Un total de 1,8 millones de personas contrajeron el virus del sida el pasado año, lo que significa un 5,3 % menos que en 2016, mientras que el número de muertos relacionados con esta enfermedad bajó un 5 % hasta 940.000, según las estimaciones de ONUSIDA
Agencia EFE
Un total de 1,8 millones de personas contrajeron el virus del sida el pasado año, lo que significa un 5,3 % menos que en 2016, mientras que el número de muertos relacionados con esta enfermedad bajó un 5 % hasta 940.000, según las estimaciones de ONUSIDA
En su informe anual sobre la evolución de la pandemia, publicado esta semana, el programa de la ONU de lucha contra el sida señala que desde el pico alcanzado en 1996, las nuevas infecciones han caído un 47 %, mientras que el número de fallecimientos desde el máximo de 2004 ha descendido más del 51 %.
La cobertura de los tratamientos antirretrovirales se ha ampliado, de forma que al terminar 2017 los recibían 21,7 millones de personas en el mundo, cinco veces y media más que hace diez años.
Un 75 % de los que viven con el VIH saben que tienen el virus, y entre estos un 79 % reciben ese tipo de tratamientos, lo que redunda en que para un 80 % de ellos la carga viral ha quedado suprimida.
Es decir, que del total de infectados (eran 36,9 millones al finalizar 2017, 600.000 más que un año antes), un 57 % reciben estos tratamientos y un 47 % tienen la carga viral suprimida.
Al final, la expansión de la disponibilidad de esos medicamentos se ha traducido en una reducción del 34 % del número de muertes por enfermedades vinculadas al sida entre 2010 y 2017.
En el caso del África austral y oriental, donde están el 53 % de los que en todo el mundo viven con el VIH, el descenso de la mortalidad en ese periodo ha sido del 42 % y el de nuevas infecciones del 30 %.
Frente a esa evolución esperanzadora, en Oriente Medio, el norte de África, el este de Europa y Asia central el número de nuevas infecciones casi se ha duplicado desde 2000 por las carencias de los programas de prevención primaria.
Eso explica que a escala mundial la cifra de nuevas infecciones haya disminuido desde 2010 únicamente un 18 %, muy lejos del 75 % que es el objetivo para 2020 que la Asamblea General de la ONU se fijó en 2016, con la vista puesta en que la pandemia deje de ser una amenaza sanitaria en el horizonte de 2030.
En cuanto a los fondos internacionales disponibles para financiar la lucha contra el sida en los países pobres, el pasado año aumentaron un 8 % para representar 20.600 millones de dólares, lo que significa que se había llegado al 80 % del objetivo para 2020.
Sin embargo, ONUSIDA advierte de que esa tendencia esperanzadora puede verse truncada ya que en 2017 “no hubo nuevos compromisos significativos” por parte de los donantes. Es más, teme que el dinero disponible incluso disminuya.
La organización también está preocupada por el abandono que sufren algunos grupos clave por la prevalencia de la enfermedad, en particular los hombres que tienen relaciones homosexuales (la probabilidad de contraer el VIH es 28 veces mayor que la de los hombres con relaciones heterosexuales), los que consumen drogas inyectándose (22 veces más de riesgo) o las prostitutas (13 veces más).
Esos colectivos de riesgo y sus parejas representaron el pasado año alrededor del 40 % de los nuevos contagios.
Desde el comienzo de la epidemia, los expertos de este organismo calculan que 77,3 millones de personas han contraído la infección y 35,4 millones han muerto por enfermedades relacionadas con el sida.
Machismo y sida
Las infecciones y muertes por el sida en el mundo han proseguido su línea descendente en 2017, según estos datos, pero ganar la batalla a la enfermedad no será posible mientras las mujeres sigan siendo víctimas de violencia machista, y en particular de violaciones.
Este es uno de los principales mensajes del director ejecutivo de ONUSIDA, Michel Sidibé, en la presentación de su informe anual, en el que alertó de la “complacencia” por los logros alcanzados en la lucha contra el sida, que se traduce en menores compromisos de los donantes internacionales para financiar programas en los países más pobres, sobre todo en África.
“No podremos vencer a esta epidemia si una de cada tres mujeres sigue siendo víctima de violencia física o sexual”, subrayó Sidibé.