Descubren nuevas funciones del apéndice

Investigaciones recientes señalan que el apéndice, esa denostada parte de nuestro aparato digestivo, tiene una función útil.

Medicina y Salud Pública

    Descubren nuevas funciones del apéndice

    Una apendicitis aguda es lo que va a tener alejado de los campos de fútbol a Isco Alarcón, el centrocampista internacional del Real Madrid, durante un mes. Le operaron ayer. Y surge la eterna cuestión: ¿el apéndice sirve para algo más que inflamarse y causar una apendicitis que nos lleve al quirófano? Investigaciones recientes señalan que el apéndice, esa denostada parte de nuestro aparato digestivo, tiene una función útil.

    La función del apéndice se ha discutido de manera reiterada. “Durante mucho tiempo se le consideró un órgano residual que se había atrofiado por carecer de utilidad. Esta versión venía apoyada por el hecho de que, tras la apendicitis, las personas pueden seguir viviendo sin problemas”, indica Carmen del Arco Galán, responsable de la Secretaría Científica de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES) y presidenta de SEMES Madrid.

    “El apéndice es un asa intestinal, comunicada con el ciego (el inicio del intestino grueso), que no tiene continuidad en uno de sus extremos. Su aspecto de tubo móvil pequeño y estrecho recuerda a un gusano en movimiento, por eso se le denomina apéndice vermiforme”, describe la doctora.

    Investigaciones recientes apuntan a que “en ese asa de pequeño tamaño existe un reservorio de bacterias intestinales que permitiría recuperar la flora intestinal tras una enfermedad que la destruyese o sustituyese, por ejemplo, una gastroenteritis prolongada”, manifiesta la especialista.

    Además, el apéndice “es un órgano linfoide. Eso significa que en su pared existe un importante número de células que pertenecen al sistema inmune, a las defensas del organismo, como las que hay en las amígdalas de la garganta o en los ganglios”, añade.

    La inflamación del apéndice

    La doctora Del Arco recuerda que el sufijo “itis” implica inflamación. Por lo tanto, la apendicitis es la inflamación del apéndice, como la gastritis es la inflamación del estómago o la tendinitis, la inflamación del tendón.

    En el caso del apéndice, “la inflamación se inicia en la pared interior, en la capa de células linfoides. La respuesta a la inflamación conduce a la producción de moco y acaba por ocluir la luz. Esa oclusión hace que se vaya distendiendo la pared, como cuando inflamos un globo”.

    Acerca de qué ocurriría a continuación, la especialista continúa: “La propia distensión comprime los vasos sanguíneos que llegan hasta allí para aportar oxígeno y nutrientes, de modo que dejan de hacerlo, lo que conduce a la muerte de la pared del apéndice (necrosis) que finalmente se rompe, permitiendo la salida al espacio peritoneal del contenido fecal del intestino”.

    “Esto produce más inflamación (peritonitis) y desencadena una respuesta general con caída de la presión arterial, aumento de la frecuencia cardiaca, fallo del riñón, del hígado y del corazón que acaba en shock séptico y en la muerte”, describe la doctora.

    Otras veces la causa “es una obstrucción por un acúmulo de restos fecales, fecalitos o apendicolitos, o por un cuerpo extraño que se impacta como una chirla o un hueso o bien por parásitos (gusanos). Hay otras posibilidades, pero son muy poco frecuentes”, apunta.

    Apendicitis: dolor, náuseas y vómitos

    La doctora Del Arco señala que la apendicitis puede aparecer a cualquier edad, aunque es más frecuente en niños por encima de cinco años y en jóvenes. No obstante, indica que también se ha dado en lactantesy ancianos.

    “Parece que existe una predisposición familiar y se está investigando la asociación entre la apendicitis y otras patologías del tubo digestivo. Sin embargo, aún no hay nada concreto y fiable al respecto”, aclara.

    Los síntomas de la apendicitis “comienzan con una molestia poco clara, difusa, difícil de definir, en la zona media y alta del abdomen. Esto tiene que ver con el desarrollo embrionario del tubo digestivo que empieza siendo eso, un tubo alargado, que después se dobla y repliega siguiendo un eje en la zona central y superior del abdomen. Debido a ese origen, las terminaciones nerviosas que registran el dolor transmiten una información no localizada y poco precisa”, expresa la facultativa.

    Después del dolor aparecen náuseas y vómitos. “Este dato es importante pues el dolor en los cuadros que acaban siendo quirúrgicos precede a los vómitos. En cambio, en los cuadros de otro origen, como la gastritis, los vómitos aparecen primero y el dolor después”, recalca.

    En el caso de la apendicitis, el dolor cambia de características al cabo de unas horas. Entonces “se localiza en un punto que suele ser la fosa iliaca derecha, un poco por encima de la ingle de ese lado. Ahí ya existe un punto claro de dolor”.

    Las fibras nerviosas que registran y transmiten el dolor son diferentes e identifican claramente dónde se encuentra el daño. Así, existe gran molestia en la pared que está encima de la zona afectada. En el llamado punto de Mc Burney, al tocar, presionar levemente y luego soltar, se reactiva el dolor”, describe la especialista en medicina de urgencias.

    Sin embargo, la doctora destaca que la apendicitis no siempre se comporta así y, en ocasiones, puede ser difícil de identificar. “Hay apéndices muy largos, de casi 30 centímetros (cuando lo normal es que mida entre seis y nueve) que, además, con sus movimientos pueden colocarse en otro punto del abdomen y confundir al explorador”, advierte.

    El cólico miserere

    La doctora Del Arco comenta que en la Edad Media, y hasta que se identificó el apéndice, se hablaba de cólico miserere para referirse a un cuadro clínico de dolor abdominal en la fosa iliaca derecha que acababa con la vida del paciente.

    “Se ha interpretado que dicho cuadro clínico era la apendicitis evolucionada a peritonitis”, señala.

    La especialista afirma que la palabra cólico describe bien las características del dolor, que va y viene en picos.

    “El término ‘miserere’ procede del latín y significa ‘ten compasión’ o ‘apiádate de mí’. Era el inicio de un salmo que se leía en los oficios de difuntos. Parece que de ahí provendría la asociación entre el cólico y el final que le esperaba al paciente”, relata.

    Afortunadamente, la medicina ha avanzado mucho y en la actualidad la apendicitis se puede tratar de manera eficaz.

    “Hoy el pronóstico es bueno en la mayoría de los casos, aunque siguen existiendo complicaciones y cuadros clínicos graves con un porcentaje de mortalidad, bajo, pero no despreciable”, afirma.

    Identificar el dolor abdominal

    La doctora Del Arco asegura que no hay que angustiarse cuando aparece un dolor abdominal pues el 40% de ellos son dolores inespecíficos que se resuelven solos y no tienen ninguna consecuencia.

    Además, indica que hay otras causas que producen dolor en el mismo lugar que la apendicitis, como el cólico renal, la ovulación, la rotura de un folículo ovárico, una hernia, etc.

    “Se considera que debe preocupar un dolor que persiste más de seis horas, cuando a continuación aparezcan los vómitos, desaparezca el apetito y haya décimas, pero no fiebre franca, entre otros signos”, enumera.

    La especialista en medicina de urgencias expresa que una atención médica precoz permite “evaluar la situación clínica y abordar el tratamiento de forma más reglada que si, por retrasar la consulta, nos encontramos con un cuadro ya avanzado”.

    No obstante, detalla que la apendicitis no es un cuadro clínico tiempo-dependiente “ya que se ha visto que los resultados, buenos o malos, no variaban entre una actuación precoz o retrasada en las primeras 24 o 36 horas e incluso 72 horas”.

    De hecho, la doctora Del Arco subraya que, como a veces el diagnóstico no es muy evidente, mantener un tiempo de observación en el domicilio o en el hospital representa una buena herramienta para diagnosticar.

    En lo relativo al tratamiento, la especialista señala que es, inicialmente, quirúrgico. “Están apareciendo publicaciones en las que se plantea un tratamiento conservador con antibióticos y sin cirugía que parece ofrecer buenos resultados, pero aún no es la actuación estándar”, concluye.

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