El científico es testimonio de cómo la fe derrumbó un pronóstico mortal.
La vida de un científico y médico puertorriqueño es testimonio de un milagro que rebasó una clara prognosis clínica que encerraba un pronóstico mortal, que aseguraba que no despertaría de un derrame cerebral que generalmente resulta mortal.
Ese derrame isquémico y hemorrágico paralizó la vida del doctor Eddiemar Ortiz, hematólogo oncólogo de la Fundación de Investigación, durante el mes de febrero del año pasado. Fue su hermano, Waldemar Ortiz, quien lo encontró tirado en el suelo en su apartamento, con dificultad para respirar.
Fueron uno tras otro, siete arrestos cardíacos lo que Ortiz sobrevivió, para dar cátedra, no como especialista que lucha por arrancarle vidas al cáncer, sino la de él mismo.
“Me encontró mi hermano en mi apartamento, tirado y con dificultad respiratoria, porque todo el mundo llamaba y nadie me conseguía. Al llegar al hospital, nadie me aseguraba (la vida). Se corrió la noticia de que había muerto porque fueron siete arrestos. Indicaron que podría despertar en cuatro o cinco años”, narró de entrada, el medico de 36 años, criado en Naranjito.
En esta lucha científica, médica y de fe, Ortiz no estuvo solo. Desde el campo medico, sus propios colegas se valieron de todas las herramientas para salvarlo de ese arresto en el puente troncoencefálico.
Entre el equipo médico estuvieron los doctores Mirelis Acosta, Edgardo Santiago, Tania Ramírez, Olga Pereira, entre otros. También las enfermeras (os) y los propios pacientes del doctor Ortiz.
Más aún, hubo una heroína en la vida de Eddiemar: su mamá, quien no dudó nunca de que su hijo vencería los propios límites de la ciencia y sobretodo, que Dios lo utilizaría como testimonio de vida.
Todos los días acudía al hospital y oraba al lado de su hijo. En medio del estado de inconsciencia de Eddiemar, le llevaba a su familia y se la presentaba. “Yo soy mamá”, eran las palabras que repetía incansablemente la fiel creyente de la promesa celestial.
Las peticiones y oraciones fueron respondidas no en cuatro o cinco años como indicaron los médicos, sino apenas cuatro meses después. El 26 de junio, Eddiemar despertó. Precisamente su primera palabra fue “mamá” y sí, ella fue la testigo de ese día en que su hijo rebasó todo pronóstico médico y volvió a nacer.
“Mi mamá comenzó a llorar y a rezar. Ella fue mi apoyo en todo momento. Es una campeona. Luego llamó a mi papá para dejarle saber que había despertado. Siempre le creí a Dios. Siempre he tenido fe y esperanza al igual que mi mamá. Después, comencé a reconocer a mis hermanos, mis tíos, compañeros y a mis pacientes”, relató el doctor, quien dependió de un ventilador para respirar y requirió una gastrostomía y una traqueostomía.
“Nuestra carrera peca mucho de incredulidad y mi experiencia demostró que donde termina la ciencia, comienza Dios. Soy un milagro. Ahora fui yo el paciente y esto me ha hecho mejor persona y médico”, declaró firmemente Ortiz, ya recuperado.
El movimiento de extremidades y el habla fueron destrezas que rápidamente el galeno recuperó. Una de las cosas que más ha impactado a Eddiemar es la separación de sus pacientes, pues siempre ha sido muy apegados a ellos.
“Esa quizá ha sido la parte más difícil del proceso, me hacen mucha falta. Yo llegué a darle comida a una paciente terminal que solo comía si era yo el que le daba la comida. Pero sé que pronto estaré de vuelta haciendo lo que tanto disfruto y ojalá mi experiencia sirva para que otros crean en el poder de la oración”, afirmó el joven.
“Toda mi familia me ha apoyado. Mis hermanos, mi padre, mi familia extendida, colegas, y sobretodo, mi madre. He tenido muchos ángeles en el camino”, aseguró.
Durante meses el doctor Ortiz ha estado en terapias de rehabilitación. Se le removieron la gastrostomía, la traqueotomía y hasta una válvula que tenía para poder comunicarse.
Más allá, a solo un año del evento, Eddiemar ya ha caminado sus primeros pasos y no ve el día en que pueda ir a ejercer la carrera que no solo le formó científica y clínicamente contra el cáncer, sino que lo convirtió en testimonio de vida como paciente.
“Ya lo peor pasó. Hay que saber vivir; morirse sabe todo el mundo”, concluyó el galeno.