Maestra Vida, le llamó el poeta Rubén. Da y quita, quita y da. Es mejor, por eso y tanto más, no enredarse en sus contradicciones.
Eran los últimos minutos de la noche del martes 19 de septiembre. La llegada de un bebé, enlazado tantas veces a un ambiente de alegría, fiesta y jolgorio, desafiaba vientos y lluvia, además de múltiples situaciones de precariedad.
En las horas que precedían a María, el huracán que se ensañó con Puerto Rico, un varón alborotaba en la barriga de una joven mujer pepiniana, amenazando con asomarse al mundo en una fecha que ha quedado marcada en la historia nacional.
La Escuela Elemental Aurora Méndez Charneco, habilitada como refugio en San Sebastián –pueblo con cerca de 42 mil habitantes al noroeste de Puerto Rico–, se transformaba súbitamente en una sala de urgencias.
Allí, muchos refugiados jugaban al médico y las enfermeras, solo guiados por los recuerdos de la experiencia propia, ante la inesperada situación. Afuera, los vientos huracanados empezaban a deshacer, en lo que era apenas el comienzo de una jornada destructiva de la que aún se desconoce todo su alcance demoledor.
El país se destruía alrededor, pero la parturienta no se ha amilanado. En el corre y corre, en búsqueda de ayuda especializada, se pudo contactar a oficiales de salud, los cuales lograron trasladarla hasta el Centro de Diagnóstico y Tratamiento del pueblo. No era el lugar idóneo, pero quizás el más seguro en esas circunstancias: imposible ir más lejos con un huracán categoría 4 rozando el país por primera vez desde 1932.
En San Sebastián no nacía nadie desde principio de la década de 1970. Cuarenticinco años, dice el Alcalde Javier Jiménez, para ser exactos. Ha probado la joven madre que el instinto maternal puede hacer frente a la fuerza destructiva más poderosa.
De la madre no se sabe su nombre. Mucho menos el del niño. No era tiempo preciso ni idóneo para ese tipo de conversación. En la tormenta se estaba pariendo un varoncito.
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