Cada persona alberga un kilo de bacterias

Cada persona tiene en su interior alrededor de un kilo de microorganismos

Medicina y Salud Pública

    Cada persona alberga un kilo de bacterias

    Los microorganismos se asocian a nutrición, cáncer y hasta autismo.

    Cada persona tiene en su interior alrededor de un kilo de microorganismos. Es lo que los científicos llaman microbiota, básicamente bacterias —ya hay descritas más de 1.200 especies distintas, pero seguro que aparecerán más—, pero también virus, hongos y levaduras, explica como introducción Francisco Guarner, presidente del comité científico del cuarto congreso sobre microbiota intestinal.

    De este conjunto de diminutos huéspedes, la mayor parte está en el colon. “Pesan tanto como nuestro cerebro”, expuso Daniel McDonald, del proyecto americano para el estudio del intestino. “Ahí es donde procesamos los alimentos vegetales. Nosotros no podemos extraer de ellos la energía, pero para las bacterias son la materia prima”, dice Guarner. Ellas predigieren la comida para que los seres humanos la aprovechen.

    Cada persona tiene una composición única, no solo de especies, sino incluso de cepas. Su estudio y el de su impacto en la salud del anfitrión está en auge, y, como se vio, abarca no solo la digestión, sino procesos inflamatorios, inmunitarios, cánceres, e incluso depresión o autismo. La mayoría son estudios en los que se observa una correlación entre la variedad y composición de la microbiota y los problemas sanitarios, pero ya empiezan a describirse mecanismos de varios de estos nexos.

    El primero y más obvio es el digestivo. Por eso cuando una persona toma antibióticos muchas veces sufre diarreas: es una señal de que el fármaco ha alterado la microbiota, eliminando especies útiles. De hecho, indica Guarner, en EE UU ya se ha aprobado el trasplante de bacterias fecales para tratar un tipo de diarrea. Pero el uso de los antibióticos tiene otro efecto. Martin Blaser, de la Universidad de Nueva York, ha comparado el consumo de antibióticos antes de los tres años, cuando la microbiota se estabiliza, con la obesidad. El trabajo es muy visual: basta con ver los mapas de consumo de antibióticos y superponerlos con los de obesidad para ver la relación. En ratones se ha visto que si se les suministran antibióticos, su tejido adiposo pasa del 20% al 23%. “Perturbar la microbiota en las primeras etapas del desarrollo tiene consecuencias duraderas”, concluye.

    Pero estos microorganismos también se relacionan con el sistema inmune. “La superficie intestinal tiene muchos folículos linfoides que están en contacto con la microbiota”, explica Guarner. “Cuando esta tiene mayor variedad, de alguna manera entrena al sistema inmunitario que comete menos errores”. Este mejor funcionamiento del sistema inmune afecta, por ejemplo, a la colitis irritable y a la enfermedad de Crohn.

    Relacionado con el aparato digestivo está el cáncer más frecuente: el de colon. El alemán Peer Bork, líder del grupo de bioinformática del EMBL (Laboratorio Europeo de Biología Molecular) ha estudiado a 146 pacientes y ha encontrado una correlación entre su microbiota y el riesgo de progresión del cáncer. Ello podría ayudar a prever qué tratamientos hay que dar al enfermo. Y abre la posibilidad de actuar sobre las colonias —quizá mediante trasplantes— para ayudar a que la respuesta ante los fármacos sea mejor, indica.

    Otra relación que se presentó es la de la microbiota con el cáncer de hígado. En este caso es más clara: las bacterias atraviesan la pared intestinal y llegan al hígado, expuso Robert Schwabe, de la Universidad de Columbia. En este caso, algunos antibióticos dirigidos podrían ayudar.

    Fuera del entorno digestivo, también hay relaciones interesantes. Por ejemplo se ha visto que enriquecer la microbiota mejora la depresión en ratones, y que en niños autistas la variedad de las bacterias es muy inferior a la normal.

    Muchos son estudios preliminares, pero apuntan al enorme campo que se abre con lo que los científicos califican como nuevo órgano del ser humano.

    Fuente: el País

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