Erradicación de la hepatitis C en Puerto Rico: ¿Es esto real en estos tiempos de constricción económica?

La erradicación de la enfermedad es factible, pero requerirá grandes esfuerzos para diagnosticar a los pacientes que no están conscientes de su infección.

Por: Dr. Jorge L. Santana, FIDSA


La hepatitis C sigue siendo un problema de salud pública a nivel global, en adición a ser la causa número uno de enfermedad hepática terminal y de trasplante de hígado en muchos países. Si embargo, hace ya más de cuatro años contamos con opciones simples y noveles de tratamiento oral que han demostrado una eficacia cercana al 100 % de cura en la mayoría de los pacientes tratados, independiente del genotipo viral y estadio clínico en que se encuentren. ¿Entonces cuál es la problemática?

Teóricamente, tanto científica como matemáticamente, la erradicación de la enfermedad es factible, pero requerirá grandes esfuerzos para, en primer lugar, diagnosticar a los pacientes que no están conscientes de su infección, así como de un compromiso real de la arena sociopolítica y cultural para lograr este objetivo asignando los recursos necesarios.

Estamos, pues, en una coyuntura histórica en la medicina moderna donde se contempla la posibilidad de erradicar o al menos convertirla en una enfermedad rara de transmisión limitada a nivel global, ya que podría ser posible con herramientas simples de identificación diagnóstica, prevención manejo y tratamiento oral curativo o escoger seguir drenando el sistema de salud pública con los costos asociados al manejo de pacientes de enfermedad avanzada con cirrosis y pacientes en necesidad de trasplante de hígado

Desafortunadamente, la hepatitis C no cuenta con una vacuna preventiva y todavía no se considera en muchos países como una prioridad de salud pública, a pesar de los grandes esfuerzos de muchas organizaciones científicas y reguladores de la salud, incluida la Organización Mundial de la Salud (OMS). 

En adición a esto, al menos a nivel doméstico, no se ha identificado ninguna figura o celebridad icónica que pueda elevar la pasión emocional de la conciencia política y comunitaria colectiva, como hemos visto con otras enfermedades crónicas y terminales como el VIH y el cáncer y que estimule a las partes interesadas en la palestra público-política a asignar los fondos necesarios para aplacar esta epidemia silente.

Pese a ello, la OMS al igual que el Centro para Control Enfermedades en Atlanta (CDC) y el Departamento de Salud y Recursos Humanos (DHHS) por sus siglas en inglés, han juntado esfuerzos encaminados para que a nivel global y doméstico en los Estados Unidos y Puerto Rico se establezcan unas metas de detección, enlace a cuidado y tratamiento llamada la estrategia 90-90-90 para el año 2030 donde se pretende estimular que las estructuras de salud pública y gubernamentales dirijan esfuerzos para lograr dicho cometido. 

Todas las personas dentro de la sociedad civil tenemos el deber de aunar esfuerzos y prosperar con determinación, asociaciones, colaboración y defensa para construir y mantener el apoyo a esta encomienda. Es necesario entablar negociaciones justas y reales con el apalancamiento farmacéutico y del gobierno para aumentar la accesibilidad y reducir aún más el precio de estos medicamentos altamente efectivos.

Podemos y debemos como individuos dentro de la sociedad civil, estimular la conciencia colectiva médica y comunitaria con el fin de seleccionar, identificar y diagnosticar a los individuos en riesgo para que podamos sensibilizar a los políticos, las partes interesadas clave y los líderes de opinión sobre la realidad de la respuesta de que una inversión inicial y sustancial segura y sostenida, ayudará a salvar muchas vidas y generará beneficios a largo plazo para la sociedad en conjunto. 

En la actualidad, Puerto Rico cuenta con las herramientas terapéuticas para poder lograr ese cometido. El sistema de Salud Vital (ASES) al igual que muchos de los planes médicos comerciales y Advantage autorizan el manejo y tratamiento de los casos identificados con estos nuevos fármacos de acción directa. Solo falta el deseo de buscar e identificar esas personas en riesgo. 

Se necesita esa defensa comunitaria y política robusta, recurrente y sostenida junto con las personas que viven con la enfermedad para desarrollar e impulsar medidas efectivas que trasciendan la necesidad existente. Si esto va a suceder en nuestras vidas, el tiempo de acción no debe esperar más. La historia siempre nos juzgará por las acciones realizadas u omitidas en el presente. 





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