La fisiología de la muerte de Jesús

Medicina y Salud Pública

    La fisiología de la muerte de Jesús

    Por: Rubén Dario Camargo R.

    Medicina Interna - Especialista en Cuidados Intensivos.

    Los estudios médicos que tratan de explicar la causa de la muerte de Jesucristo, toman como material de referencia un cuerpo de literatura y no un cuerpo físico. Las publicaciones sobre los aspectos médicos de su muerte se reportan desde el siglo I.

    Hoy día, con base a los conocimientos de la fisiopatología del paciente traumatizado, se puede llegar a inferir los cambios fisiológicos padecidos por Jesucristo durante su pasión y muerte. Los relatos bíblicos de la crucifixión descritos a través de los evangelios y documentación científica al respecto, describen que padeció y sufrió el más cruel de los castigos. El más inhumano y despiadado de los tratos que puede recibir un ser humano.

    Descubrimientos arqueológicos relacionados con las prácticas romanas de la crucifixión, proveen información valiosa que da verdadera fuerza histórica a la figura de Jesús, y a su presencia real en la historia del hombre.

    Históricamente este acontecimiento se inicia durante la celebración de la pascua judía, en el año 30 de nuestra era. La última cena se realizó el jueves 6 de abril (nisan 13). La crucifixión se llevó a cabo el 7 de abril (nisan 14). Los años del nacimiento y la muerte de Jesús permanecen en controversia.

    HUERTO DE LOS OLIVOS (GETSEMANI)

    Los escritores sagrados describen la oración de GETSEMANI con enérgicas expresiones. Lo vivido por Jesús antes de ser tomado como prisionero, lo refieren como una mezcla indecible de tristeza, espanto, tedio y flaqueza. Esto expresa una pena moral que ha llegado al mayor grado de su intensidad.

    Fue tal el grado de sufrimiento moral, que presentó como manifestación somática, física; sudor de sangre (hematihidrosis o hemohidrosis). “sudor de sangre, que le cubrió todo el cuerpo y corrió en gruesas gotas hasta la tierra”. (Lc 22, 43), caso no usual en la práctica médica. De presentarse, está asociado a desórdenes sanguíneos. Fisiológicamente se debe a la congestión vascular capilar y hemorragias en las glándulas sudoríparas. La piel se vuelve frágil y tierna.

    Después de esta primera situación ocasionada por la angustia intensa, es sometido a un ayuno que durará toda la noche durante el juicio, y persistirá hasta su crucifixión.

    FLAGELACIÓN

    La flagelación era un preliminar legal para toda ejecución Romana. A la víctima le desnudaban la parte superior del cuerpo, lo sujetaban a un pilar poco elevado, con la espalda encorvada, de modo, que al descargar sobre ésta los golpes, no perdiesen su fuerza y poder golpear sin compasión y sin misericordia alguna.

    El instrumento usual era un azote corto (flagrum o flagellum) con varias cuerdas o correas de cuero, a las cuales se ataban pequeñas bolas de hierro o trocitos de huesos de ovejas a varios intervalos.

    Cuando los soldados azotaban repetidamente y con todas sus fuerzas las espaldas de su víctima con las bolas de hierro, causaban profundas contusiones y hematomas. Las cuerdas de cuero con los huesos de oveja, desgarraban la piel y el tejido celular subcutáneo.

    Al continuar los azotes, las laceraciones cortaban hasta los músculos, produciendo tiras sangrientas de carne desgarrada. Se creaban las condiciones para producir pérdida importante de líquidos (sangre y plasma).

    Hay que tener en cuenta que la hematidrosis había dejado la piel muy sensible en Jesús.

    Después de la flagelación, los soldados solían burlarse de sus víctimas. A Jesús, le fue colocada sobre su cabeza, como emblema irónico de su realeza una corona de espinas. En Palestina abundan los arbustos espinosos, que pudieron servir para este fin; se utilizó el Zizyphus o Azufaifo, llamado Spina Christi , de espinas agudas, largas y corvas.

    Le fue colocada una túnica sobre sus hombros (un viejo manto de soldado, que figuraba la púrpura de que se revestían los reyes, “clámide escarlata”), y una caña, parecida al junco de Chipre y de España, como cetro en su mano derecha.

    CRUCIFIXIÓN

    El suplicio de la cruz es de origen oriental. Fue recibido de los persas, asirios y caldeos; por los, griegos, egipcios y romanos. Este se modificó en varias formas en el transcurso de los tiempos.

    En principio fue un simple poste. Luego se fijó en el remate una horca (furca), de la que se suspendía el reo por el cuello. Después, se incluyó un palo transversal (patibulum), tomando un nuevo aspecto. Según la forma en que el palo transversal se sujetara al palo vertical, se originaron tres clases de cruces:

    La crux decussata. Conocida como cruz de San Andrés, tenía la forma de X.

    La crux commissata. Algunos la llaman cruz de San Antonio, se parecía a la letra T.

    La crux immisa. Es la llamada cruz latina, que todos conocemos.

    Se obligó a Jesús, como era la costumbre a cargar la cruz; desde el poste de flagelación al lugar de la crucifixión. La cruz pesaba más de 300 libras (136 kilos) sólo llevo el patíbulo que pesaba entre 75 y 125 libras. Fue colocado sobre su nuca y se balanceaba sobre sus dos hombros.

    Con agotamiento extremo y debilitado, tuvo que caminar un poco más de medio kilómetro (entre 600 a 650 metros) para llegar al lugar del suplicio. El nombre en arameo es Golgotha, equivalente en hebreo a gulgolet que significa “lugar de la calavera”, ya que era una protuberancia rocosa, que tenía cierta semejanza con un cráneo humano, hoy se llama por la traducción latina calvario.

    Antes de comenzar el suplicio de la crucifixión, era costumbre dar una bebida narcótica (vino, con mirra, e incienso) a los condenados; con el fin de mitigar un poco sus dolores. Cuando presentaron a Jesús este brebaje, no quiso beberlo. ¿Qué podría mitigar un dolor moral y físico tan intenso, cuando su cuerpo, todo policontundido, sólo esperaba enfrentar su último suplicio, sin alivio alguno, con pleno dominio de sí mismo?

    Con los brazos extendidos, pero no tensos, las muñecas eran clavadas en el patíbulo. De esta forma, los clavos de un centímetro de diámetro en su cabeza y de 13 a 18 centímetros de largo, eran probablemente puestos entre el radio y los metacarpianos, o entre las dos hileras de huesos carpíanos, ya sea cerca o a través del fuerte flexor retinaculum y los varios ligamentos intercarpales. En estos lugares aseguraban el cuerpo.

    El colocar los clavos en las manos hacía que se desgarraran fácilmente, puesto que no tenían un soporte óseo importante.

    La posibilidad de una herida periosea dolorosa fue grande, al igual que la lesión de vasos arteriales tributarios de la arteria radial o cubital. El clavo penetrado destruía el nervio sensorial motor, o bien, comprometía el nervio mediano, radial o el nervio cubital. La afección de cualquiera de estos nervios produjo tremendas descargas de dolor en ambos brazos. El empalamiento de varios ligamentos provocó fuertes contracciones en la mano.

    Los pies eran fijados al frente del estípete por medio de un clavo de hierro, clavado a través del primer o segundo espacio intermetatarsiano. El nervio profundo peroneo y ramificaciones de los nervios medianos y laterales de la planta del pie fueron heridos.

    ¿Se clavaron ambos pies con un solo clavo o se empleó un clavo para cada pie? También ésta es una cuestión controvertida. Pero es mucho más probable que cada uno de los pies del salvador estuvo fijado a la cruz con un clavo distinto. San Cipriano que, más de una vez había presenciado crucifixiones, habla en plural de los clavos que traspasaban los pies. San Ambrosio, San Agustín y otros mencionan expresamente los cuatro clavos que se emplearon para crucificar a Jesús.

    San Meliton de Sardes escribió: “los padecimientos físicos ya tan violentos al hincar los clavos, en órganos por extremo sensibles y delicados, se hacían aun más intensos por el peso del cuerpo suspendido de los clavos, por la forzada inmovilidad del paciente, por la intensa fiebre que sobrevenía, por la ardiente sed producida por esta fiebre, por las convulsiones y espasmos, y también por las moscas que la sangre y las llagas atraían”.

    No han faltado quienes dijesen que los pies del salvador no fueron clavados, sino simplemente sujetos a la cruz con cuerdas; pero tal hipótesis tiene en contra, tanto el testimonio unánime de la tradición , que ve en el crucificado Jesús el cumplimiento de aquel, célebre vaticinio: “han taladrado mis manos y mis pies” (sal 21); como en los mismos evangelios, pues leemos en San Lucas (Lc 24, 39-40) “ved mis manos y mis pies; yo mismo soy; palpad y ved..Y, dicho esto, les mostró las manos y los pies”.

    Dice Bosssuet: ¿cómo describir los padecimientos morales que soportó nuestro Señor Jesucristo durante su horrorosa agonía? Cuando una muchedumbre de gente se saciaba sus ojos con el espectáculo de aquella agonía, acompañando con todo tipo de ultrajes que le colmaron hasta el último momento. Sufría al ver la mirada abnegada de su madre y sus amigos, a quienes sus dolores tenían sumidos en profunda tristeza. Todo Él era, digámoslo así, un tormento en sus miembros, en su espíritu, en su corazón y en su alma.

    De todas las muertes la de la cruz era la más inhumana, suplicio infamante, que en el imperio romano se reservaba a los esclavos (servile suppliciun) .

    Después de las palabras en Getsemaní vienen las pronunciadas en el Gólgota, que atestiguan esta profundidad, única en la historia del mundo. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Sus palabras no son sólo expresión de aquel abandono, son palabras que repetía en oración y que encontramos en el salmo 22.

    INTERPRETACIÓN FISIOPATOLÓGICA DE LA MUERTE DE JESUCRISTO

    En la muerte de Jesús varios factores pudieron contribuir. Es importante tener en cuenta que fue una persona politraumatizada y policontundida; desde el mismo momento de la flagelación, hasta su crucifixión.

    El efecto principal de la crucifixión, aparte del tremendo dolor, que presentaba en sus brazos y piernas, era la marcada interferencia con la respiración normal, particularmente en la exhalación.

    El peso del cuerpo jalado hacia abajo, con los brazos y hombros extendidos, tendían a fijar los músculos intercostales a un estado de inhalación y por consiguiente afectando la exhalación pasiva. De esta manera la exhalación era primeramente diafragmática y la respiración muy leve. Esta forma de respiración no era suficiente y pronto produciría, retención de CO2 (hipercapnia).

    Para poder respirar y ganar aire Jesús tenía que apoyarse en sus pies, tratar de flexionar sus brazos y después dejarse desplomar para que la exhalación se produjera. Pero al dejarse desplomar, le producía igualmente una serie de dolores en todo su cuerpo.

    El desarrollo de calambres musculares o contracturas tetánicas debido a la fatiga y la hipercapnia afectaron aún más la respiración. Una exhalación adecuada requería que se incorporara el cuerpo empujándolo hacia arriba con los pies y flexionando los codos, aductando los hombros.

    Esta maniobra colocaría el peso total del cuerpo en los tarsales y causaría tremendo dolor.

    Más aún, la flexión de los codos causaría rotación en las muñecas en torno a los clavos de hierro y provocaría enorme dolor a través de los nervios lacerados. El levantar el cuerpo rasparía dolorosamente la espalda contra la estipe. Como resultado de eso cada esfuerzo de respiración se volvería agonizante y fatigoso, eventualmente llevaría a la asfixia y finalmente a su fallecimiento.

    Era costumbre de los romanos que los cuerpos de los crucificados permaneciesen largas horas pendientes de la cruz; a veces hasta que entraban en putrefacción o las fieras y las aves de rapiña los devoraban.

    Por lo tanto, antes que Jesús muriese, los príncipes de los sacerdotes y sus colegas del Sanedrín pidieron a Pilato que, según la costumbre Romana, mandase rematar a los ajusticiados, haciendo que se le quebrasen las piernas a golpes. Esta bárbara operación se llamaba en latín crurifragium (Jn 20, 27).

    Las piernas de los ladrones fueron quebradas, más al llegar a Jesús y observar que ya estaba muerto, renunciaron a golpearle; pero uno de los soldados para mayor seguridad quiso darle lo que se llamaba el “golpe de gracia” y le traspasó el pecho con una lanza.

    En esta sangre y en esa agua que salieron del costado, los médicos han concluido que el pericardio, (saco membranoso que envuelve el corazón), debió ser alcanzado por la lanza, o que se pudo ocasionar perforación del ventrículo derecho o tal vez había un hemopericardio postraumático, o representaba fluido de pleura y pericardio, de donde habría procedido la efusión de sangre.

    Con este análisis que si bien es conjetura, nos acercamos más a la causa real de su muerte, las interpretaciones que se encuentran dentro de un rigor científico, en cuanto a su parte teórica; más no demostrables con análisis ni estudios complementarios.

    Los cambios sufridos en la humanidad de Jesucristo, se han visto a la luz de la medicina, con el fin de encontrar realmente el carácter humano, en un hombre que es llamado el hijo de Dios, y que voluntariamente aceptó este suplicio, convencido del efecto redentor y salvador para los que crean en ÉL y en su evangelio.

    Fuente: Agencia Católica de Informaciones - ACI Prensa

    REFERENCIAS

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      2. San Justiniano, Dial, c, Tryph, 97,98,104, y apol, 135; Tertuliano, adv. Marc,

      3. Camargo Rubén. Diario el heraldo. B/quilla, Col 1990

      4. Rev. Med. Jama 1986;255;1455-1463

      5. Fragm, 16

      6. Tractac in Joan, 36,4 - De obitu Theodos, 47 y 49

      7. Séneca,Epist,101; Petronio, Sat 3,6; Eusebio, Hist,eccl,8,8

      8. Carta Apostólica Salvifici Doloris 1984

      9.Louis Claude Fillion. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Tomo III

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