíciles de diferenciar de otras causas de malestar, como el hambre o la necesidad de apego”.

Diversas investigaciones han demostrado en los últimos años que la inmadurez del sistema nervioso central de los recién nacidos los hace más vulnerables al dolor, puesto que, ya desde la etapa fetal, los sistemas de activación de la percepción dolorosa están perfectamente funcionales, pero hasta varias semanas o incluso meses después del nacimiento no se desarrollan los mecanismos de control o reducción de esta.

“La respuesta al dolor de los niños más pequeños supone, al igual que para los adultos, el principal activador de los mecanismos de alerta frente a una amenaza y, en este sentido, las respuestas corporales que desencadena son similares. Sin embargo, a nivel emocional carecen de las estrategias de afrontamiento de las que disponen los adultos y se ha demostrado que, en los bebés más pequeños, cuando el dolor es intenso o se prolonga en el tiempo puede predisponer a estados de hipersensibilidad al dolor a largo plazo”, comenta Mercedes Alonso Prieto.

La evaluación del dolor en los bebés es todo un reto debido a la incapacidad del lactante para comunicarse. Por eso, Beatriz de la Calle, médico rehabilitador, especializada en manejo del dolor de la Sociedad Española de Rehabilitación Infantil (SERI), cita algunas herramientas de evaluación como las que se basan en factores contextuales (como la edad gestacional) y en las respuestas fisiológicas y conductuales al dolor para detectar y medir la intensidad del dolor neonatal, “como, por ejemplo, la rPIPP (Perfil de dolor del lactante prematuro revisado), NIPS (Escala de Dolor Infantil Neonatal), CRIES (Llanto, requiere saturación de oxígeno, aumento de los signos vitales, expresión, insomnio), entre otras”.

En los niños menores de tres años, que no pueden “autoinformar” si tienen dolor, dónde lo tienen, o cuánto dolor tienen, prosigue la especialista en manejo del dolor de SERI, “se utilizan escalas de observación del comportamiento, basadas en la puntuación de las expresiones faciales, la capacidad de ser consolado, el nivel de interacción, las respuestas motoras de las extremidades y el tronco, y las respuestas verbales; entre ellas, destaca por su utilidad clínica, la Herramienta verificada de Cara, Piernas, Actividad, Llanto, Consolabilidad (r-FLACC) o la NAPI (Evaluación de Enfermería de la Intensidad del Dolor)”.

La capacidad de adquirir memoria explícita de las experiencias dolorosas va asociada con un grado de desarrollo cerebral y maduración de las cortezas asociativas que se produce alrededor de los tres años de vida.

“Eso no significa que en el sistema nervioso de los niños cuando son mayores no queden algunas “muescas” de haber sufrido dolor en edades tempranas, especialmente con una mayor vulnerabilidad para padecer dolor crónico.

Por ejemplo, se constató que los niños que padecían dolor en una unidad de cuidados intensivos neonatales cuando llegaban a los siete años eran más proclives a sufrir cefaleas. Muchos cambios comportamentales a largo plazo de los niños mayores y adolescentes, hoy en día, se relacionan con estas experiencias dolorosas.

En el caso del adulto, la experiencia del dolor se integra en la propia biografía de un modo más determinado en cuanto a la fecha de inicio y las circunstancias acompañantes”, afirma la anestesióloga pediátrica.

Por eso, es importante que los progenitores sean capaces de diferenciar cuándo un niño está molesto por el dolor o cuándo está inquieto por otras causas.

Beatriz de la Calle mantiene que “en los niños “no verbales” es decir, aquellos que no pueden expresarse por su edad o por discapacidad (neurológica fundamentalmente); hay que complementar la información acerca de lo observado por los padres o cuidadores, buscando conductas específicas de cada niño, conductas de dolor típicas (respuesta de llanto, gemidos, incapacidad para ser consolado, aumentos del tono…) y también atípicas (risa, volverse retraídos, aumento de agresividad o reducción de la expresividad facial)”.

Además, es crucial valorar el contexto en el cual se produce el llanto del niño, pues “no hay que olvidar que la respuesta de los padres ante un episodio de llanto puede influir en su comportamiento posterior, ya que los niños aprenden de nuestras reacciones”, asegura este miembro de la SERI.

Para Jordi Miró, director de la Cátedra de Dolor Infantil Universidad Rovira i Virgili-Fundación Grünenthal, es necesario que los padres y madres den importancia a sus hijos cuando dicen que les duele algo. Y también los profesionales.

De hecho, en su opinión, “la escasa formación de los profesionales sanitarios en relación con el manejo del dolor (particularmente con el crónico infantil) es una de las principales barreras para mejorar la atención que reciben estos niños y sus familias”.

Fuente consultada aquí



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